Si bien la premisa de la profesora, bailarina y coreógrafa, Teresita Sesmero, fue siempre el bienestar de los niños y abuelos, en esta ocasión resultó beneficiado con una donación de ropas, el comedor y merendero “Ellos no tienen la culpa”, de Posadas, donde habitualmente concurren unos 250 chicos para recibir su ración de comida.
“Todas las cosas que se hacen con amor y desde el corazón, llegan a lo más profundo, y siempre nos ayudan a salir adelante, a ampliar la conciencia. Siempre digo que las niñas que son buenas personas, son grandes bailarinas”, manifestó Sesmero, que dedica y dedicó su vida a la danza, trabajando arduamente para transmitir lo mejor de la disciplina, convirtiéndose en un verdadero símbolo del ballet de la provincia de Misiones.
Mientras esperaba el inicio de un acto de fin de clases, señaló que el primer festival solidario que realizó fue para la Escuela “Madre de la Misericordia” cuando “aún era un jardincito o pequeña guardería sobre calle San Luis y Tucumán. Y ahí me encontré con mi primer amor, mi primer festival, que se hizo en el Club Tokio. Ellos hicieron un desfile, y ahí presenté por primera vez a mis alumnas. A partir de ese momento, no paré”.
“Siempre digo que cuando Dios te da un don, esa pasión, ese amor, por algo como es la danza, como a mí, que fue desde pequeña, algo de eso hay que retribuir. Y lo que más satisfacción me daba era cuando lo hacemos a total y absoluto beneficio de una institución. Ver los resultados de eso, es maravilloso. Esa sensación es muy difícil de explicar”, agregó.
Entiende que es una virtud que la tomó de su madre, María Dora “Negra” Rodríguez de Sesmero, a la que define como “una persona muy generosa. Creo que lo mamé desde pequeña, lo saqué de ella, que era maestra de escuela, de esas que hacía su tarea con tanto amor, que a los niños que no podían seguir el ritmo de la clase, los traía a casa y les enseñaba. Asistía a una escuela en la zona del Matadero, cerca de Santa Rita. Había un arroyo que se inundaba, y ellos atravesaban el alambrado para poder cumplir con las clases. Y creo que eso lo tomé de ella, esa pasión por enseñar, y más con la danza, con la música, con los sonidos. Digo que soy una afortunada, pero tengo que retribuir. Siento que, al retribuir, esa pasión, ese placer, se acrecienta”.
Contó que con la ayuda “apunté a los niños y a los ancianos, durante muchísimos años. A lo largo de casi 40 años, lo recaudado fue para el hogar de niñas, el hogar de ancianos, las escuelas especiales. Con la pandemia, ya el año pasado buscamos a la institución a quien beneficiar. Encontré a Mario Fedorischak, que sigue el legado de su tío Jorge, que era el presidente del Hogar de Niñas Paula Albarracín de Sarmiento, y me pareció oportuno hacerlo”.
En alguna oportunidad la Escuela de Danzas que preside Sesmero también recaudó fondos para el Hospital Baliña, con los que se logró comprar lavarropas. El Hospital Madariaga también fue de la partida. Mediante la Asociación Civil “Voluntades”, se adquirió una bomba de infusión e insumos. “Es la satisfacción de decir, bueno, compramos algo que salva vidas. Y algo que era movible, porque lo que había en ese momento eran bombas de infusión, pero fijas. A estas las podías trasladar de un lado al otro. Con sólo recordar eso, me produce placer”, alegó, quien ahora también dicta clases de gimnasia danza armonizadora para adultos. En un primer momento, por lo general, “se entregaba el dinero a las instituciones y ellas eran las encargadas de comprar. Después, Voluntades iba a los hospitales a preguntar cuáles eran las necesidades. De eso se ocupaba Maia Ayrault y la contadora Husulak, y en base al pedido, se compraba. Eso se hizo en los últimos años, también con las escuelas especiales”.
Sesmero siempre recalca a sus alumnas que “ese traje tan lindo que se ponen, lleno de lentejuelas, sirva para ayudar a los abuelitos que no tienen quien los cuide o que se generen medios para que alguien los atienda, o a los niñitos que muchas veces también están solos. O a las personas que necesitan de un cuidado especial. Les hablo mucho de eso. Que el traje no debe ser sólo para vanidad. Entiendo que debe cumplir una función, y la mejor función es la de dar”, aseveró, mientras se mostraba feliz por el nuevo salón multiuso para conferencias y cursos de distinta índole, recientemente inaugurado.
Apasionada desde pequeña
Posadeña de nacimiento, admitió que familiares de su madre estuvieron involucrados en la fundación de la ciudad capital. Confió que, en ocasión de un viaje a Buenos Aires, el Teatro Colón comenzaba a sacar los espectáculos fuera del edificio. “Estábamos en un anfiteatro, y presenciábamos la función de un ballet. Me contaron que cuando se produjo un intervalo, empecé a bailar y la gente decía: ¡Esta nena tiene que estudiar danza! Más tarde, acompañé a una prima a danza y la profesora Nora Gladys Castelli de Puentes, una de las primeras profesoras de danzas de Posadas, que tenía su academia en la Jardín Modelo, me invitó a participar de la clase con las nenas y nunca más deje. Ahí pase toda mi niñez con mi gran pasión que es la danza. Mis papás, María Dora y Héctor -un comerciante al que le apasionaba lo que yo hacía-, siempre me apoyaron, me acompañaban, me llevaban a Buenos Aires, donde tomé clases con grandes maestros, por eso recalco la importancia que los padres apoyen a sus hijos”.
Contó que lo mismo hizo ella con sus alumnas. Apenas pudo, las llevó a tomar clases con maestros del Colón, a recorrer el teatro, y hasta el Miami City Ballet, de Estados Unidos, no paramos. “Porque hay que perfeccionarse. La danza es como la medicina, siempre tiene un progreso, siempre va hacia adelante”, alegó.
Recordó que su madre “siempre decía que yo era la hija soñada porque le hubiera gustado bailar, pero era muy tímida. Entonces a través mío había cumplido su sueño. Ella era la que organizaba la academia, a las mamás, me ayudaba a diseñar los trajes, y yo era la que daba las clases”.