Por Sergio Dalmau
El presidente Alberto Fernández culminó hace pocos días su primera gira internacional. Si bien ya había hecho un viaje anterior a Israel, este último tenía como eje central en la agenda a la deuda externa, ese pasivo de 44 mil millones de dólares que Argentina le debe al Fondo Monetario Internacional y que forma parte de un pasivo mucho mayor que el Estado o mejor dicho su administración necesita refinanciar para poder comenzar a devolver y evitar por sobre todas las cosas el default.
El mundo no estaba tan cerrado como decían. Ya “con el diario del lunes”, uno puede atreverse a decir que el viaje presidencial cumplió con los objetivos; Fernández además de promesas acerca de futuras inversiones y de la foto con algunos de los principales líderes del mundo; consiguió que estos le brindaran su compromiso de interceder y ayudarlo para cuando llegue la hora de sentarse a discutir con el FMI.
Si volvemos por un momento a hablar de la gestión anterior, es pertinente recordar que una de sus banderas sostenía que “bajo la conducción de Mauricio Macri, Argentina estaba abierta al mundo y esas puertas se iban a cerrar en caso de que volviera el kirchnerismo”.
Siguiendo esa teoría, quedó en evidencia que las relaciones políticas son pragmáticas y con esta última gira volvimos a tener una muestra de eso. Aquellos que en su momento abrazaron al expresidente y elogiaban sus acciones, hoy respaldaron a quien tomó el mando y lo hicieron quedar como el nuevo líder regional.
La postura del Presidente argentino parece haber sido convincente, viajó hasta el viejo continente para dejar en claro que “no sólo se encontró con una economía destruida sino que además su gestión no se trata de un Gobierno populista y su idea es integrar a Argentina al mundo”.
En este contexto, habiendo sumado el acompañamiento de Angela Merkel, Emmanuel Macron, Pedro Sánchez y el papa Francisco, entre otros, Fernández pareciera tener todo encaminado para una negociación sin sobresaltos con el FMI.
Sumado a ello, en las últimas horas, trascendió que también podrá contar con un hombre de peso como Donald Trump y que la flamante titular del Fondo, Kristalina Gueorguieva anunció que ve con buenos ojos las medidas y el enfoque social que viene mostrando la actual gestión. La intención de la actual administración es aplazar los vencimientos por al menos dos o cuatro años, sin que esto genere intereses.
De igual manera pese al balance positivo, no siempre hay que confiarse del todo ya que las charlas formales comenzarán en los próximos días y una vez que empiece la renegociación, recién ahí podremos saber cómo se van a materializar los anuncios diplomáticos que hoy llenan de optimismo.
Así como dicen que del dicho al hecho hay un largo trecho, está claro que más de una vez existieron promesas que no se cumplieron.
En cierto sentido la gira fue alentadora, pero el panorama continúa siendo complejo y las próximas semanas serán claves. Se vence el plazo que la propia gestión se puso como límite para tener lista la renegociación de deuda.
En este contexto, desde el Ejecutivo reiteradas veces manifestaron que no se esperan mejoras en la economía hasta despejar el problema de la deuda. “Sin saber cuánto y cuándo se ha de pagar, no se puede siquiera confeccionar un presupuesto”, expresó el mandatario nacional.
En este sentido y retomando lo expuesto anteriormente, además del frente abierto con el FMI, el Gobierno, bajo la representación del ministro de Economía Martín Guzmán encara una renegociación con los bonistas privados. La mayor parte de una deuda global cercana a los 340 mil millones de dólares está en posesión de estos.
El terreno es complicado y el Gobierno sabe que no está tratando con niños. Marzo sería el mes apuntado para empezar a darle un cierre a esto que el Presidente denominó “una partida de póker”.
Aseguran tener las cartas y estar siguiendo un plan pero decide no dar ninguna pista a su adversario. Esconde su juego.
En esta partida todas las apuestas son muy altas. Pero quien más se arriesga es Argentina. Hasta el momento todo es incertidumbre y al menos públicamente nada parece incomodar al jugador de enfrente.
Por lo pronto, en este complicado proceso, otra de las buenas para la actual gestión es que durante la última semana, el ministro Martín Guzmán consiguió la herramienta que le permitirá negociar en mejores condiciones con los acreedores. El Senado convirtió en ley por unanimidad el proyecto de sostenibilidad de la deuda pública externa, en una muestra de respaldo de todo el arco político.
El proyecto aprobado declara “prioritaria para el interés de la República Argentina la restauración de la sostenibilidad de la deuda pública emitida bajo ley extranjera”. Puntualmente, la ley abarca los bonos emitidos en los canjes de 2005 y 2010 y los títulos públicos emitidos a partir de 2016; y dispone la renuncia a invocar la inmunidad soberana contra el embargo y ejecución de determinados bienes.
Y, entre otras cuestiones, autoriza al Ministerio de Economía a emitir nuevos títulos públicos para modificar el perfil de vencimiento de intereses y amortizaciones de capital; determinar las épocas, plazos, métodos y procedimientos de emisión de nuevos títulos públicos; y designar instituciones o asesores financieros para que actúen como coordinadores en el proceso de estructuración, entre otras facultades.
Dentro de todo este entramado siempre se pueden sacar cosas buenas, siempre habrá algo que deja dudas y alguna cuestión que preocupa.
Como cosa buena, es destacable esta nueva ley, ya que se trata de un gesto de madurez institucional. Más allá de las discusiones sobre las responsabilidades de cada partido en el endeudamiento del país, se priorizó la urgencia y la necesidad de brindar al actual Gobierno la mayor cantidad de facultades y herramientas para encarar el proceso. Si hay algo que deja dudas, sería que esta nueva recorrida internacional no quede, como en anteriores ocasiones, simplemente en lindas fotos y se traduzca en acciones. Y por último, lo que preocupa es que el mercado juega su propia partida, tiene sus tiempos y ha dado sobradas muestras de ser poco amigable.
El Gobierno ya tuvo una primera lección en el traspié de Axel Kicillof en su estrategia por el BP21 y el casi desolado nivel de adhesión que tuvo el canje lanzado por Guzmán para evitarse pagar 100 mil millones de pesos el 13 de febrero. El gobernador de Buenos Aires no pudo renegociar los vencimientos y debió afrontar el pago de 250 millones de dólares para no entrar en default. El mercado habla de una falta de comunicación y subestimación. Advierten que el diálogo con el gobierno es casi nulo. Es decir, se están escondiendo por demás las cartas.
De todos modos, en el caso Kicillof, habrá que ver a futuro si fue un error o si se trató de una estrategia para sentar precedentes y más adelante, cuándo ya no se pueda pagar, y en una posible disputa legal, hacer valer su buen comportamiento y esfuerzos por pagar.
Así es como en esta partida de póker hay muchas cuestiones que puertas para fuera de la Casa Rosada se nos escapan. Sí está claro, que más allá de cualquier distinción política, debemos hacer fuerza para que la actual gestión obtenga el mayor de los éxitos en esta renegociación, por el bien de todo un país y sobre todo para las generaciones que vendrán.