Habla pausado, como si el tiempo le hubiese dado la experiencia necesaria, la sabiduría para decir lo justo y necesario. Cuenta que alguna vez jugó en la Octava de Boca Juniors, en el histórico predio de La Candela, donde se dio el gusto de conocer a monstruos como Grillo, Madurga, Pianetti o Marzolini. Eran otros tiempos, de sacrificio puro, donde el fútbol aún no era show ni negocio.
Isidro Alberto Flores (68) tiene esos recuerdos siempre presentes. A él como a miles de soñadores anónimos, la suerte del fútbol le fue esquiva. Pero no hay frustración en el relato. Isidro transformó aquella experiencia en una puerta abierta para otros, en este caso para los chicos del humilde barrio Las Leñas de Puerto Iguazú, donde creó una escuelita de fútbol para que todos tengan al menos la oportunidad de ponerse una camiseta, defender una identidad y, si el Dios del fútbol así lo quiere, llegar un poco más lejos.
“Sentía como que tenía que dar algo, devolverle algo a la vida y al fútbol. Y así empezó todo. Hoy estamos metidos con todo, con la ayuda de algunos padres y vecinos. Y con la convicción de que el fútbol es una herramienta para cambiar la realidad de los chicos”, reflexiona ante EL DEPOR el creador de la Escuela de Fútbol Infantil Las Leñas, que con mucho esfuerzo participa de los torneos infantiles de la Liga Regional de Fútbol de Puerto Iguazú.
El fútbol vuelve a ser, una vez más, ejemplo de inclusión social. Y en el caso de Las Leñas, aquello va todavía más allá: de los 70 chicos que terminaron el año, más de una docena son de la comunidad mbya guaraní, entre chicas y chicos.
“El fútbol iguala, en el fútbol no hay diferencias”, dice Isidro, orgulloso, y lanza al aire una de las máximas universales de la pelota.
El fútbol es inclusión
Primer guiño del destino. Isidro Flores no es misionero. Nació bastante lejos, en Victoria, Entre Ríos, a más de mil kilómetros de Iguazú. Sin embargo, hace 40 años conoció la ciudad y, 20 años después, decidió afincarse junto a su familia.
“Siempre me gustó el fútbol. Allá por el 69 anduve por La Candela, en la Octava de Boca, pero tuve que abandonar porque en esa época el fútbol no era negocio y pasaba hambre”, rememora Flores, que hasta 2019 manejaba un taxi en Iguazú, pero finalmente se jubiló, entre otras cosas, “porque me ponía nervioso y ya no tenía más ganas”.
Segundo guiño del destino. Isidro Flores estaba esa tarde de 2016 frente a su casa cuando vio a un grupo de pibes que corrían detrás de una pelota en la plaza del barrio Las Leñas. Decirle plaza o cancha a ese espacio verde, por entonces, era mucho: “era un lugar abandonado, lleno de chatarra, ladrillos , mugre. Y cuando los vi a esos pibes, me pregunté por qué no hacerles ahí una canchita. Sentí que tenía que darles una respuesta”.
Y manos a la obra. Con la ayuda de propios y extraños, limpió y niveló el terreno hasta convertirlo en templo futbolero. Y una cosa llevó a la otra. Tercer guiño del destino. “Yo no tenía pensado hacer una escuelita, pero se acercó un vecino del barrio 1º de Mayo que tenía cuatro o cinco chicos jugando, no completaba, así que sumamos a los de acá. Y así empezamos”, recuerda Flores.
Los pibes, necesitados de esa contención, comenzaron a llegar. “Y así hasta que un día vino Gaspar, de la comunidad Fortín Mbororé, con cinco chicos. Y así empezamos, al punto que hoy, de los 70 chicos que están en la escuelita, unos 15 serán de la comunidad, entre varones y mujeres”, cuenta Isidro.
Era inevitable. La escuelita comenzó a crecer y fue necesario sumar competencia. “En 2018 una mamá me regaló un juego de camisetas, mi hijo me dio otro y ahí entramos en las inferiores de la Liga de Iguazú. Y ganamos el bronce en las tres categorías, en la 2006/2007, 2008/2009 y 2010/2011. Fue la primera vez que un club gana el bronce en los tres campeonatos”, recuerda orgulloso Flores, quien hasta hizo un cuadro y se lo regaló a la Liga con aquel plantel para el recuerdo.
“Acá nos falta de todo”
El fútbol es también una vía de escape en Las Leñas, un barrio de condición humilde emplazado sobre el sur de la ciudad, a unas 40 cuadras del centro. “Acá hay gente laburante, trabajadora. Y a la escuelita vienen chicos de diferentes barrios, como Los Cedros, Centenario, Trabajadores o Unión”, quien revela entonces que, ante esas condiciones, en el lugar no se cobra nada y solo se juntan fondos entre todos, mediante venta de empanadas o bonos, para pagar los seguros que son obligatorios para jugar en los torneos de la Liga.
“Acá nos falta de todo. Botines, canilleras, camisetas, medias, pelotas. Lo ideal sería que cada chico trabaje con su pelota, pero acá teníamos seis y cinco se rompieron durante el año. No sé cómo vamos a hacer en 2022, porque todo subió”, se lamenta Flores quien, a través de su bolsillo, hace el mayor aporte para que los chicos tengan lo necesario para entrenar y jugar.
Es que tanto esfuerzo, al final del día, vale la pena. “Acá nos damos cuenta que con el deporte se puede cambiar la realidad de los chicos, sobre todo con la inclusión. Ellos aprenden a jugar entre todos. Es que el fútbol iguala, cuando hay un gol, se abraza el rico, el pobre, el que tiene y el que no. Adentro de la cancha, esas diferencias no existen”, reflexiona Isidro.
Sueños pendientes
En base a sueños también se vive. Como el de los chicos, de triunfar en Primera. O el de los padres de la escuelita, que se animan a soñar con un lugar propio. “Sería un sueño contar con un espacio propio donde los chicos, por ejemplo, puedan compartir una merienda o mirar unos videos de fútbol. Ahora tenemos acá a un hombre que siempre nos ayuda y que levantó una iglesia, y estamos viendo si podemos construir en la parte de atrás nuestra sede”, comenta Flores.
Otro de los sueños pasa por lo deportivo. Porque algún día, alguno de los chicos cumpla el sueño de Primera. “Lamentablemente no tenemos la plata para decirle ‘vamos a probarlo a Central, a Newell’s, a Crucero’. Pero el otro día nos avisaron que tres de nuestros jugadores iban a pasar al club Villa Nueva -último campeón de Iguazú- así que eso ya es motivo de alegría para nosotros. Nos emocionamos hasta las lágrimas cuando nos avisaron. ¡Salieron de acá!”, vuelve a emocionarse Isidro.
Por último, queda el sueño de poder jugar de local, en la canchita del barrio, en los partidos de la Liga. “Esperemos que se nos dé en 2022. Ya tenemos casi todo listo y, durante la pandemia, aprovechamos con los chicos para trabajar. Fuimos trayendo pasto de otros lugares y lo plantamos. Es difícil cuidarlo porque se trata de un espacio público, pero quedó mucho mejor. Necesitamos de colaboración, si no todo se hace cuesta arriba. Nuestra escuela es muy humilde”, cierra Isidro, con la ilusión de que las puertas se abran el próximo año y los chicos de la escuelita de Las Leñas puedan salir una vez más a correr detrás de la pelota.
El viaje que no salió y las ganas de revancha
Semanas atrás se realizó en el club Atlético Posadas una nueva edición de la Argentina Cup, un torneo nacional reservado para categorías infantiles.
La escuela de Las Leñas tenía todo listo para ir pero a último momento, alguien no cumplió una promesa y el viaje se cayó. “Queríamos enseñarles lo que es ser una delegación, que bajen todos del colectivo con la misma ropa, pero no se pudo”, se lamentó Isidro, quien contó que, con lo que recaudaron para ese viaje, días atrás llevaron a los chicos a pasar el día a un complejo de verano de Iguazú.
“Les dimos la merienda. Muchos no conocían lo que era una pileta, así que fue algo espectacular, más allá del mal trago”, sintetizó Flores.