Estamos cansados de probar terapias alternativas, nuevas formas de alimentarnos, gurúes y dietas a fin de tener una mejor calidad de vida, para sentirnos más felices, convivir con una enfermedad o con alguna situación que nos toca vivir y sin ver los resultados esperados.
¿Por qué les parece que no vemos resultados? Porque no probamos una nueva manera de vincularnos con nosotros mismos, dejar de etiquetarnos e identificarnos con lo que hacemos, que somos buenos y fantásticos y que es parte de nuestra identidad. Nos aferramos al “yo soy así”, “que me acepten como soy”, y creemos que somos lo mejor para los que nos rodean. ¿A qué no?
¡Sí!, porque nos cuesta dejar de ser la persona o personaje que nos llevó años construir: el profesor respetado, el hombre o mujer poderosos, la hija sacrificada, la madre todoterreno (ahora luchona), la mejor amiga, el joven solidario, el dador eterno, los superados. Podemos encajar en alguno de estos roles o en ninguno; también puede ser que nos encante identificarnos con algún personaje oscuro como Maléfica (mala pero en el fondo buena), el Guasón (la vida que padecí me justifica) o en un rol como “la chica mala onda”, “el marido infiel o mujer infiel”, “el miserable del grupo”, “el inimputable afectivo (nunca se enamora).
Lo cierto es que no hay personajes principales ni secundarios, ni buenos ni malos, pero vamos incorporando perfiles a nuestra propia ficción y los hacemos vitales.
No los queremos sacrificar y todo lo que consideramos “alternativo” para agregarle un plus que haga sentir cómodos a estos personajes son comida para hoy y hambre para mañana.
Solo cuando realmente aceptemos nuestras sombras y las pongamos bajo una luz importante, las podremos apreciar.
Debbie Ford, pionera en este tipo de trabajo interior enseña que debemos trabajar juntos nuestros aspectos buenos y los que no lo son tanto desde un lugar realmente sincero, de vernos como realmente somos y para eso debemos trascender nuestra mente crítica; la que nos hace ver como súper, pero no lo somos tanto.
Desde niños somos catalogados por lo que hacemos, por nuestros amigos, por donde vivimos, por lo que tenemos, por el aspecto que nos dio la naturaleza (o algún cirujano) y nadie nos pregunta quiénes somos, nos preguntan qué hacemos para ganarnos la vida, claramente lo segundo es mucho más fácil, ¿no?, pero esta pregunta encierra la imposibilidad de mostrar que somos muchas cosas, amén de nuestra actividad o profesión, o lo que hagamos para el afuera.
No es fácil despegarnos de los rótulos porque en el fondo nos enamoramos de eso; lo publicamos, lo mostramos y nos encantan los likes.
Ahora, salimos del afuera y vamos volando al terapeuta, a comprar un mágico “palo santo”, a llorar a la habitación o en el hombro de un amigo.
Cuando nos convertimos en lo que hacemos o tenemos nos privamos de lo imprevisto, nos cerramos al crecimiento y a la evolución que nos puede llevar a otros lugares. Podemos decidir el giro de nuestra vida, en nuestras manos está el gran desafío de hacernos de nuevo si no nos gustamos o si nos duele lo que ven de nosotros. Despegarnos de las etiquetas del hacer y simplemente ser como somos.