Esto me hizo recordar a cómo fuimos criados, cuando algo nos dolía generalmente te decían: “¡no llores!”. Así nos hayamos lastimado y doliera mucho, las lágrimas no estaban permitidas.
Las lágrimas derramadas ponían incómoda a la otra persona que no sabía cómo consolarte porque ella también había sido educada así, había aprendido que no se debía llorar.
Cuando nos detenemos y comenzamos a respirar algo que noto en los talleres es que ahí cuando hay espacio y tiempo aparecen las ganas de llorar ya sea porque estamos tristes o a veces como una forma de descarga. La ansiedad que sentimos hace eso, nos deja cargados y el llanto es una forma de liberar.
Mostrar nuestras emociones nos puede ayudar a ser más libres, a expresar lo que sentimos y si aparecen las lágrimas no guardarlas sino poder llorar y quedarnos un rato en silencio, sólo sintiendo.
Cuando hablamos de emociones como la tristeza o cualquiera de ellas que nos hacen llorar, no hay que entenderlas o explicarlas sólo sentirlas. A veces tratamos de explicar lo que nos pasa y cuando nos ponemos a pensar dejamos de sentir.
No importa la explicación de lo que nos dolió, no sos el único al que le sucede esto. Siempre estamos juzgándonos y comparándonos, por eso sufrimos, hemos aprendido a ser así.
Vivimos en una sociedad donde todo se explica y no pasa eso con las emociones, cada uno siente como puede con todo el bagaje que trae de su historia, cada uno manifiesta la misma emoción de diferente manera.
Hoy les pregunto: ¿Hace cuánto no lloran? ¿Nos damos tiempo para parar y sentir lo que nos duele?
Recuerdo como el caballero del libro haber guardado tristeza adentro, tan escondida y con ella muchas lágrimas que casi muero y ¿quién creen que sufrió? ¡Mi cuerpo!
Hoy elijo llorar y si alguien me ve no esconderme, no soy débil por llorar puedo mirar a los ojos y mostrarme tal cual soy. Hoy podemos decirnos: “No soy esa tristeza, ese miedo ni esa desilusión, soy una persona que está aprendiendo a sentir y por eso me acepto, valoro y me amo”.
Bendiciones