Estamos próximos a celebrar el acontecimiento salvífico que moviliza a toda la humanidad con el nacimiento de nuestro salvador, Jesucristo. Es un momento de alegría y gozo. Todos los lugares se adornan con luces, los hogares con los hermosos árboles de navidad y el corazón se prepara para celebrar y compartir la vida.
A pesar de tantas alegrías que nos esperan, la Navidad del año 2020 seguramente será única para muchos de nosotros, ya que nunca nos ha tocado un festejo navideño con distanciamiento social y las restricciones para el tradicional encuentro de seres queridos y amigos. Frente a tantas situaciones externas que no podemos revertir, es una gran oportunidad para volver a la esencia de este gran acontecimiento que estamos celebrando como hombres y mujeres de fe. Navidad es la fiesta del amor.
Es la fiesta del amor que Dios derrama a la humanidad regalando una nueva esperanza y la certeza en medio de tantas incertidumbres.
Inmersos en tantas situaciones atípicas que estamos atravesando, es oportuno que en esta navidad podamos volver al silencio interior para contemplar el gran misterio de la Encarnación – un Dios que nos ama incondicionalmente y entrega a su propio hijo para salvar a la humanidad.
Tal vez este año sea una verdadera oportunidad para profundizar el espíritu navideño, desde la contemplación del gran amor que Dios nos tiene a cada uno, y lo que se manifiesta en el misterio de la Encarnación. Seguramente este silencio interior llenará nuestros corazones de alegría, confianza, paz y esperanza.
La navidad nos invita a vivir la gratuidad del amor, que es el regalo que recibimos como seres humanos. El amor gratuito e incondicional de nuestro Dios no se impone por la fuerza, sino que viene a salvarnos desde la sencillez y la fragilidad de un niño…que llena el corazón con todas las riquezas del amor. Contemplamos la fuerza de Dios en la fragilidad de un niño indefenso, en que nos sentimos representados.
En este tiempo de tantas situaciones de ausencias de nuestros seres queridos, el silencio atípico que impone la pandemia, la ausencia de varios seres queridos que están lejos, la enfermedad de aquellos cercanos… nos hacen confiar en la cercanía y amor de Dios que nos sostiene en nuestras fragilidades. Jesús vuelve a nacer en el corazón llenándonos de esperanza.
El nacimiento de Jesús transforma las oscuridades y amarguras en esperanza e ilusión. Cada Navidad es una nueva oportunidad para ilusionarnos nuevamente, con el amor de Dios que guía nuestros pasos y nos regala la fortaleza para superar adversidades. Es abrirnos a las novedades y maravillas de Dios que siempre nos sorprende y movilizan en la vida. Nos invita a enfrentarlas con la confianza puesta en un Dios que nos elige para vivir cada una de nuestras realidades.
La confianza en el amor de Dios nos devuelve la ilusión y nos invita a abrir las puertas del corazón a la esperanza de un Dios que siempre nos sorprende.
La Navidad nos impulsa a vivir en la luz que viene del mismo Dios. Nos invita a emprender el camino de la vida iluminado por la Palabra de Dios y la luz del Espíritu Santo, con un “hágase tu voluntad” como la misma Madre María, que supo confiar en la voluntad de Dios ante tantas situaciones de incertidumbres de la vida.
La Navidad nos enseña a vivir llenos de confianza en un Dios que nos ama y cumple sus promesas, disipando todas las tinieblas e iluminando el camino con la luz de la esperanza.
La Navidad es un llamado a vivir intensamente la ternura de Dios, acompañando a nuestros seres queridos que viven situaciones de fragilidad y abandono…dejando que con nuestra presencia se sientan aliviados, amados en la vida. Es compartir el rostro de un Dios-amor. Es confiar plenamente en el amor de Dios, es sentirnos amados por Dios y aceptar la misión de compartir y dar amor en la vida.
A todos les deseo bendiciones del Niño de Belén y una muy feliz Navidad!