Los suelos agrícolas tienen un rol crucial en la producción de alimentos y la seguridad alimentaria mundial. Sin embargo, la propia producción genera riesgos de degradación de los mismos como la erosión, acidificación, salinización, compactación y contaminación química, entre otros, que atentan contra su capacidad productiva y otros servicios ecosistémicos en los que intervienen.
El monitoreo de la salud de los suelos y la implementación de prácticas orientadas a su cuidado es esencial para avanzar hacia sistemas de producción más sostenibles.
Afortunadamente, en los últimos años se ha incrementado la conciencia sobre este punto.
Sumado a ello, la ciencia de suelos ofrece hoy abundante conocimiento y herramientas que los productores y técnicos pueden incorporar en sus procesos de decisión y manejo con el objetivo de conservar y mejorar la salud de los suelos.
Monitorear la salud del suelo es un primer paso esencial para conservar y mejorar la misma. ¿Pero, qué indicadores se pueden mirar o qué análisis se pueden hacer para ello? Miguel Taboada, un reconocido experto en la temática de Agroconsultas (e investigador del Instituto de suelos de INTA Argentina) ofrece las siguientes definiciones y recomendaciones al respecto.
La salud del suelo es la capacidad continua para funcionar como un ecosistema vivo vital que sustenta a las plantas, los animales y los seres humanos, y conecta la ciencia agrícola y del suelo con las políticas, las necesidades de las partes interesadas y la gestión sostenible de la cadena de suministro.
Históricamente, las evaluaciones del suelo se centraron en la producción de cultivos (capacidad de sostener la productividad), pero, hoy en día, la salud del suelo también incluye el efecto sobre la calidad del agua, el cambio climático y la salud humana.
En relación con el monitoreo de la salud de los suelos, la recomendación es comenzar por lo más fácil.
Hay indicadores que son clave y muy generales: el grado de afectación por la erosión, el contenido de materia orgánica, el tipo de estructura y agregación y la capacidad de suelo de infiltrar agua (es decir, que no se encharque).
El monitoreo y análisis del suelo es clave para cuidar el medio ambiente
Existen otros indicadores más complejos de medir, como la biodiversidad existente en los suelos, la actividad biológica, el nivel de contaminantes químicos inorgánicos y orgánicos, la actividad enzimática, entre otros, pero sería conveniente empezar por los más fáciles, que son un poco la “madre” de la salud del suelo.
Respecto a cómo medir e interpretar algunos de estos indicadores más simples o generales, como el contenido de materia orgánica y la capacidad de infiltración, Taboada ofrece los siguientes lineamientos:
• El contenido de materia orgánica se determina por análisis de suelo, por combustión húmeda o seca. Eso da como resultado un porcentaje de materia orgánica, que multiplicado por 1,76 da el % de carbono orgánico del suelo.
Lo más importante es que los valores de materia orgánica o de carbono son indicadores comparativos en relación a una situación de referencia, como puede ser una pastura de muchos años con el mismo suelo.
• Para la tasa de infiltración se mide a campo con un infiltrómetro de anillo (o doble anillo). Hay otros métodos más sofisticados. Hay valores indicativos según textura del suelo (más altos en arenosos), pero lo más lógico es aquí también comparar con situaciones de referencia como pasturas.
La tasa de infiltración es muy dependiente del estado de la agregación y la macroporosidad del suelo superficial y, por ello, muy sensible a manejos deficientes. En un suelo mal manejado, sea la textura que sea, la infiltración se acerca a cero y ello lo visualizamos rápidamente luego de una lluvia por la presencia de charcos.
Indudablemente, un suelo saludable es una condición necesaria para una producción sostenible. Y, si bien es un tema complejo, es posible comenzar de manera simple, instrumentando prácticas que permitan conocer y gestionar la salud de los suelos.