Vamos caminando, manejando, nos preparamos un café, hacemos las compras y todo el tiempo esas palabras no dichas nos acompañan. Ocupan nuestra mente restando espacio para pensar cosas creativas y de color, ocupan nuestro corazón quitando lugar para sentimientos de paz y alegría, y entre más tardamos en decirlas se nos hace costumbre vivir con ellas, un día casi no las escuchamos, no las vemos, pero están ahí empañando un poco la alegría. Son esas palabras no dichas, esos sentimientos no enfrentados.
Como las palabras nacieron para ser dichas cuando no lo hacemos se disfrazan y salen escondidas a través de un dolor físico, una enfermedad, un grito dado por otro motivo, un llanto exagerado, vaciar la heladera, volvernos dispersos; las formas son infinitas como las personas, pero lo que a todos nos pasa es que necesitamos decirlas.
¿Por qué no lo hacemos? no queremos lastimar con lo que digamos, sentirnos culpables, tenemos vergüenza o miedo. Muchas veces esperamos que sea el otro quien se de cuenta de lo que sentimos y cuando esto no ocurre, esas palabras no dichas aumentan su volumen, las escuchamos más fuerte y nos duelen.
Lo que no decimos nos genera dolor, angustia, ansiedad. Hace unos días escuché que “la ansiedad es el sentimiento que aparece porque pensamos en el futuro por hechos dolorosos del pasado”.
El temor a volver a sufrir nos genera ese sentimiento. Cuando nos suceda, lo mejor es tomar conciencia de lo que estamos sintiendo, verlo y ponerlo en palabras aunque sean sólo para nosotros mismos, pero decirlas y darnos cuenta que la persona que sufrió aquello del pasado que tanto miedo nos genera volver a sufrir, no es la misma de hoy, en el medio hemos adquirido herramientas que nos permitirán salir adelante y poner en palabras lo que nos lastima nos empodera porque ya no estamos escondidos sino que salimos a afrontarlas con el corazón, con valentía, con lo que somos y lo que tenemos.
Lo cierto es que por muy difícil que nos parezca decir aquello que nos molesta, que nos lastima, lo que en realidad debemos entender es que las palabras nacieron para salir de la mejor manera, desde el amor hacia mí y hacia el otro, buscando comprenderme a mí y al que tengo enfrente.
Hablar de lo que nos pasa es darnos una oportunidad de encontrar una solución o al menos de saber en qué situación estamos porque parte del aprendizaje es aceptar que a veces no todo tiene solución o al menos no de la forma que imaginamos, pero si nunca lo hablamos nunca lo sabremos.
Hablar es construir puentes, es darle la oportunidad al otro para que nos cuente la historia desde su mirada, con sus razones tan valederas como las nuestras, siempre estamos a tiempo de tomar decisiones sobre qué haremos luego, pero nunca nos vamos a arrepentir de habernos expresado desde el corazón y quizás nos encontremos en el medio del puente abrazados.