El nerviosismo en los comités de estrategia de campaña, como lo evidencian las conductas extravagantes de varios candidatos, se centra en la forma de comunicarse con un votante al que las encuestas califican como desilusionado, apático e indiferente al proceso electoral.
Es por eso que el tema que desvela a los estrategas es si habrá, como en otros países, algún “cisne negro”. Para algunos, puede manifestarse en forma de un elevado nivel de ausentismo. Otros apuntan al surgimiento de los candidatos “”outsiders” que puedan canalizar una expresión de “voto bronca”. Y también cabe la posibilidad de un alto nivel de votos nulos y en blanco.
De todas esas opciones, la que ha tenido antecedentes históricos relevantes en Argentina es la última. Ocurrió en las legislativas de 2001, pocos meses antes de la implosión del régimen de convertibilidad y la renuncia de Fernando de la Rúa, en la dramática postal del helicóptero partiendo de la Casa Rosada mientras la violencia campaña en las calles.
Después de haberse impuesto con un 48% de los votos, que le alcanzaron para ganarle al peronismo de Eduardo Duhalde en primera vuelta, el gobierno de la Alianza perdió apoyo rápidamente al agravarse la recesión que ya llevaba dos años. Fue así que, al llegar el momento de la elección, los votantes que rechazaban al peronismo pero estaban desilusionados con el nuevo gobierno, se encontraron desmotivados y sin opciones.
En esa época no había redes sociales, pero a través de las cadenas de e-mail se viralizó una propuesta para anular el voto a modo de protesta. Así, hubo quienes introdujeron en el sobre las figuras de próceres como Belgrano o San Martín. Y muchos que manifestaron su enojo de formas menos elevadas.
Lo cierto es que en aquellas legislativas se registró un inédito 24% de votos no válidos, si suman los sufragios en blanco y los anulados. Una cifra sorprendente, si se considera que el promedio suele ubicarse en un 4% como máximo.
Lo notable es que, pese al clima de rechazo a la política -fue la época en que se acuñó el “que se vayan todos”- la afluencia a votar se mantuvo dentro del promedio histórico de 75%.
Esa situación habla, en definitiva, de que el enojo adoptó una forma militante por la vía del voto nulo, pero no se llegó al extremo de mantenerse al margen de la convocatoria electoral.
¿Qué ocurrirá ahora? Los analistas ya no hablan de un enojo sino más bien de tristeza y desánimo, generada por la mezcla de crisis económica y las angustias de la pandemia. Es un contexto inédito para el país, lo que introduce la duda sobre si podrá haber, como ocurrió en otros países de la región, un ausentismo masivo.
El politólogo Enrique Zuleta Puceiro pone la atención en el reciente caso chileno, donde una elección para gobernadores regionales registró un impactante ausentismo del 80%.
“Este hecho motivó que la izquierda antisistema haya cuadruplicado sus votos mientras el Gobierno apenas retuvo una gobernación. Es un fenómeno que se está viendo en todo el mundo, se está viendo una abstención monumental”, observa.
Y lo cierto es que, por más que nadie espera que en Argentina se pueda llegar a los extremos vistos en el país trasandino, las elecciones provinciales están prendiendo señales de alarma. En Salta, la concurrencia de votantes fue del 64%, lo que implica una caída de siete puntos respecto de la afluencia en la elección previa. En Jujuy votó un 65% contra un 78% que se había registrado en 2019.
Y en Misiones la caída fue más grave: apenas sufragó un 59% del padrón, un desplome de 19 puntos porcentuales respecto de la elección previa. Es cierto que hubo condiciones anómalas que desincentivaron el voto. Hubo casos en que se siguió un estricto protocolo de prevención del COVID, como el pedido de un PCR negativo. En Jujuy las bajas temperaturas agravaron la situación en un contexto de temor al contagio, ya que al momento de la votación sólo un 31% había recibido la primera dosis de la vacuna.
Pero aún considerando estos atenuantes y la tradición argentina de votar masivamente, los encuestadores dan por seguro que habrá alguna disminución respecto de los promedios de las últimas elecciones.
En las últimas dos décadas, el nivel más bajo registrado fue en las PASO para las legislativas de 2015, cuando se registró un 72,3%. Y, desde que se instauró el sistema de elecciones primarias, siempre se ha constatado un incremento entre la primera votación y la “de verdad”. Para seguir con el mismo ejemplo, dos meses después de la PASO de 2015, la afluencia de votantes subió casi nueve puntos.
Algunos analistas hacen alusión a la cuestión climática, dado que las PASO suelen realizarse en invierno, una situación que desanima a la población anciana, que no tiene la obligación de sufragar. Pero también se apunta al hecho de que los partidos, con los resultados de las primarias ya a la vista, suelen extremar su esfuerzo de movilización cuando los comicios son “por los puntos”.
Sin ir más lejos, la suba de cuatro puntos de participación entre las PASO y las elecciones presidenciales fue lo que le permitió a Mauricio Macri a recortar la diferencia que le había sacado Alberto Fernández.
¿Un 20% menos de votantes?
¿Qué tan grave puede ser ahora la situación? Analistas como Ricardo Rouvier estiman que la concurrencia se ubicará entre un mínimo de 65% y un máximo de 72%. En cualquier caso, esto haría a las próximas legislativas la elección con menor afluencia en más de dos décadas.
Algo parecido mide Mariel Fornoni, directora de Management & Fit, en cuyos sondeos un 65% de la gente afirma que irá a votar. Señala que esa cifra se condice con lo observado en sitios del interior, donde hubo una caída de 20% en la cantidad de gente que solía sufragar en condiciones normales. Pero advierte que el factor de la pandemia puede cambiar todo: si la variante Delta generase un pico de contagios coincidiendo el momento electoral, espera que la cifra sea menor aún.
Pero no todos son escépticos. El politólogo Gustavo Córdoba cree que, en la medida en que la campaña vacunatoria avance a un ritmo sostenido, para las legislativas de noviembre se volverá a una afluencia de votantes no muy alejada del promedio histórico.
“Lo que estamos viendo ahora, no es tanto apatía, sino más bien se trata de un fenómeno que la ciencia política denomina ‘desafección’. Significa que vamos a ir a votar y también significa que no estamos conformes con el resultado que nos entrega elección tras elección la clase política”, afirma.
Una visión particular es la de Artemio López, el consultor y encuestador vinculado al kirchnerismo, para quien los bajos niveles de votación que se están viendo obedecen a campañas con bajos niveles de confrontación. Pero afirma que en provincias como Buenos Aires, en las que se pondrán en juego “modelos antagónicos”, habrá una motivación adicional que limitará el ausentismo.
En todo caso, lo que afirman los propios encuestadores es que su tarea, que ya de por sí se estaba tornando complicada antes de la pandemia -hubo gruesos errores de pronóstico, producto de cambios en los hábitos sociales que no fueron captados por el herramental tradicional de los politólogos- ahora se agravó. Las encuestas presenciales y los focus groups se tornaron más complicados de realizar por el contexto sanitario, y la cantidad de gente que atiende las encuestas telefónicas son un tercio de las que lo hacían en la última elección.