No todas las personas tenemos el mismo estilo de funcionamiento por ejemplo, algunos pueden llevar a cabo múltiples tareas al mismo tiempo; mientras que otros no logran hacer más de una o a lo sumo, dos cosas a la vez. Ya sea que tengamos un nivel de productividad alto o bajo, lo importante es que siempre hagamos todo con excelencia.
En la famosa navaja suiza podemos encontrar varios elementos, como una tijera, un abrelatas y un destornillador; pero cada uno tiene una función específica. Y ninguno supera a los otros. Lo mismo sucede con nosotros. De nada sirve compararnos con otros porque todos contamos con habilidades propias y diferentes que nos hacen únicos.
La comparación únicamente sería útil si nos ayudara a aprender y mejorar porque significaría que podríamos copiar lo bueno de los demás. Esto sería algo así como tener mentores que nos ayuden a soltar lo mejor de nosotros. En la adolescencia es común imitar a otros porque se está construyendo la identidad, pero si al llegar a la adultez, uno continúa imitando a otros, en el fondo, no tiene idea de quién es y no es capaz de volverse independiente y autónomo. Esta actitud siempre lleva a la persona a tener una baja autoestima y a depender de la gente que la rodea sin lograr jamás conocerse en profundidad.
¿Por qué algunos se rebelan contra sus familias o contra el mismo sistema? Porque desean diferenciarse del resto. Pero no se trata de ser diferente sino de adoptar una actitud diferente. Cuando logramos esto, estamos listos para disfrutar de la libertad de elección y acción. Lo que nos diferencia de nuestros padres es precisamente el ser capaces de elegir lo que queremos ser y hacer.
El período de mayor turbulencia en la vida de un ser humano es la adolescencia, pues es una etapa de búsqueda de la identidad propia. El joven anhela saber quién es y qué puede hacer por su cuenta. Este es el puntapié inicial de la tan deseada diferenciación de los padres. En el fondo, solo buscan confirmar si seguirán siendo aceptados cuando se comporten distinto de los demás.
¿Qué deberíamos hacer los padres por nuestros hijos durante estos años para ayudarlos a hallar su identidad? Básicamente estas tres cosas:
1. Enseñarles buenos valores y confiar siempre en ellos.
2. Estar disponibles para ellos cuando así lo requieran.
3. Respetarlos en sus ideas y acciones.
Para disfrutar de vidas sanas y productivas, una vez superada la etapa de la adolescencia, necesitamos tener seguridad con respecto a nuestros deseos y metas. A esta actitud frente a la vida se la conoce como asertividad. Alguien asertivo es consciente de quién es y cuánto vale y no busca la aprobación externa. Solo procura superarse a sí mismo y dar lo mejor de sí al mundo.
Cuando uno solo compite consigo mismo para alcanzar su mejor versión, logra hallar en su interior recursos que no conocía en beneficio propio y de otras personas.