No decimos todo lo que pensamos, allí radica nuestro espacio de privacidad y eso está bien. Sin embargo, cuando callamos aspectos muy importantes de lo que pensamos, nuestras relaciones pueden verse comprometidas y con ello su desempeño y funcionamiento.
Una familia, una organización o un equipo donde se calla gran parte de lo que se piensa se “enferma”, ya que la palabra opera como el elemento básico de la cohesión interna de cualquier grupo.
Cuando esta brecha entre el pensar y el decir se profundiza se vuelve crítica y los miembros aprenden a desconfiar de lo que se dice, dejan de escucharse y se desconectan.
Es importante indagar en estas formas de funcionar para descubrir qué conduce a las personas a desarrollar estas rutinas defensivas del callar, qué esta sucediendo que los lleva a no revelar aspectos importantes de lo que piensan o qué temores condicionan el decir.
Uno de los principales problemas de estas rutinas defensivas del callar es que los miembros no sólo callan lo que piensan también callan el hecho de que callan, produciendo lo que el teórico empresarial estadounidense Chris Argyris llama el efecto del doble sellado a través del cual, el fenómeno borra sus propias huellas.
Al callar se cierra la posibilidad de hacerse cargo del problema, imposibilitando la corrección y el aprendizaje necesarios para la transformación.
La conversación privada revela nuestra forma de ser, los juicios. Según Argyris, el espacio de nuestras conversaciones privadas define los límites de nuestras posibilidades de acción.
El desafío entonces consiste en trabajar con los miembros -ya sean de la familia, la organización o el equipo- a fin de detectar el fenómeno, registrar estas conversaciones internas, abrirlas para abordarlas y consecuentemente generar aprendizaje.
Cuando abrimos estas rutinas defensivas liberamos una energía que permite construir comprensión compartida y avanzar hacia el objetivo de todos los miembros.
El conflicto forma parte del flujo del aprendizaje. La diferencia entre el buen funcionamiento y uno deficiente consiste en la manera de afrontarlo y las rutinas defensivas que se generan en consecuencia.
No temamos al conflicto, aprovechemos la oportunidad de mejorar que trae implícita. Siempre hay una buena manera de decir lo que pensamos.