En los talleres cuando charlamos a cerca de cómo nos estamos sintiendo escucho muchas explicaciones a cerca de cómo sienten, pareciera que tratamos de justificar lo que nos sucede, queremos explicarlo porque tenemos miedo a decir lo que sentimos y sentirnos juzgados.
Contamos la historia de por qué somos así, qué hizo en nuestra vida que hoy estemos padeciendo tal o cual cosa y pienso, ¿de qué nos sirve querer explicar?
Es como si explicarlo nos diera más libertad para poder ser así como somos. En mi vida nunca me sirvió explicar el por qué de mis sentimientos, por ahí al principio me animó a entenderme, pero en realidad lo que esperaba era que alguien de afuera me dijera: “Paula está bien lo que estás haciendo” o “¡tranquila vas por buen camino!”.
Hoy me doy cuenta que no me aceptaba, esperaba otra voz que me diera aliento, seguía juzgándome por lo que había hecho o por lo que no había hecho, pero sobre todo por lo que sentía y creía que estaba mal.
Por eso mientras no aceptemos nuestro sentir, lo que nos duele, nos enoja, nos da vergüenza, eso que resistimos ¡Va a persistir!
Seguir poniendo afuera la atención en otros, buscando ahí el problema hace que nos distraigamos y sigamos queriendo explicar lo que sentimos cuando tenemos que aceptarlo, no pasa ¡nada! Nosotros no somos esas emociones somos mucho más, sólo tenemos que descubrir y se descubre animándose a sentir.
Podemos estar muy ocupados con el afuera, pero llegará un momento donde inevitablemente nos encontraremos.
La conciencia de nuestra vida es responsabilidad nuestra, somos nosotros los que tenemos que tener presente la finitud de nuestra vida y usar eso para aceptarnos.
Porque si no es ahora ¿cuándo?
Que Dios los bendiga.