Lic. María Florencia Goncalves
Comunicadora de proyectos de impacto social en Misiones,
con foco en buenas prácticas agrícolas.
Antes de la pandemia la mayor incidencia de trabajo infantil en Argentina se daba en áreas rurales e involucraba a más de 206.635 niños, niñas y adolescentes. No caben dudas de que poscovid las cifras serían más acuciantes. Tanto en las áreas rurales como urbanas, con el cierre de las escuelas, el incremento de los índices de pobreza y; la disminución progresiva de disponibilidad y acceso a los servicios sociales; las familias profundizaron sus estrategias de supervivencia y los niños se vieron empujados a trabajar.
Al igual que en otras provincias, en Misiones, la visibilización del trabajo de los niños en las cadenas productivas, fue impulsada inicialmente por organizaciones del tercer sector y la sociedad civil. Con el tiempo, se esbozaron acciones que buscan garantizar la sostenibilidad y trazabilidad bajo el paraguas de la responsabilidad social empresaria o bien, aquellas orientadas a las Certificaciones Forestales, los programas de Buenas Prácticas Agrícolas o de Buenas Prácticas de Manufactura, etc.
Ya hace algunos años que dicha problemática viene tomando protagonismo en la agenda del Gobierno provincial y actualmente, el desafío es: tolerancia cero al trabajo infantil. En esa línea, se sostienen diversas iniciativas con recursos humanos y económicos formalmente asignados a la prevención y erradicación del trabajo infantil, y a la protección del trabajo adolescente.
Mejor no hablar de ciertas cosas. En la región NEA, los patrones culturales que perciben como positivo el trabajo de los niños y lo consideran como una “preparación” para la vida adulta, se mantienen fuertemente arraigados. Dada la historia de colonización y el desarrollo del sector rural de nuestra provincia, solemos naturalizar la participación activa de los niños, niñas y adolescentes en las tareas propias de las economías de subsistencia familiar que, a su vez, representan eslabones dentro de grandes engranajes productivos e industriales.
El “trabajo en familia” es una construcción social que enaltece valores como la unión familiar, el esfuerzo compartido y la dignidad. Pero también, y al mismo tiempo, es un concepto que soslaya cuestiones preocupantes vinculadas a las condiciones laborales del trabajo agrario, como, por ejemplo: los costos reales de producción versus el rinde de las cosechas; la invisibilización de la mano de obra infantil, el rol activo de las mujeres en las cadenas de producción, y un gran etc.
Roles y obligaciones. La organización de tareas entre los miembros de la familia lleva a que muchos niños se vuelven pares de los adultos, contrayendo obligaciones para el desarrollo de la vivienda, la chacra y sus cultivos. Las responsabilidades de los adolescentes suelen exceder incluso el ámbito de la chacra familiar, y se hacen extensivas a lotes de parientes y/o vecinos de la colonia.
El “cambio de día” es una especie de trueque de mano de obra entre productores de pequeña escala o, dicho de manera menos amorosa: una estrategia de supervivencia, que, si bien posee un espíritu asociativo y colaborativo, también da cuenta de la (in)capacidad de contratación de mano de obra. Así, miles de niños trabajan durante largas jornadas, a la intemperie y expuestos a situaciones que ponen en riesgo su integridad.
La provisión de agua es un ejemplo clarísimo, ya que es una actividad que generalmente se asocia al ámbito doméstico, y, por ende, queda relegada a las mujeres y, por extensión, a los niños.
Un estudio reciente de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) Argentina en cooperación con el INTA; realizado en 187 unidades productivas de las cinco macrorregiones argentinas con proyectos especiales del ProHuerta; mostró que el acarreo de agua es una de las principales actividades realizadas por los niños y adolescentes en las unidades productivas y, que existe un antes y un después de la implementación de proyectos de acceso al agua, caracterizado por la reducción del tiempo destinado al acarreo o incluso la eliminación total de la tarea.
La cuestión del género no es un tema menor en la organización de tareas: mientras que las actividades domésticas le son generalmente asignadas a las niñas; las actividades del ámbito productivo suelen ser asignadas a los niños.
La niñez es el tiempo para jugar y estudiar. En nuestras picadas misioneras, la escuela rural es el ámbito de socialización y contención por excelencia: allí, los niños conviven y aprenden con sus pares, mientras sus padres trabajan en el campo. Las trayectorias escolares de los niños que trabajan sufren consecuencias negativas que se traducen no sólo en el bajo rendimiento educativo, sino también en la deserción escolar parcial o total, reduciendo en paralelo sus espacios de tiempo libre, recreación y descanso.
Abordar la temática del trabajo infantil supone reconocer que toda situación y condición de trabajo priva a los niños de sus propios derechos. Somos los adultos quienes, desde distintos espacios de decisión y poder e independientemente del rol que ocupemos en la comunidad, debemos garantizar los derechos de infancia.
Atenuar las vulnerabilidades que conducen a los niños al trabajo implica profundizar los diálogos interinstitucionales, fortalecer la asignación de recursos y exigir el involucramiento y compromiso real de los sectores productivos e industriales. También es preciso ampliar la mirada, dejando de juzgar únicamente las prácticas culturales de las familias agricultoras y trabajadoras rurales y, empezando a cuestionar los usos y costumbres históricamente aceptados que han argumentado la explotación de los niños en las cadenas productivas.
Desde nuestro rol como ciudadanos y consumidores, mediante un activismo cada vez más organizado, sólido y genuino, podemos hacer frente al trabajo infantil. Un activismo que se refleje en nuestras acciones cotidianas. Desde las decisiones de compra hasta el reclamo sostenido para la creación de espacios de contención que deben tener los niños y adolescentes mientras que sus padres trabajan en el campo.
Hace años iniciamos un camino enmarañado como sociedad: el de desaprender percepciones históricas y deconstruir costumbres, para entender que no es justo que los niños sean eslabones invisibles en los grandes engranajes productivos e industriales. Y ese es el camino que debemos afianzar con pasos cada vez más firmes.
* Sólo en el NEA, más de 110.000 NNyA están inmersos en situaciones de trabajo infantil.
* La infancia es una etapa para aprender, jugar y crecer. El trabajo infantil pone en peligro la salud, la seguridad y la educación de los niños, y con ello su futuro porque atenta directamente contra sus oportunidades de desarrollo.