El Congreso de la Nación, ya con su nueva composición, se enfrascó en las últimas horas en tensos debates acerca del Presupuesto 2022, una iniciativa del Poder Ejecutivo con medidas y proyecciones de todo tipo: posibles, favorables, alocadas, inviables y muchas aún desconectadas de un plan.
Llamados a su juego, oficialismo y oposición se dispusieron al debate de siempre, visceral, político e ideológico, pero con bajo contenido técnico aun cuando la realidad pide a gritos repensar el rumbo y plantear una agenda de desarrollo y empleo para cortar la inacabable inercia de la crisis.
Así las cosas, vuelve a privilegiarse la inmediatez, consumiendo la energía de la clase dirigencial y la del pueblo mismo para diseñar proyectos de mediano y largo plazo, que son los únicos que ubicarán al país en una senda de crecimiento, con empleo de calidad, bajos índices inflacionarios y menores caudales de pobreza.
Parece una obviedad, pero conviene recordarlo: es en el futuro cuando se van a componer los momentos en los que vivirán nuestros hijos y nietos. Que nuestros dirigentes se sigan ocupando, sin éxito evidente, de los mismos problemas, con las mismas recetas y con la visceralidad de siempre, no nos augura nada bueno.