Esa noche les conté que a fines de enero de 2018 me diagnosticaron cáncer de mama avanzado, tenía el pecho tomado, me harían quimioterapia y mastectomía. Mi mamá de edad avanzada y delicada de salud, mis hijos chicos que me necesitaban tanto. En ese momento dos pensamientos tenía en la cabeza: ¿cómo les digo a mi mamá y a mis hijos sin que sufran? y ¿qué me vino a enseñar ésto?
Mi deseo era descubrir la enseñanza, tomar la intensidad del dolor que sentía y transformarla en la fuerza para salir; que cuando mirara este momento pudiera decir con el corazón: “Gracias que me pasó ésto”. Pero en esa ocasión, me era muy difícil por lo que todos los días rezaba a Jesús pidiéndole que me ayudara a ver la enseñanza y que me diera las fuerzas para hacer lo que debía hacer.
Hablé con mi mamá, con mis hijos y unas mamás amigas para que fueran las mamás de ellos mientras yo no estuviera en Posadas, viajaba a Buenos Aires y no sabía por cuánto tiempo. Cada momento duro vino seguido de un regalo, luego de mi primer quimio no podía dormir tenía una sensación de corriente eléctrica en mi cuerpo y mi hermana me envolvió con sus brazos y piernas durante toda la noche; se pasó despierta diciéndome a cada rato: “Acá estoy”. Cuando el pelo cayó, yo estaba sola en Buenos Aires y recibí un mensaje inesperado que decía: “Buen día señora algo me impulsó a escribirle esto, Dios la ama mucho y dice que todo va a ir bien, en las manos de él, nada es imposible” o cuando una noche internada en unidad coronaria porque la quimioterapia me había dañado el corazón, ya completamente sin fuerzas dije varias veces hasta dormirme: “Jesús no me sueltes tu mano” a la mañana siguiente, una mujer desconocida golpeó la puerta de la habitación y dijo: “Yo pedí para limpiar esta habitación, solo quería decirle que Jesús está a su lado y esto va a pasar, yo también tuve cáncer y me afectó el corazón y mírame ahora levantando baldes” o cuando llegó el 12 de junio del 2018, día que me operaban y fue un éxito aunque había altas probabilidades de que mi corazón no pudiera resistir y por eso los doctores se negaban a operarme.
El cáncer me llenó de agradecimiento a mi familia, mi mamá que luchó como una leona, mis hijos que hicieron un gran esfuerzo, mis tíos que me cuidaron mientras estuve en Buenos Aires, mi prima y hermana que me cuidaron en mis operaciones, mis compañeros de trabajo que un día llevaron a mi casa un sobre con dinero para ayudarme con la operación “de tus compañeros del cable” y de tantas personas que rezaron por mí.
Aprendí que cada día es una oportunidad y un regalo, hay que saborear cada segundo, dejarse llevar “hasta donde esto me lleve” y tener la confianza en nosotros que si en algún momento algo no nos agrada, nunca es tarde, tenemos dentro la fuerza para elegir otro camino.