Para quienes son descendientes de ucranianos decorar una pesanka tiene un significado profundo, ya que es un signo de vida nueva, y la Fiesta de Pascua de Resurrección, una particularidad especial. El sábado de gloria, por la noche, o el domingo de Pascua, bien temprano, es común que los feligreses acudan a sus parroquias para asistir a misa y bendecir sus canastas de alimentos, ornamentadas con bordados, ramas, flores y cintas de colores. El componente principal es la paska (pan de Pascua), secundado por las pysanky, embutidos, huevos duros, sal, queso, manteca, entre otros.

La tradición milenaria de los Pysanky nunca se vio interrumpida. Los inmigrantes la llevaron consigo a cada rincón del planeta que habitaron. En Misiones, la enseñanza se desarrolla en varias localidades pero se concentró en Apóstoles, cuna de la inmigración, donde se creó el Museo de la Pysanka, único en el país. En tiempos normales, numerosos turistas llegaban a la Ciudad de las Flores para apreciar este arte, pero en tiempos de pandemia, la actividad se vio restringida, como los cursos que anualmente brinda la religiosa Miguela Feyeka (OSBM), dando continuidad así a esta antigua tradición prepascual. En esta ocasión fueron sólo unos pocos alumnos los que pudieron asistir de manera presencial, con los protocolos vigentes.
El museo fue inaugurado en 1997, en coincidencia con el centenario de la llegada de los primeros colonos a Apóstoles. La construcción, que tenía apenas tres habitaciones, pertenecía a la primera cooperativa porque, en 1897, cuando desembarcaron los inmigrantes, se nuclearon en una entidad a fin de poder comercializar sus productos. Cuando vinieron los sacerdotes de la Orden de San Basilio Magno (OSBM) compraron el predio y levantaron allí un taller para jóvenes. Más adelante, las religiosas de la misma congregación, en 1939, adquirieron el terreno con la edificación y la convirtieron en el primer monasterio donde residieron las hermanas. “Cuando se comenzó a construir en los alrededores, esta parte se convirtió en depósito hasta 1995, cuando me establecí acá”, contó la hermana Miguela. Añadió que faltaban dos años para la celebración del centenario cuando el periodista “Jorge Balanda, sugirió que hiciéramos algo para presentarnos en tamaña fiesta. Pedí permiso a la madre provincial y pusimos manos a la obra para la puesta en marcha del museo. Comenzamos utilizando un sector, y cuando asumió como cónsul (honorario de Ucrania) Ramón “Nene” Hreñuk -quien más me ayudó-, agregamos dos habitaciones más para que tuviera salida a la calle Suipacha”.
A medida que el público apreciaba los huevos ornamentados, traídos en buena parte del Viejo Continente, comenzó la solicitud de cursos de aprendizaje. “Me empezaron a pedir que enseñara sobre las técnicas del pysanky y los bordados en punto cruz, para que la cultura no sólo sea expuesta, sino que esté en movimiento”, manifestó la religiosa. Las actividades se iniciaron en una especie de corredor, “pero en los días de mucho viento, o de lluvia, no se podía trabajar de manera cómoda, por lo que pedimos que se hiciera un espacio para taller. El año pasado directamente no lo utilizamos por la pandemia, y este año nos propusimos hacer con un número mucho menor de participantes, ateniéndonos al protocolo vigente”, acotó.
Acondicionar el espacio no fue tarea sencilla. Cada habitación está ornamentada de acuerdo al estilo de pintura de las provincias de Ucrania. “Es que cada una tiene su estilo en lo que hace a la vestimenta, a pintar huevos, al bordado. En la capital, Kyiv, por ejemplo, tienen los colores más verdes, más vivos. En Lviv, utilizan celeste y amarillo”, agregó Feyeka, que debió aprender sobre cada una de las regiones. “Eso hizo que comience a indagar en la bibliografía, buscaba en los libros”, dijo.
Durante veinte años fue asistente del cardenal ucraniano Jósyf Slipyj -fallecido en 1984- y, estando en Roma (Italia), le pidieron que fuera a organizar un museo en la casa donde el nació el prelado, en 1999. “Todo los elementos del lugar fueron restaurados. Cuando volví a Roma, me pidieron que hiciera otro, con las cosas que escribió, con las cosas que tenía en su habitación, por lo que el de Apóstoles, “es el tercer museo que armo”.
Mientras estaba en Roma, tenía que estudiar sobre la historia de Ucrania, geografía. “Me empapé de eso y hay que dar a otros. Lo que uno aprende, la cultura, no es para guardar sino para dar, para compartir. Por eso me decidí a enseñar a las nuevas generaciones, para que esto no muera. Me siento bien. Me gusta, de lo contrario no lo haría”, sostuvo la religiosa, que nació en Leandro N. Alem.
Después su familia fue a vivir a Panambí, pero como no había escuela “papá me trajo al colegio de Apóstoles”. Siendo pupila, nació su vocación religiosa. Acá terminó la primaria y el secundario, y en Berisso (Buenos Aires) completó el noviciado. “Me mandaron a Mendoza donde habían abierto una escuela, y en 1963, cuando el cardenal Slipyj volvió de Siberia -a donde lo habían deportado-, viajé a Roma en 1965. Después estuve en Canadá, y volví a Roma”. En 1985 vino a Misiones y desde ese momento no se movió de la tierra colorada.
Nueva esperanza
El ingenio de las mujeres ucranias puso al colorido huevo de Pascua en el plano más alto del arte folclórico. Su nombre proviene del verbo escribir=pysaty, es muy antiguo y se remonta a los tiempos paganos, simbolizando el renacimiento de la tierra con toda la naturaleza, el traspaso del invierno a la primavera, que es promesa de una nueva esperanza, de una nueva vida, salud y prosperidad. Con la llegada del cristianismo, comenzó a simbolizar “la Resurrección de Jesucristo con su promesa de un mundo mejor”.
Las largas noches de invierno se dedicaban a la decoración de los huevos de gallina, transformándolos en “pysanky”. Durante ellas, las jóvenes ucranias preparaban sus diminutas obras maestras para su tradicional bendición en las parroquias. Después de la celebración litúrgica del Domingo de Pascua y de compartir el almuerzo en familia, los jóvenes se reunían frente a las iglesias para bailar y cantar las alegres “hayivky”, y regalarse las “pysanky”, ya bendecidas, con felices augurios.
Las “pysanky” son decoradas con un sistema de coloreado similar al batik. Con un instrumento de escritura llamado “kistka” se van dibujando los diferentes símbolos con cera virgen de abejas fundida sobre un huevo blanco, crudo y fresco. El huevo se sumerge después de cada secuencia de ornamentación en tinturas de diferentes colores, comenzando con los colores más claros hacia los más oscuros. Después de haber extraído los huevos de sus últimas tinturas, se los deja secar, se los coloca sobre un paño en un horno templado para quitarle la cera, y así comienzan a verse estas miniaturas del arte popular llenas, en su superficie, de mágicos colores y ornamentos. Con un paño limpio y con sumo cuidado, se saca el brillo a la superficie para que luzca en todo su esplendor.
Con antelación, se quita el contenido del huevo para que no se eche a perder -no se debería sacar porque simboliza la vida-, pero con un clima cálido como el que tenemos en esta región, no se lo puede mantener. Con un tratamiento cuidadoso la “pysanka” durará por un tiempo indefinido.
En un primer momento, se adornaban los huevos con el sol, dador de vida. El gallo significaba la salida del sol; el girasol, era la flor del sol; el triángulo representaba a la familia. Con la llegada del cristianismo, el sol comenzó a significar a Cristo, la fe en Cristo, y todos los símbolos paganos, cambiaron su significado, empezaron a significar elementos de la nueva fe. Por ejemplo, el huevo empezó a significar la tumba de Cristo, de la que sale glorioso al resucitar; el triángulo, la Santísima Trinidad. Más adelante, se empezaron a pintar símbolos histórico-patrióticos como el tridente (tryzub) o los escudos.
El ritual de la ornamentación de los huevos comienza con unas oraciones especiales, cuatro semanas antes de la Pascua. Cada región de Ucrania tenía su propio estilo para ornamentar las “pysanky”.
Buenos augurios
Cada región de Ucrania tiene su pysanka con sus diseños básicos, y aunque los símbolos y sus significados son, en general, los mismos, su aplicación y diseños varían de un pueblo a otro. Es así, que en la región de los Cárpatos, sus habitantes -los “hutsuly”- utilizaban modelos con amplia gama de colores con diseños intrincadamente geométricos, mientras que en las amplias estepas de Ucrania oriental, los modelos de los diseños son más barrocos, con el predominio de diseños florales.
No existen dos pysanky iguales. Aunque los símbolos se repitan, cada una es diferente en su modelo de ornamento y color. Los colores también tienen su significado simbólico en los diseños, llevando mensajes de esperanza, amor y buenos augurios. El blanco simboliza pureza, inocencia, virginidad; el amarillo, reconocimiento y recompensa, hospitalidad; el naranja, fuerza, es el color de la llama del fuego; el verde, esperanza, libertad, fertilidad; el azul, el cielo, es el talismán para la buena salud; el rojo, espiritualidad, caridad, acción, pasión, fuego; marrón, madre tierra, felicidad, y negro, recuerdos.