Aunque no muchos la conozcan, esta es una historia que cumple 55 años y que nació acá en Misiones. El 23 de diciembre de 1969 un pequeño mono caí nacido en plena selva misionera y bautizado como “Juan” se convirtió en el “primer astronauta argentino” en ser enviado al espacio, cinco meses después de la llegada del hombre a la luna, nada menos.
Aunque esta hazaña espacial para el país y que involucra en forma directa a la tierra colorada comenzó mucho antes. En la década del 60 Argentina estaba desarrollando desde hacia varios años una política espacial, al igual que las grandes potencias mundiales.
En 1967 puso en el espacio al ratón Belisario y buscó seguir perfeccionando sus cohetes, con el objetivo de desarrollar una forma directa y autónoma para poner satélites en órbita. A largo plazo también se consideraba realizar vuelos con humanos.
Para profundizar dicho plan se decidió enviar un mono al espacio, monitorear sus signos vitales durante el vuelo y traerlo de nuevo con vida.
Nació en Misiones
Allí entra en acción Misiones, puesto que meses antes de ese histórico 23 de diciembre, Gendarmería Nacional capturó un mono caí en la selva misionera. El mismo pesaba 1,4 kilos y medía 30 centímetros.
Juan, tal como lo bautizaron, era dócil, manso y tranquilo, y así viajó de Misiones a Córdoba.
Allí lo esperaban los médicos, científicos, ingenieros y militares del Proyecto BIO de la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales, la agencia espacial argentina, de ese momento.
Monitoreo de avanzada
El equipo del Proyecto BIO tenía como principal objetivo monitorear los signos vitales de Juan en tiempo real durante el vuelo y regresarlo con vida a la superficie. Para lograr el primer objetivo se conectaron varios nodos al cuerpo del animal, cuya información era transmitida al Centro de Experimentación de la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales mediante un sistema telemétrico desarrollado especialmente para esta misión, que luego sería utilizado en aviones de la Fuerza Aérea Argentina para monitorear el estado de los pilotos.
Desde La Rioja a la historia
El 23 de diciembre de 1969 fue lanzado desde el Centro de Experimentación y Lanzamiento de Proyectiles Autopropulsados de Chamical, en La Rioja, el mono misionero “Juan”.
A las 6.30 se impulsó en forma exitosa el cohete sonda Canopus II, integrante del programa espacial coordinado por el Instituto Aerotécnico de Córdoba, con el primate de la tierra colorada como tripulante en un vuelo suborbital (no entró en órbita) que alcanzó una altura de unos 70 mil metros, entonces el motor se apagó y se separó de la ojiva, que a partir de allí siguió su ascenso impulsada sólo por la inercia otros 12 mil metros, ya fuera de la atmósfera. Juan subió hasta una altura máxima de 82 mil metros.
Como un astronauta
Vale resaltar que Juan viajó sedado, para mantenerlo quieto, pero consciente. Estaba cubierto por un chaleco impermeable y sentado en un asiento diseñado especialmente para reducir los efectos de la aceleración sobre el cuerpo del animal, ya que lo recostaba de una manera tal que las mismas entraban de forma transversal al cuerpo, igual que los astronautas de la NASA.
Este asiento, a su vez, estaba dentro de una cápsula llamada Amanecer que se encontraba ubicada en la punta del cohete Canopus II, que ya había realizado dos vuelos de prueba. Adicionalmente, la cápsula estaba presurizada y contaba con una reserva de oxígeno de 20 minutos.
El cohete se diseñó y produjo en el país, medía 2,40 metros de largo y 32 centímetros de diámetro, y contaba con cuatro aletas cruciformes para estabilizarlo.
“Que Dios te ayude y te esperamos de vuelta”, le dijo a Juan al cerrar la escotilla, el comodoro retirado e ingeniero aeronáutico Luis Cueto, que intervino en el proyecto y fue uno de los grandes mentores de esta misión.
A su regreso a la tierra, la cápsula fue encontrada colgada de un arbusto. Tras su avistaje, en forma inmediata un helicóptero llevó la cápsula cerrada hasta la base del lanzamiento para verificar si Juan había sobrevivido.
“La cápsula fue introducida en el taller de verificación final, y las manos rápidas, casi nerviosas, del doctor Hugo Crespín, director científico del proyecto, extrajeron al todavía somnoliento Juan. ¡Vivo, está vivo!, exclamaron todos eufóricos”, así publicó La Nación en su edición del 24 de diciembre.
El objetivo fundamental se había cumplido: la recuperación de un animal vivo y sin alteraciones después de un vuelo de 15 minutos que alcanzó los 82 kilómetros de altura.
Juan un monito misionero de dos años pasó a la historia, al transformarse en uno de los protagonistas de la historia espacial argentina. Su viaje fue único en Latinoamérica.