Decíamos en la nota anterior que el Yoga conduce a la integración de todos los aspectos del ser humano y, a la vez, a su integración con el entorno y con el Cosmos, a ser uno con todo, lo que, lejos de incitarnos a huir de la realidad, “nos anima a mirarla con nuevos ojos y a amarla con un renovado corazón”, en palabras de André Van Lysebeth. En tal sentido, el maestro Ramiro Calle sostiene que esa conciencia de integración nos ayuda a mantener una actitud fundamental: la ecuanimidad, concepto que alguna vez hemos abordado y ahora nos proponemos ampliar.
Hemos visto que nuestras prácticas de Yoga sostenidas por respiraciones profundas benefician integralmente al cuerpo, la mente y el espíritu, beneficio que se extiende al diario vivir donde la calma y una suave sonrisa traslucen ecuanimidad en el manejo de las situaciones. Por eso Ramiro Calle afirma que entre todas las cualidades ninguna es tan significativa, importante y enriquecedora para un yogui como la ecuanimidad, resultado de un constante entrenamiento y trabajo interior que conlleva una serie de otras cualidades como la tolerancia, la comprensión, la serenidad y la compasión y que nos beneficia a nosotros mismos y a nuestros semejantes.
Y agrega que ecuanimidad es estabilidad de ánimo y de humor, equilibrio interior, juicio ponderado y justa discriminación, que implica la capacidad de ser uno mismo más allá de identificaciones o condicionamientos, de ver los extremos sin precipitarnos en ninguno y de encontrar el sendero del medio libres de reacciones descontroladas. Porque ecuanimidad es armonía. Es como el fiel de la balanza, el eje de la rueda y el centro de la circunferencia. Es proceder con claridad y comprensión profunda; es la justa visión libre de prejuicios; es precisión, es orden, es pensar y hacer cabalmente.
También es uniformidad de ánimo ante el dolor y el placer, el triunfo y la derrota, el elogio y el insulto. Es el entendimiento esclarecedor para ver las cosas como son porque nos sitúa más allá del apego y la aversión, el aferramiento y el rechazo, el anhelo y el resentimiento. Al comprender que todo es transitorio y fenoménico, la persona ecuánime no se perturba y cuando desconfía de las apariencias también lo hace con ecuanimidad, en el ahora. Incluso aprende a ser ecuánime con su propia falta de ecuanimidad. Y también se le facilita el desapego, como veremos en la próxima nota. Namasté.