“La línea de producción imaginaria a la que nos suben desde el mismo día de nuestra concepción (…) y de la que podremos bajar sólo con la muerte, se trata de hacer algo útil con todo ese tiempo. Por eso, cuando este se pone en suspenso, todo se vuelve extraño”.
Ingrid Sarchman
El jueves 19 de marzo, cuando el presidente Alberto Fernández aún no había decretado la cuarentena obligatoria, ya estaban circulando los imperativos de “quedate en casa haciendo algo productivo”, llenos de recetas para atravesar cada jornada de encierro, con la idea de “aprovechar el tiempo” durante el aislamiento para, básicamente, no angustiarse.
Pero, ¿qué pasa con esa angustia que se siente y se rechaza? La psicoanalista y docente de la Facultad de Psicología de la UBA Alexandra Kohan, lejos de idealizar la situación, analizó estos imperativos con una mirada poco complaciente y empujó a repensar lo que está dado por cierto con esas recetas, porque “si el fin es no generar angustia, logran justamente lo contrario”.
Desde su casa, también cumpliendo con la cuarentena social obligatoria, Alexandra Kohan resaltó a PRIMERA EDICIÓN que es válido resistir a esos imperativos que pretenden anular el acontecimiento y lo real, “que de verdad son tremendos”, enfatizó.
Nos recetaron no angustiarnos con una lista de “sueños” postergados factibles de cumplir aprovechando la cuarentena, pero la receta (medicina contra el dolor, el miedo) está provocando lo inverso… ¿qué pasa ahí?
Esos discursos generan mucho más agobio y opresión, ya que se termina generando una nueva culpa porque no se está pudiendo cumplir con lo que se supone que hay que cumplir. Me parece que los imperativos que funcionan de esa manera, en principio, son inalcanzables: uno siempre está en falta respecto de esos discursos imperativos.
Me llamó la atención lo rápido que comenzaron a circular esas campañas. Creo, si mal no recuerdo, que el jueves, cuando todavía no había sido declarada la cuarentena obligatoria por parte del Gobierno ya estaban circulando estos imperativos de “quedate en casa leyendo”, “aprovecha”…
Yo todavía estoy pensando porque obviamente estamos todos atravesando por esto y justamente no sé si uno puede pensar tan rápido estando tan adentro del asunto.
Lo que sí me parece es que lo que no se calculó de ningún modo en todas estas campañas fue la angustia que iba a generar esta situación. Es que, claro, no es cualquier situación porque es totalmente inédita para todos nosotros, con ese ingrediente de que además es inédita para el mundo entero.
La gente que dice “tenés que hacer esto o lo otro” en general se lo está diciendo a sí misma. No quiere saber de la propia angustia, mucho menos de la angustia del otro.
El no pensar en la angustia, me parece, es mucho peor que no poder habitarla. Es lo mismo que empastillarte: lo real sigue ahí.
Sí me parece que es un momento para intentar, en la medida de lo posible, no pensar tanto en cómo va a ser después, sino en cómo atravesar esto, que ya es tremendo.
No sé qué grado de negación hay que tener para no estar angustiado, o qué grado de cinismo. Por supuesto que el mundo está lleno de gente cínica que cree que su vida no va a cambiar para nada y que no le importa el otro, por lo tanto, no está angustiada ya que piensa que su vida no va estar afectada.
Al comenzar con esas campañas para “aprovechar” la cuarentena, quienes las impulsaron se imaginaron o fantasearon escenas de placidez, con mucho tiempo disponible para hacer lo que realmente se quiere, cosa que a una semana de aislamiento ya comienzan a cambiar. Todo cambia casi minuto a minuto…
En toda esta situación, el tiempo es una variable nada más, no es la única. Para hacer todas estas cosas que uno quiere no necesita solamente tiempo: requiere un modo de habitar el mundo que hoy ya no está.
Lo que quedó totalmente colapsada fue la cotidianidad de uno. Lo más pequeño, ponerse el despertador para levantarse, quedó colapsado.
Entonces, todas esas cosas que nos mandan hacer son imposibles de cumplir porque no requieren sólo de tiempo, sino de un estado de ánimo y un estado de estar en un mundo que ya no existe. Ni siquiera hay un “afuera” donde escapar.
Nos pasa que todavía estamos más cerca de la vida anterior que de la nueva. Todavía nos damos cuenta de qué día es, pero se van a empezar a diluir esas nociones y esa rutina de la que uno tanto se queja, que -por otra parte- ahora queda diluida y no es tan agradable.
Las coordenadas espacio-tiempo quedaron trastocadas y es raro. Si bien es cierto que hay un montón de vida social que uno no va extrañar porque en otras circunstancias no querría tener, y en ese sentido uno está “contento” con el aislamiento. Sin embargo, una cosa es decir “que suerte” y otra muy distinta es realmente no poder hacer nada porque está aislado.
¿Qué hay detrás de la invitación a no pensar mucho y tratar de creer que no hay consecuencias?
Entiendo que es una dimensión de negación lógica. Por supuesto que la primera fantasía era “voy a tener tiempo de leer y de pensar en atravesar la cuarentena como si no fuera un encierro”. Sucede que pasan los días y esto se agudiza. La gente tiene mucho miedo de angustiarse, como si fuera que rechazar la angustia de cuajo no tuviera consecuencias.
Me parece que es al revés: es inevitable angustiarse, no hay modo de no angustiarse con ésto. No es que esté haciendo una apología de la angustia, pero rechazarla como se está pretendiendo rechazarla y hacer como si no pasara nada, es mucho peor después...
Hay una gran cantidad de personas con las que estoy hablando que no está pudiendo hacer nada. Una cosa es la fantasía de que el mundo cese sus demandas y otra cosa es lo que pasa: no es que cesaron las demandas, sino que se está terminando un mundo como lo conocimos. En la fantasía todos nos imaginamos, me parece, una vida plácida de estar tirados leyendo, ordenando el placard… Todos nos imaginamos esa placidez y me parece que está bien como primera instancia porque es una fantasía.
A ver, leer es suspender el mundo. Sin embargo, ahora nadie quiere sustraerse del mundo: está pendiente de lo que está pasando. Lo que está pasando es muy real y uno no puede sustraerse así nomás.
Luego también hay otros imperativos, quizá más oficiales, para que en teoría “los chicos no pierdan días de clases”, pero ¿es factible cumplir con “la tarea” sin el soporte pedagógico del aula, del maestro presente?
En estos días pensaba en la rapidez con la que se implementaron las clases virtuales, las tareas para los niños… Digo: ¡paren! Me pregunto ¿de verdad no pueden parar los niños de recibir tareas diez días o no importa cuánto?
Me parece que en realidad es momento de parar y tratar de advertir qué está pasando y de incluso hacer silencio en términos de todo este ruido que genera “lo que hay que hacer para…”, pero no hubo tiempo para eso.
Estos días estaba tratando de ubicar una figura para entender lo que nos pasa. ¿Viste cuando uno recién se está despertando y ya tenés que hacer todo, pero vos todavía está a destiempo del ritmo del mundo? Acá el mundo paró y somos nosotros quienes nos quedamos suspendidos pedaleando en el aire.
Paremos con los imperativos de productividad. O sea: hay que estar dispuestos a aceptar que se van a perder no sólo vidas: las pérdidas económicas serán enormes, muchos estamos preocupados por lo económico. Hay muchas dimensiones de pérdida. A mí me parece que la fundamental y la más inmediata pérdida es la cotidianidad, yo diría la más banal y que a su vez es la que nos sostiene, porque uno no está todo el tiempo reflexionando sobre la vida y la muerte, va al supermercado, vuelve, etcétera. Todas las trivialidades del día a día necesarias para la cotidianidad en las que uno se sostenía, cayeron.
Nos sacaron el mundo entero, no hay lugar donde fugarse, todas las fantasías de fuga que uno puede activar en su cabeza -“me voy a vivir a tal lugar”, que es todo fantasía porque a uno igual le gusta la vida que lleva-, ahora no se puede fantasear ni con eso, no hay a dónde fugarse…
Si el mundo que conocíamos cambió y ya nada va a ser igual, la pregunta es: ¿cómo lidiamos con eso que no va a ser igual?
No tengo ni idea, pero me parece que está bien no tratar de estar pensando cualquier anticipación. Que no vaya a ser igual no quiere decir que vaya a ser peor.
De todas maneras, estamos todavía demasiado adentro del asunto como para poder pensar eso. Esto tiene más bien que ver con los fantasmas que uno tiene que con cómo van a ser las cosas.
Alexandra Kohan
Es psicoanalista y docente regular de la Cátedra II de Psicoanálisis: Escuela Francesa, de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Es Magíster en Estudios Literarios por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Integra el grupo de investigación y lectura Psicoanálisis Zona Franca.
Colabora habitualmente en Revista Polvo, Revista Invisibles y otros medios. Colaboró en “Feminismos”, de Leticia Martin, editado por Letras del Sur en 2017. Coordina diversos grupos de lectura. Publicó en marzo de 2019 el libro digital “Psicoanálisis: por una erótica contra natura”, en IndieLibros. Este año publicará en Paidos un libro sobre el amor.