Gata astuta
En mi casa viven un gato y una gata. Un día, la gata se cayó por la ventana del tercer piso. Sobrevivió, pero se lastimó mucho una pata trasera. Incluso se le puso azul. Entonces el gato comenzó a cederle a la enferma su casita (antes no la dejaba ni acercarse), enterraba la caja de arena por ella y la dejaba comer primera. La gata entendió el esquema, y después de un tiempo comenzó a confundir la pata sobre la que debía cojear. El gato lo notó rápidamente: la echó de la casita, dejó de enterrar sus caquitas y comenzó a ir primero a los cuencos de comida.
Buen imitador
Mi vecina tenía un loro. Uno demasiado talentoso. En un corto lapso de tiempo aprendió a reproducir el sonido del timbre, y mi pobre vecina corría 20 veces al día a abrir la puerta. Un tiempo después, le regalaron un perro para su cumpleaños, las corridas hacia la puerta se terminaron porque cuando alguien llamaba de verdad, el perro ladraba. Mi vecina no podía estar más feliz con su perro. Pero su alegría no duró mucho. Dos semanas más tarde, el loro comenzó a “tocar” el timbre y luego a ladrar.
El proveedor
Hoy, mi gato se lució. Estoy sin dinero, llevo dos días sin poder comprar comida, venía pasando hambre. Él, en consecuencia, también. Esta mañana me levanto, y veo que en el suelo, frente a la cama, hay tres gorriones en fila, y detrás de ello, satisfecho, el gato. Cuando vio que me desperté, empujó uno de los pájaros hacia mí, como diciendo: “Toma amo, come un poco”.
Re malcriado
Una noche estábamos con toda la familia sentados en el sofá frente al televisor. El gato de mis padres (un enorme británico de unos 6-7 kg) se había tendido en otro sillón. Después de un tiempo, desde el sillón del gato se escuchó un disgustado “miau”. Papá saltó de su lugar, corrió hacia el gato y lo puso con cuidado sobre el otro costado. El gato bostezó y se volvió a dormir. Al ver nuestras miradas interrogativas, papá explicó: “Estaba en una posición incómoda”.
¡Qué torpe!
Me acabo de mudar a un departamento nuevo (en Alemania). Un día iba en el ascensor con una mujer joven y su perro, un hermoso labrador negro. Salimos del ascensor, y resultó que la mujer era mi vecina. Entró a su departamento, y yo me quedé de pie frente al mío, buscando las llaves en la cartera. Entonces escucho desde su departamento: “Sitz (“sentado”), Ritter. ¡Sitz!”, y luego en español: “Pero no sobre el gato, ¡idiota! ¡Levántate, tonto, levánta-a-a-t-e-e-! ¡Lo aplastarás, gordo!”. Empecé a reír a carcajadas, ella lo oyó, abrió la puerta, y así nos conocimos. Ahora, paseamos a los perros juntas.