Por Saxa Stefani
Psicólogo, investigador y docente. Director ceideps.org
En el anterior artículo exploramos como los sistemas -mal llamados- democráticos, son en realidad sistemas representativos y poco tienen que ver con la participación de la ciudadanía en las decisiones políticas que se adoptan. No decidimos sobre lo que se hace sino que decidimos -a través del voto- quiénes van a decidir por nosotros.
El término «calidad democrática» resulta muy útil para reflexionar en qué medida participamos o no en estas decisiones que terminan afectando nuestra vida cotidiana. Así, una «baja calidad democrática» quiere decir que los procesos políticos son menos transparentes y más «corruptibles».
El cambio del actual modelo representativo será inevitable en un futuro -desde nuestro punto de vista-, por dos motivos: por su baja calidad democrática, y por el desarrollo de las tecnologías de la información y la ciberseguridad actuales.
Se suele decir: «la democracia no es perfecta pero es el mejor sistema que tenemos», «los representantes hacen viables los debates», «no hay manera de recabar la opinión de todos». Pues bien, todo ésto ha dejado de ser cierto.
¿Cómo gestionar comunidades de miles, e incluso millones de personas, a través de un sistema de democracia directa o democracia no representativa?
En el anterior artículo mencionábamos el kleroterion como un artefacto diseñado en la Grecia clásica para permitir la participación con más transparencia y menor nivel de corruptibilidad. Si el lector sigue leyendo, descubrirá por qué hoy somos capaces de establecer nuevos sistemas de participación social con alta calidad democrática, gestionando volúmenes de datos casi infinitos, de forma fiable y segura.
¿Comunicaciónversus información?
El origen de la eficiencia y la efectividad de cualquier sistemas de comunicación reside en la cantidad de verificaciones que son posibles y en lo rápido pueda realizarse dicha verificación. Por ejemplo, para saber en qué medida una información es significativa o relevante, debe poder ser confirmada por varias fuentes, en el menor tiempo posible.
Si la información no es confiable porque no puede ser confirmada, o si la comunicamos tarde, perderá su relevancia. Este escenario empieza a cambiar con la incorporación de los sistemas computacionales, capaces de gestionar una cantidad sorprendente de información.
Y aunque este hecho será crucial en el desarrollo de la tecnología, no soluciona el aspecto de la centralización de la información. Este inconveniente solía abordarse con la participación de más actores y canales informativos, pero aún así persisten límites de legitimidad o fiabilidad en la información gestionada por estos grupos.
La creación y expansión de las redes informáticas agrupadas en lo que se da en llamar Internet, supuso el sistema descentralizado de mayor impacto en la historia de la humanidad.
Se inició una inundación de computadoras domésticas -primero- y dispositivos portátiles personales -luego- capaces de «correr» plataformas y aplicaciones a través de las cuales los usuarios compartían y almacenaban información, posible de ser utilizada en tiempo real, con diferentes fines, desde recreativos hasta académicos.
Cada usuario de estas plataformas, masivamente extendidas en tan solo dos o tres décadas permitió a cualquier ciudadano, no solamente consumir información disponible, sino pasar a producirla activamente, y hacerla llegar a cualquier punto de la red, incluso en vivo y en directo.
Descentralizado, no quiere decir que no esté controlado, muy por el contrario, significa que el control y la gestión está maximizada a un mayor número de verificadores y observadores. La descentralización es así un proceso ineludible para pasar de los valores ideológicos de justicia social, horizontalidad y participación activa, a escenarios reales donde éstos puedan ser aplicados.
Información en tiempos de fake news y ciberseguridad
Sin embargo quedaban dos aspectos fundamentales por resolver: primero, la introducción de información maliciosa o perjudicial al sistema que circula sin control, o con un descontrol intencionado y, relacionado con ésto, segundo, la seguridad de la información, es decir, que al producir el pasaje de información en un extremo u otro, dicha información no pudiera ser alterada o modificada -maliciosamente o no- por un tercero.
El primer punto nos lleva a una cuestión ética: censurar contenidos parece algo indeseable y sin embargo necesario. Si bien presenta una problemática de autoridad y legitimación, pensemos en el caso de la pornografía infantil digital.
Está claro que debemos preservar unos sistemas de control sobre ciertos contenidos que deben ser legitimados socialmente. Los problemas actuales a propósito de las fake news o de desinformación intencionada, son fácilmente solucionados en sistemas descentralizados, ya que como veremos la información es masivamente verificada y comparada (información por cadenas de bloques o blockchain).
El segundo aspecto, es más fácil de resolver en el plano teórico: tenemos el derecho a expresar una información -mientras que no viole la integridad física o psicológica de los demás- de forma segura y convenida de forma privada desde un punto emisor hasta un punto receptor.
La cuestión es más compleja desde el punto de vista técnico: muchas personas trabajan incansablemente para apropiarse o alterar información privada a la que no deberían tener acceso. Dado que la información se encripta en el mundo informático, los hackers trabajan para descifrar y penetrar los cifrados, con diferentes fines.
Los especialistas trabajan arduamente en mantener estos entornos seguros, ya que hay un desplazamiento de los aspectos de la vida cotidiana hacia plataformas digitalizadas, desde las relaciones familiares hasta las transacciones bancarias, desde activar el aire acondicionado hasta los programas de entretenimiento que asistimos. Todo son datos, y todo circula en la red.
Pero ¿por qué mencionamos esto y qué tiene que ver con la política y los sistemas democráticos?
Pues bien, los críticos de la utilización de los sistemas de información digital aplicados a los procesos de elección, argumentaban que la red no es un lugar seguro y que la información puede ser hackeada, alterando los datos y haciendo necesario abortar cualquier intento para su utilización.
Tal vez algún lector no esté aún al tanto, pero esto ya ha dejado de ser así: las tecnologías de cifrado actuales han demostrado ser resistentes y fiables, y esto es así en un gran número de aplicaciones que son utilizadas a diario.
Tal vez la más conocida es la de la tecnología blockchain aplicada al mundo monetario-financiero: el bitcoin. El bitcoin es una moneda digital, hasta aquí todo normal, dado que la creación de unidades monetarias es algo frecuente. Una moneda depende -básicamente- del respaldo material y/o inmaterial a la misma y la dinámica de la ley de oferta-demanda.
Lo excepcional del caso es que mientras las monedas corrientes suelen tener un sistema centralizado que intentan regular su valor, en el caso del bitcoin -y otras monedas digitales que utilizan sistemas similares- el valor es determinado en un sistema descentralizado, ya que son los mismos usuarios quienes regulan dicho valor.
Y además es criptográficamente seguro, ya que utilizan un sistema de cifrado basado en la combinación de un sistema público y privado, es decir que para acceder a la información tenemos una llave «partida», una parte es compartida en el ecosistema, pero carece de todo valor sin la otra parte de la llave, que es privada.
Por si aún esto fuera poco, cada acción en el sistema es única, personal e irrepetible ya que se administra un particular código o encriptación válida para esa particular transacción, por ese usuario exclusivamente y en un determinado momento temporal.
Si bien ya hace un tiempo se utilizaban estas tecnologías para fines investigativos o probabilísticos, encontramos sistemas de información de blockchain (descentralizadas) para establecimiento de precios, gestión de disputas, contratos, tomas de decisiones y un largo etcétera.
Si estos sistemas descentralizados ya han probado ser seguros y eficaces en un terreno tan sensible como el referido al dinero, imaginemos por un segundo el valor que puede agregar a cualquier aplicación social.
Los sistemas descentralizados significan algo muy sencillo: todos los usuarios funcionan como verificadores, como controladores. La aplicación entonces de sistemas tipo blockchain o descentralizados, pueden constituir un instrumento de facilitación y un empuje exponencial a la calidad democrática y a la participación política ciudadana activa.
Desde nuestra perspectiva no se trata de saber si este pasaje del sistema de gestión va a producirse o no, sino más bien, cuándo ocurrirá.