Camino por la plaza y veo el suelo cubierto de flores de lapachos y azaleas como si fuera una alfombra, cierro los ojos y siento el canto de los pájaros, el sol tibio rozando mi cara, son los últimos días de invierno y la primavera está instalada esperando aparecer, regalando por adelantado todas esas flores.
La naturaleza con su silencio nos enseña tantas cosas. Todo lo que en un momento parecía muerto, caído, sin flores hoy está rebosando de color, todo en la vida son ciclos y lo importante es poder rescatar lo mejor de cada uno, no hay ciclos buenos ni malos, todos aportan regalos diferentes, está en nosotros descubrirlos, disfrutarlos y atesorarlos.
Cuando estemos en momentos difíciles debemos recordar que todo pasa, que lo que en este momento parece algo muy duro, que nos hace imposible seguir adelante, es pasajero, todo son ciclos pero es necesario aprender lo que este ciclo vino a enseñarnos para poder superarlo y que no vuela a presentarse en una escala mayor.
Es en esos momentos cuando tenemos que ver que no es eterno y que cuanto antes aceptemos lo que nos pasa y entendamos lo que esto vino a enseñarnos más pronto lo superaremos y saldremos fortalecidos.
Lo que hace que podamos superar cada ciclo y salir fortalecidos es aceptar lo que nos pasa y tener la firme convicción que esto vino por un propósito, buscarlo intensamente, tomar ese regalo y dejarnos transformar por su enseñanza en alguien más fuerte, sabio, bondadoso, feliz.
La naturaleza es tan sabia que todo dura lo que podemos soportar y luego siempre llega la primavera, donde florecemos, es ahí cuando se ve que nada fue en vano, y valoramos más cada cosa porque todo nos hemos ganado por haber seguido adelante cuando ya sentíamos que no podíamos hacerlo.
Entender que todo verdor renacerá es saber que estamos destinados a florecer y nada malo es eterno, dura el tiempo necesario para aprender lo que vino a enseñarnos.
Ahora está llegando la primavera y si estamos pasando por un ciclo así, este tiene un encanto particular, y es disfrutarlo despacito. Detenernos a saborear cada instante mágico, no dejarlo pasar desapercibido, este es el ciclo cuando nuestra alma se llena de fuerza, alegría y siente que todo es posible, acá se generan los momentos que nos van a acompañar y sostener cuando el viaje se ponga difícil.
Vivamos con la convicción de que todo verdor renacerá y que cada ciclo tiene un regalo para nosotros. Como expresa un soneto de Francisco Luis Bernárdez: “Porque después de todo he comprendido que lo que el árbol tiene de florido, vive de lo que tiene sepultado”.