Sabemos casi a la perfección cómo terminamos 2020. Entendemos con muy pocas dudas lo que necesitamos para 2021. Pero el enero por llegar es la nada misma cuando quien lleva el timón del proyecto maneja las cosas de acuerdo a cómo se van presentando día a día.
Que la economía fue un drama todo el año no es novedad, pero la gran deuda sigue siendo la falta de un proyecto claro, con objetivos concretos y metas visibles y posibles.
El planteamiento de una agenda a futuro, al menos de mediano plazo, no se dejó ver en todo el año y así es imposible entender lo que puede llegar a suceder a partir de la próxima semana, cuando un nuevo período exponga a la Argentina a los complejos vaivenes de la agenda internacional y los desesperantes dramas del ámbito interno.
Pasó poco menos de un año desde que la pandemia ensombreció al horizonte y hoy, cuando buena parte del mundo ya elaboró un sistema de vacunación con fechas, edades y segmentos establecidos, quienes vivimos en el país aún no sabemos qué vacuna nos aplicaremos, cuándo nos tocará y ni siquiera si nos tocará.
El Gobierno manejó ese tema tan sensible tal y como lo hizo con la política y la economía durante todo el 2021. Poco y nada se entendió. Los problemas intestinos de una administración plagada de figuras con intereses propios, disociados de los de gran parte de la sociedad, quedaron al desnudo y con ellos se vio afectado el desempeño de la administración Fernández. De hecho, el “fernandismo” como construcción política sigue sin definirse.
A estas alturas de la crisis sanitaria, no haber resuelto al menos el programa de vacunación, condiciona enormemente la forma que adoptará la crisis el próximo año. Haber apostado todo a una vacuna cuya forma, marca, precio y hasta traslado no se tienen en claro describe brutalmente el estado de las cosas. El Gobierno sigue sin tener claros el rumbo y las formas… plantearse entonces la Argentina 2021 no tiene caso todavía.