Carolina Altamirano Semchuk (36) se convirtió, casi sin querer, en una coleccionista de muñecas Barbie lo que, inevitablemente, la conecta con hábitos de su niñez. “Siempre me gustaron las muñecas. Crecí entre los 80 y los 90, que era el boom de la Barbie, era la época donde más auge tenían. Estábamos en plena época del uno a uno donde ingresaba todo desde Norteamérica y la muñeca rubia, flaca, alta, era el ícono de ese país”, rememoró la comerciante apostoleña, madre de tres mujeres: María Paz (19), María Valentina (13) y María Joaquina (10).
“Cuando empecé a reclutar las que eran mis muñecas para traspasarlas a María Paz, me encuentro con que la calidad no era la misma. Hace unos quince años, empecé a investigar si se vendían muñecas usadas y, de ese modo, descubrí que también había coleccionistas”, comentó. Con el paso del tiempo, su inquietud se tornó aún mayor. “Empecé a investigar y todo variaba ante la pregunta si la quería como coleccionista o si era para jugar. Depende de la respuesta, también cambiaba el precio. Y ahí empecé a indagar también sobre las colecciones. Particularmente porque a mi toda la vida me había gustado”, manifestó la dueña de alrededor de 300 ejemplares, sin contar casas, autos y accesorios.
Su familia dice que “estoy completamente loca”, afirmó, mientras estallaba en carcajadas. Primero “me miraban como a un bichito raro. Ahora ya entendieron, se dieron cuenta que a esta altura es en vano criticarme. A mi hija más chica, le encanta. Es a la que más le gusta, la que juega, va, mira, investiga, aprende y todo hace suponer que es la que va a seguir con la colección el día que yo no esté. No la dejo jugar con las de la colección. Tiene una cajita en la que están las que puede tocar, aparte de las suyas. Como se criaron viendo esto, no es algo que les tiente. Cuando viene gente que no es de mi casa, pregunta si puedo tocar, puedo abrir”. El no es rotundo. Tuvo que edificar una habitación exclusiva para su pasatiempo. “Necesitan estar lejos del polvo porque las cajas se van deteriorando con los años. Hay cajas que tienen más de 40 años. Nos mudamos a un departamento y tuvimos que construir una habitación exclusiva”, dijo.
Tiene más de 300, y unas 60 continúan guardadas en el empaque original. “Esas tienen un valor. Varían de acuerdo a la etiqueta de la muñeca. Vienen con distintas líneas. Viene la Play line (línea de juegos), la Platinum line, Gold line, la Silver, la Pink, es como los wiskys, con varias etiquetas. De acuerdo a las etiquetas son las unidades de venta que tiene cada muñeca. Por ejemplo, la Silver line, son entre 25 y 50 mil muñecas en todo el mundo. De acuerdo a eso varía el precio de cada muñeca. Igualmente, sacando el tema de las etiquetas, que son hechas para coleccionistas, hay líneas como la play line, que son muñecas hechas dentro de los países, sea en América y en España. Toy Story y Antex son dos fábricas argentinas que ensamblaban las muñecas en el país con licencia de Mattel, que es la marca origina de la Barbie”, explicó.
Buscaba comprar la muñeca cerrada, sellada, y se encontró con un mundo “grandote” de coleccionistas. La cuestión es que “empecé con una, que me llevó a otra, a otra, y así fui comprando no solamente cerradas, selladas, en cajas, sino empecé a comprar abiertas, a veces por lote, casi para el descarte, y empecé a rescatarlas, a restaurar, de hacer un trabajo de limpieza, de descubrir cuál es, cuál es su ropa”. Porque “si bien la Barbie –para los que no tienen interés en el tema- es una muñeca rubia. En realidad, cada muñeca tiene la característica particular, varían los ojos, las pestañas, las cejas, el color de pelo, amén que tienen un montón de profesiones, un montón de vestidos, de zapatos, y cada muñeca tiene su historia.
Es como que ahí empecé a aprender, a coleccionar, ya como un coleccionista adulto. Cada día se aprende algo distinto”, sostuvo. La incluyeron en un grupo de WathsApp de coleccionistas de Paraguay, en el que también hay chilenos,venezolanos, y en otro grupo de España, con quienes “nos pasamos información donde las venden, o compran”.
La colección de Carolina no permanece abierta. Hace un tiempo hizo una exposición en un espacio de lectura de Apóstoles. “Me invitaron a que llevara algo de las Babies e hiciera una exposición. Lo que me llamó la atención es que el coleccionismo siempre llama más a los grandes.
Se me ocurre que los niños están más apegados a la tecnología y ya no le encuentran el gustito al juego. Sin embargo a nosotros nos hace retrotraernos a la infancia, a cuando nos sentábamos a jugar. Ahora es todo celular, tablet, todo inmediato. Recuerdo cuando era chica me pasaba horas sentada armando la casita de la muñeca, inventando mis historias, muy de novela, pero me pasaba eso. Ahora están todo en lo inmediato y veo que perdieron ese amor por el juego”, expresó, preocupada.
Por lo pronto, conociendo otras colecciones, asegura que la suya “es muy austera”. Y que le encanta compartir. “Cuando me preguntan, me apasiona contar, me gusta mucho mostrar, no me lo quiero guardar. Con la gente de Paraguay evaluamos armar algún evento en Asunción, porque el coleccionismo de Barbies en la capital paraguaya es muy nuevo”.
Se hace tiempo para su entretenimiento. Por lo general es el domingo a la mañana, cuando todos duermen. “Me levanto temprano y me escapo a la habitación de las muñecas. No molesto a nadie, tampoco nadie me molesta. Estoy con ellas, arreglo alguna, busco alguna ropa, y así. El abrojo (así llama a Joaquina) me sigue, tiene buena memoria y es como una pequeña secretaria”. La última se la compró su mamá, Carmen, una docente a punto de jubilarse, “que está cumpliendo el sueño de comprarse bebotas. Tiene unas cuantas, su colección es muy chica, pero de a poco va creciendo”.
En Misiones no conoce a nadie “que coleccione de este modo. Hay quienes se inclinan por autitos, monedas, estampillas, pero no supe de muñecas. Así como estamos sería la primera y la única. Si existe ese alguien y quiere contactarse, sería genial”.