Así como los proyectos deben adaptarse a los contextos para llegar al final lo más parecidos posible a como fueron diseñados, así también deben moverse las metas que definen la caótica estructura económica argentina.
Porque el contexto, en este caso, cambia a diario y por ende las metas deben correrse continuamente. El resultado, distinto al planteo inicial, es un producto muy diferente al observado al principio, una nueva realidad en la que los índices críticos se agravan continuamente.
Hoy, casi terminando la primera semana de junio, ya se sabe que la meta inflacionaria para 2021 es incumplible, que fue testimonial y que quien se haya atenido a ella para diseñar su año cayó víctima de un engaño. Incluso la semi corrección que estos días realizó Santiago Cafiero cuando admitió que la marca podría estirarse de 29% hasta un 33% nació trunca.
En el último Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) que realiza el Banco Central, analistas de mercado elevaron sus pronósticos de inflación y estimaron que se ubicará en 48,3% este año. Hasta esta medición parece quedarse corta en base a lo que se observa de la inercia inflacionaria.
Con relación al crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) real para 2021, consideraron que será de 6%, es decir, 0,4 puntos de menor expansión del PIB respecto del REM previo. Además, pronosticaron una contracción de la actividad para el segundo trimestre de 2021 hasta 2,3%.
Las proyecciones del mercado están ceñidas a los datos duros de la realidad, pero también al rumbo político que toma el Gobierno frente a la coyuntura. Mes a mes las expectativas del REM van desmejorando porque, más allá de la crisis sanitaria que subyace todo, se observa que el manejo gubernamental de la crisis generalizada no es bueno. Y también, por qué no, desmejora por la venta de falsas expectativas. Porque no se trata de “vender” un improbable 29% al principio, sino de intentar convencer de un 33% después.