OPINIÓN
Por Francisco José Wipplinger
Presidente de FJW SAT
Paso a paso, de la misma manera que se entra en un pantano, seguimos adentrándonos en las complejidades económicas del momento. Difícil es el camino que se recorre y difícil parece ser el horizonte que se avizora en este derrotero.
Hoy, más que nunca, el devenir de la crisis económica en la que nos encontramos y en la cual seguimos navegando, nos va dejando enseñanzas, nos marca el tipo de errores cometidos, pero, fundamentalmente, como siempre y una vez más, nos dejará una oportunidad para ser aprovechada.
La crisis, es preciso decir y aclarar previamente, no se inicia en este ciclo gubernamental. Esto viene de años de arrastre. Todos los gobiernos anteriores, en mayor o menor medida, han contribuido a engrosar el tamaño de la misma.
En los últimos cuatro años se habían puesto especiales expectativas en ver un cambio de rumbo, se brindó, por parte de todos los actores, especial confianza y respaldo para dar el marco conceptual propicio, que creara de una vez y para siempre las políticas de Estado primordiales en términos económicos, que nos fueran acercando a un futuro diferente fuera de este contexto de atraso, de mediocridad y frustración que transitamos cíclicamente, y en el que cada vez más nos estamos paulatinamente sumergiendo.
Estos ciclos de falta de horizonte, de atraso continuo, se deben entre otros casos a la falta de una estrategia clara, por una herrada visión geopolítica y una carencia de gestión económica que no nos permite nunca poder acceder a un futuro cierto, concreto y tangible.
Hoy, con un nuevo gobierno, seguimos con los viejos problemas, con formas de encarar los temas diferentes, pero obteniendo los mismos resultados, teniendo los mismos errores y desarrollando carencias de visión, de estrategia, falta de planes de acción y gestión.
Esto me lleva a pensar, a repensar y a tratar de concebir cuál es el rol del Estado nacional en esto. Identificar cuál es su misión y cuál debió haber sido es un factor preponderante, porque hay algo claro en esta metodología y es que son el Estado nacional y sus gobernantes los únicos responsables de este resultado altamente lamentable.
Dentro de nuestra sociedad, como en cualquier otra, hay actores que son preponderantes, jugadores claros, con roles específicos y necesarios que componen la actividad pública y privada.
Actividades privadas que se nutren de empresas pujantes, creadoras de riqueza y hacedores de trabajo, que pretenderán maximizar la productividad de su capital y sus utilidades, participando generalmente de los sectores más rentables de la economía.
Actividades públicas que se ocupan de los sectores relevantes del Estado, actividades que no se deben relegar a los sectores privados, que emergen de las actividades estratégicas del Estado, o que están allí por donde el privado no quiere estar y el Estado define que hay que estar.
Hay en este campo un tercer jugador que es el Estado, que solamente debería ser un hacedor de políticas estratégicas y un mediador exclusivo entre los privados y públicos, garantizando el criterio de ecuanimidad y siendo el último amortiguador de la economía por ser él quien protege a la sociedad y al pueblo de los estrados de pobreza, de indigencia y también de indefensión.
Hoy nuevamente transitamos y nos dirigimos hacia un nuevo colapso, la peor crisis económica conocida al momento producto de lo mencionado anteriormente, más lo impredecible derivado del estallido pandémico.
Y es hoy, precisamente, cuando debemos reflexionar sobre lo que el Estado hizo y hace por las empresas, por los profesionales, por los autónomos y los trabajadores, por los pasivos y por el pueblo en general.
El Estado nacional y su gasto público ha crecido y crece cual virus pandémico año a año, justificando siempre su accionar en el bien común olvidando su rol básico y fundacional, para transformarse solamente en un elefante blanco que protege su tamaño y a sus integrantes.
Es llamativo que el producto del accionar del Estado durante estos años y fundamentalmente en esta crisis, encuentre empresas quebradas o en vías de hacerlo y a trabajadores sumidos en la pobreza y sin trabajo o en vías de perderlo, reclamando ambos la misma proclama, la asistencia del Estado en la necesidad.
Es llamativo también que el mensaje de estos años y de este momento fuera y es el de igualar a todos hacia abajo.
Es un Estado que, como lema, lleva la movilidad social ascendente y en la práctica iguala en la pobreza a los trabajadores, profesionales, emprendedores y empresarios.
Es llamativo hoy pensar o analizar que hace unos cuarenta años nos preguntábamos por qué estábamos tan mal y hoy tenemos índices de pobreza que triplican los de aquella época, o una economía que ha caído desde los mismos años.
Con el mismo razonamiento cabe preguntarse ¿cuál es el tamaño del Estado nacional medido en el gasto público? Tremendamente alto es la respuesta, evaluado en número y en monto, por ende va administrando a su paso pobreza, escasez y desidia.
Pensemos sólo por un momento y a modo de ejemplo el gasto de un legislador nacional, con su sueldo, sus veinte asesores, pasajes disponibles, gastos de alquiler y otras vituallas que, medido en euros, es superior al de su colega del parlamento español y que al día de hoy, en el período 2020, sólo tuvo un día de sesión, o nueve el año anterior y diez en el período 2018, mientras que el europeo, lo hizo todas las semanas del año ¿Es esto entendible? ¿Es entendible que la biblioteca del Congreso nacional tenga 1.800 funcionarios? ¿Y 1.400 la imprenta del mismo organismo? Lógicamente la respuesta correcta sería “no”.
Estos ejemplos se podrían reproducir de forma casi infinita y sólo nos hablan del peso de Estado y su costo elefantiásico, que lejos de ser parte de la solución, integra casi la totalidad del problema.
Debemos de una vez y para siempre romper con este sistema de gasto insostenible, de atraso y mediocridad operacional del Gobierno.
Debemos cambiar y evolucionar este accionar, antes de que sea la gente que, colmada de carencias y necesidades, clame por un cambio de sistema.
Debemos también evolucionar, proclamando e instalando nuevamente la cultura de Trabajo, como parte del progreso, la cultura de Ahorro, como base del crecimiento y la del Esfuerzo como sostén, de la evolución económica.
Debemos también pensar que la Educación y la Preparación serán la verdadera base de la escalera de la distribución de la riqueza.
Debemos proteger paralelamente a la empresa, cuya figura es el sostén de los trabajadores, y al empresario como pionero, quien es sólo un mero administrador transitorio de un recurso esencial, el capital, que perdurará en el tiempo, generando los recursos necesarios para los movimientos de la actividad económica futura.
Estos son los paradigmas del presente y los desafíos del futuro, son las únicas bases fundacionales, para la generación de un país moderno y eficiente.
Un país diferente es posible si y sólo si, un Gobierno conciba al Estado nacional como una herramienta de ayuda al pueblo y no como una forma generadora de recursos para sí mismo. Y también entienda al gasto público como una erogación escasa, plausible de control, auditable y exigible.
Estamos ante un gigantesco problema como nunca antes hemos vivido, pero también ante una enorme oportunidad de cambiar nuestro futuro definitivamente y de demandar al Gobierno el cambio del Estado nacional y su gasto acorde a las necesidades del Pueblo.
En esta semana de Mayo, sería de Patriotas, pensar en empezar con este cambio. La baja del gasto público será el inicio real de que, por primera vez, el Estado nacional piense realmente en la gente, interprete al pueblo y sienta a la Patria.
Recordando que hacer la Patria no se declama, sino que se hace y siempre a favor, al lado y como beneficiario final al Pueblo, que es en definitiva estar al lado de Todos.