Vivimos la mayor parte de nuestra vida dormidos, son pocos los momentos donde estamos conscientes que la vida está sucediendo, que cada día que pasa es un día menos que nos queda, sepa uno cuando será el momento de ¡irnos!
Y cuántas veces nos cerramos a una vida plena porque nos dejamos llevar por nuestros deseos y emociones como el enojo o el miedo, muchas veces inconscientes, que nos paralizan y no nos permiten vivir en total plenitud.
En estos momentos, el miedo que nos ha generado el COVID nos ha paralizado, tenemos miedo a contagiarnos, miedo a enfermarnos, miedo a sufrir, miedo a morir.
He leído que el sufrimiento de los seres humanos es mental, vive en nuestra mente y es totalmente subjetivo, o sea que depende de lo que cada uno siente y qué creencia tiene a cerca de eso.
Así que podríamos decir que cada uno sufre como puede. Por eso no deberíamos juzgar ni juzgarnos, cada uno actúa como aprendió, según su historia de vida. Solo despertando podemos hacernos conscientes y hacernos cargo de nosotros.
Podemos comparar estar dormidos con la noche, vemos sombras que no llegamos a distinguir, tenemos miedo por no saber qué son, imaginamos que eso que no sabemos qué es nos puede dañar. Sufrimos hasta que cuando amanece (despertamos), la luz nos permite ver que ahí donde veíamos sombras que nos asustaban no había nada, todo lo habíamos imaginado.
Y así sucede en la vida, despertar es empezar a vivir, hacernos dueños de la vida, de la nuestra, de lo que queremos y de lo que no. No se culpa a nadie, se acepta lo que hay y lo que no también.
Nos hacemos conscientes que nadie vivirá por nosotros, que solos nacimos y solos nos iremos de este mundo. Pensando esto los invito a observar si pasamos nuestra vida dormidos o despiertos y si queremos despertar. Después de todo diría mi abuela: “Cada uno elige y construye la cama donde dormirá”. Que Dios los bendiga.