Oscar Felipe “Lito” Redczuk (68) nació en la chacra pero con el paso de los años la política lo llevó por caminos impensados y le mostró todas sus facetas. Por estos días, escapando un poco de la pandemia y de la vida de jubilado, la tierra lo convoca a trabajarla de nuevo, como un pasatiempo, como lo hacía en aquellos años mozos, en Picada Yapeyú.
En esa zona pasó su infancia con sus padres Juan y Olga Hereluk, mientras asistía a la Escuela Nº 69, donde después su esposa, Margarita Makaruk, fue docente a lo largo de 27 años. Al finalizar la primaria, cursó el secundario en el Instituto “Juan Bautista Alberdi”, de Leandro N. Alem.
“No era muy divertido porque era la modalidad de internado, y los domingos tenías que agarrar tu bolsito, salir caminando hasta la ruta 14, tomar el colectivo y desde la terminal de Alem, caminar cinco kilómetros hasta el Instituto. Pero fue una experiencia de aprendizaje y de vida, muy linda”, comentó Redczuk, quien fue intendente de Colonia Guaraní por dos mandatos, además de Subsecretario de Asuntos Municipales, diputado provincial y nacional, y vicepresidente del IFAI.
Al terminar el colegio, volvió al Lote 95 de Picada Yapeyú, una colonia pujante, de casi doce mil hectáreas, con muchas plantaciones, que depende del Departamento Oberá. Junto a su familia cultivó yerba mate y té pero con “mucho trabajo manual propio, lejos de la tecnología actual. Mi hijo Marcelo, que administra esa misma chacra, lo hace con tractores, macheteadoras, pulverizadoras, arados. Nosotros lo hacíamos junto a nuestros padres, y de forma manual, con la ayuda de un caballo y la azada”, comparó.
Por razones de enfermedad de sus padres, fueron a vivir a Oberá, al mismo lugar donde reside actualmente, que pertenecía a su abuelo Nicolás -fundado en 1946-, donde “nos pusimos a armar un aserradero para sobrevivir. Mis hermanos Juan Carlos y Alejandro, ya habían formado sus familias, y con Margarita nos casamos el 11 de febrero de 1978, el Año del Mundial y nos fuimos a vivir a la misma chacra de Yapeyú”.
“Era el ofrecimiento familiar, de continuar con la administración (mi hijo Marcelo es la cuarta generación. Si mi nieto Felipe, aprende y sigue sosteniendo, será la quinta generación ligada al agro). La casa de la colonia era muy linda pero estaba abandonada, así que la arreglamos e instalamos agua caliente y luz eléctrica. Mi esposa consiguió trabajo en una escuela lejana, pero luego la trasladaron a la 69, que está a mil metros de la chacra, donde papá era el alumno Nº 8 del registro de creación del establecimiento”, rememoró.
En esa institución educativa estudió el propio Redczuk, sus hijos: Lorena, Marcelo y Lucas, además, su esposa fue docente. Durante el gobierno de Maurice Closs lograron crear en ese espacio el Instituto de Enseñanza Agropecuaria (IEA) Nº 13, próximo a inaugurar su edificio.
“Fue una iniciativa exitosa. En la colonia es todo solidaridad, es todo trabajo y todo acuerdo. Hubo militancia en lo político educacional, al salir a hablar a los padres sobre el beneficio de tener un instituto agropecuario en sus lugares. Permitiría que no hubiere desarraigo, y logramos el objetivo. En ocasiones voy y veo como trabajan los chicos, y es una satisfacción porque son cosas que soñamos. Muchos vienen del pueblo de Guaraní, con un transporte cedido por el Municipio”.
La vida “era muy triste” cerca de los 90, el agro funcionaba muy mal, y la hoja verde de yerba mate valía cinco centavos. “Era una lucha, y ya comenzaban a circular los petitorios”, recordó quien comenzó a militar en la Unión Cívica Radical (UCR) de la mano del exconcejal Anselmo Morawicki (ya fallecido).
En 1983, con el advenimiento de la democracia, la salud de su mamá mejoró, entonces “invitamos a mis padres a que fueran a vivir con nosotros a la chacra. Así mis hijos compartían la vida con los abuelos. Era algo lindo porque Marga se iba a la escuela y dejaba a los chicos con la ‘Baba’”. Con los mismos albañiles que hicieron la casa para Juan y Olga, levantaron un secadero de yerba tipo barbacuá, “con mucho sacrificio”, y a partir de ese momento comenzó el movimiento, el roce con la gente”.
En 1995 fue electo como intendente por dos períodos, en los que “trabajamos mucho. Era la presidencia de Carlos Menem, y surgió el Plan Trabajar, que exigía una contraprestación. Trabajamos con esas cuadrillas despejando los costados de los caminos, y en Colonia Tamanduá abrimos uno que estaba abandonado. La política fue tomando color en cuanto al trabajo político de militancia. Hoy todo cambió, ahora la militancia es otra cosa, es virtual. Creo que la gente todavía quiere la música, el abrazo, el choripán, el discurso. Creo que ese es el camino pero el mundo está diferente y hay que adaptarse”, rememoró, quien administró una comuna con 19 empleados y con esa cantidad dejó a fines de 2002.
En la vorágine
En 2003 surgió la Renovación, y 23 intendentes de extracción radical tomaron la decisión de acompañar a Maurice Closs. Es por eso que se consideran un poco “socios fundadores” de este proyecto.
“Muchos jóvenes no conocen esta historia, creen que la Renovación salió porque sí, pero la Renovación es un espacio político muy bueno, que hizo muchas cosas en la provincia. Pero es bueno tener memoria y conocer la historia, que tanto peronistas como nosotros, los radicales, abandonamos nuestras identidades. No fue una cosa fácil, fue muy dura”, explicó, entusiasmado, el dueño de un vehículo que en 2003 transitó 100 mil kilómetros “buscando consenso, porque no todos estaban de acuerdo”.
Poco después, fue convocado para ocupar el cargo de Subsecretario de Asuntos Municipales. “Fueron cuatro años en los que trabajé mucho, con (Carlos) Rovira como gobernador. Inyectamos la dinámica en el trato de los intendentes pero, además, la fuerza de la militancia política provincial para sostener un proyecto nuevo, que apenas veía la luz.
Luego de eso, la Renovación me otorgó la posibilidad de ser diputado provincial y, apenas electo, integré el Juri, que es un desafío muy fuerte, más que nada para una persona del interior, que no conocía muchas leyes, y tenía que participar junto a José Garzón Maceda, representando a la Cámara.
Durante el segundo año fui presidente de bloque. Fueron otros dos años de mucho trabajo. Rovira es un hombre puntilloso, seguidor de los temas y daba gusto trabajar, y me preocupaba cuando tenía que cumplir los planes establecidos”, reseñó.
El partido lo galardonó ocupando el tercer lugar como candidato a diputado nacional. Durante una campaña muy intensa, trabajó a la par de Sandra Giménez y “Marilú” Leverberg.
“Después fuimos al Congreso de la Nación. Estar en ese lugar era grandioso para un ciudadano de Guaraní. Te sentís chiquito porque sos uno más entre los 257, pero aprendimos mucho y logramos muchas cosas para los municipios.
Los últimos cuatro años trabajé en el IFAI, donde fui vicepresidente. Desde allí, me fui contactando con la realidad de las chacras y veía a personas mayores trabajando la tierra. Finalmente, la pandemia y el aburrimiento de la jubilación me hicieron volver al ruido. Soy feliz de haber pasado por esa experiencia”, aseguró.
Como este tema “pasa por la cabeza, le dije a mi hijo: dame un trabajo por el que no me pagues. Algo que sepa. Fui a la chacra de Morawicki, que él administra, y me puse a arar, pasar macheteadora, a regar la yerba. Vamos a plantar a cuidar, a mirar, está todo lindo, con sangre joven trabajando, administrando, con ideales, con ganas de progreso. De eso se trata la vida”.
Las vueltas de la vida
Contó que muchos de los amigos del colegio son profesionales y que él terminó el secundario pero que por razones económicas de la familia, no pudo continuar.
“Pero la vida me dio esto. No sé por qué”, se interroga. Pero el balance que hace es que la vida política “como la tomé, como herramienta de servir a la gente, me dio muchísimas satisfacciones. Eso de atender a la gente enferma, de conseguir contactos para que se la atienda, conseguir una silla de ruedas, luchar para hacer el camino de acceso a un colono, poner una alcantarilla, aunque no se vea porque se tapa con tierra”, ejemplificó. Contó que “había que idear, conseguir el recurso, todo eso queda en el corazón de la gente y en la vida de uno.
Tuve muchas satisfacciones. Sigo con algunos contactos a lo que les molesto por teléfono porque hay vecinos de Los Helechos, de Florentino Ameghino, de Guaraní, que todavía necesitan de mi solidaridad. Y eso es lo lindo”, manifestó.
Aseguró que “no soy una persona con recursos económicos. Estoy contento con mi jubilación, mi familia, mi auto, y tengo mucha paz porque a Dios gracias no salí en los diarios por ser delincuente. Salí por trabajar mucho en política, que es algo que amo”.
En Colonia Guaraní, donde todavía lo paran y rodean para saludarlo, cuando suele ir a comprar carne, “se pasó mucha angustia. Cuando era intendente, en la zona urbana había 1.400 habitantes. De esos, 900 eran muy humildes. Traté de hacer cosas por ellos, de mejorar sus viviendas, hacer desagües porque al lado de sus casas cruzaban arroyos, traté de asistir cuando vino el problema del dengue, la diarrea. Armamos comisiones con los pastores de la iglesia y avanzamos en distintos aspectos”, reseñó.
Y visiblemente emocionado, añadió que “luchar por la gente humilde era en esos años difíciles de la Argentina, muy triste. Ver a una madre joven decir que su hija hace dos días tomaba té y te decía: será que usted, intendente, ¿podría comprar un kilo de leche? Eso era muy duro”. En 2002 llegó a casa, puso el portafolio sobre la mesa y dijo a “Marga”: “acá se terminó el buenito.
Es que me iba a las 6 y antes de volver mi mujer tenía que calentar la sopa dos o tres veces, porque me atajaban por el camino, y había que atenderlos porque eras el intendente de su pueblo. Era muy duro en lo personal, resistir esas cosas.
Siempre gestionaba mercaderías, chapas de cartón, asistencia, porque yo tenía el estilo de ir a pedir, y gracias a Dios casi siempre dimos respuestas”, agregó, quien en el fondo “sigo siendo radical. En el fondo somos como los peronistas. Ambos hablamos de justicia social, de la educación pública, pero en el fin no lo practicábamos. Ni ellos ni nosotros. Me hice radical porque pensaban que el colono debería tener más recursos, mas créditos. En eso los radicales eran mas luchadores”.
Lo que más recuerda de los momentos en que vivían en la chacra, es su cumpleaños porque en algún momento había quince acordeones, tres bandoneones, y vaya uno a saber cuantas guitarras. Los muchachos iban cayendo a la fiesta de a poco.
“Hacíamos musiqueada viernes de por medio con “Pocholo” Dos Santos, “Tito” Feldick, que aún no vidente, hacía llorar la gaita. Eso hizo que las amistades se fomenten. Por otro lado, asistía el chamamecero de Ameghino, Antonio Yilka, uno de los mejores maquinistas de motoniveladora de la zona porque tomó cursos en la Dirección Provincial de Vialidad”.
“Entonces mi cumpleaños era eso. Cada uno venía con un trozo de carne que iban tirando sobre la parrilla, y mi señora cocinaba mandioca para que no faltara a la hora de servir la mesa, entre tanda y tanda. Eran tiempos en los que la política estaba amalgamada con los afectos”, celebró con cierto dejo de nostalgia.
Aunque en el último cumpleaños recibió casi 500 mensajes, además de las llamadas que no pudo contabilizar. “Toda la gente que estuvo conmigo me saluda, al igual que los colegas de la política. Los afectos lo levantan a uno psicológicamente, le dan a uno la posibilidad de seguir compartiendo”, dijo el hombre, al que le gusta salir, aunque no tanto como a “Marga, que tendría que ser agente de viajes porque tiene esa capacidad, ese don de organizar”.