Las consultoras que participaron del Relevamiento de Expectativas del Mercado (REM) que realiza el Banco Central proyectaron una inflación de al menos 3%, por debajo del 3,2% de junio.
Estimaciones del Instituto Estadístico de los Trabajadores (IET) dependiente de la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo (UMET), la inflación de julio fue de 2,9%, con lo que se habría ubicado por primera vez en el año por debajo del 3%.
Igualmente, y si bien existe cierta coincidencia en que el Índice de Precios al Consumidor (IPC) del mes pasado estuvo a la par o por debajo de los tres puntos porcentuales, no es menos cierto que, figurativamente, los precios siguen haciendo trizas el poder adquisitivo de los argentinos; y que, psicológicamente, sigue pegando fuerte en el imaginario colectivo.
Sólo basta con verse en el contexto para entender la tragedia inflacionaria argentina de todos los meses. Exceptuando a Venezuela, un caso de estudio en sí mismo, de la recopilación de los diferentes entes oficiales de Estadística de cada país de la región surge que la inflación promedio de los países de América del Sur tuvo un significativo salto en julio y llegó al 0,69%. Trazando un odioso paralelo, resulta que lo que para la región es el mayor nivel inflacionario de los últimos tiempos, sigue siendo muy menor al registro de Argentina.
De seguir esta trayectoria y ya entrando en las semanas que decantarán en un nuevo proceso eleccionario, la meta no debería recortarse a romper barreas psicológicas que en la práctica no se traducen en beneficios reales.
La meta, en todo caso, debería ser la de mitigar realmente el impacto de los precios. Porque hoy, cualquier ganancia que obtiene el trabajador, queda rápidamente licuada por la inflación. Y esa barrera psicológica de seguir empatando o perdiendo es mucho más fuerte.