Asegura que regresa a Misiones cada vez que la nostalgia se hace sentir en el pecho. Recarga energías y retorna a Europa para afrontar al resto del mundo.
Tras inaugurar en el Museo Provincial de Bellas Artes “Juan Yaparí” la muestra “Volviendo a mis raíces”, habló con Ko´ape y dio detalles de su vida, su familia y los motivos que la llevaron a su madre y hermanos a radicarse en el viejo continente.
Recordó que nació en una casa de madera, muy linda para la época, que levantaron sus padres, Enrique Anders y Steffani Müller, quienes se conocieron a través de cartas que se escribían mientras él vivía en Misiones y ella en Berlín, Alemania, donde estudiaba moda y teatro. “Se escribieron durante once años y decidieron conocerse. Planificaron una vida juntos, y funcionó porque se enamoraron de repente. Ambas familias vivían en Silesia, un pueblo que hoy pertenece a Polonia.
Papá vino a los siete años, junto a mis abuelos, y mamá, joven y talentosa, después de la Segunda Guerra Mundial, porque la situación de Alemania era complicada. En Europa escuchaban decir que Argentina era el país de la miel y la leche. Que era muy simple armar algo nuevo, de cero, y eso los animaba. Pero la verdad era que no fue así. Fue muy duro para todos”, relató la mujer, que en su casa tiene guardadas todas las misivas que intercambiaban sus padres y que muchas veces pensó en la posibilidad de hacer una película sobre semejante historia de amor. La pareja vivió un tiempo en Oberá y luego compró un terreno en el centro de Caraguatay, sobre una calle de tierra, cerquita de la escuela, donde nacieron los tres hijos: Esteban, Máximo y Gina (Regina).
Su hija asegura que “fue un amor muy grande. Mi mamá tenía alma de artista, y papá administraba un aserradero y un taller mecánico. Y así crecimos, en medio de la felicidad que tenían los dos.
Vivían una vida un poco loca para la época. No se si en casa hablábamos castellano o alemán pero recuerdo que fuimos a la escuela con los aborígenes. Tengo un recuerdo muy lindo de las jarritas de aluminio, el reviro. Son cosas simples que después de mucho empecé a recordar, esa sencillez que fue tan rica de otra manera”.
Agregó que “estuvieron contentos, felices, hasta que papá murió” a raíz de un accidente automovilístico mientras conducía un auto recién traído de los Estados Unidos. La vida cambió para Steffani y sus hijos en un abrir y cerrar de ojos. “Mamá se quedó sola con tres chicos en un mundo machista. Lucho y sobrevivió. Inició un juicio contra la empresa de gaseosas -cuyo camión ocasionó el desastre- para que nos indemnicen y llegó a escribir una carta al presidente Onganía para que intervenga, pero no surtió efecto”. Las cosas se pusieron mal y la mujer decidió volver a sus raíces.
“Quiso programar para sus hijos un mejor futuro. Un vecino carpintero confeccionó tres cajones de madera dura, de un metro por un metro, donde pusimos toda nuestra vida, y que después nos repartimos entre los hermanos. Antes de irnos, vendimos las cosas que teníamos en la casa, repartimos, regalamos, hasta una de mis muñecas. Me acuerdo de esos momentos”, contó. Con el corazón roto y después de dos semanas de viajar en barco, arribaron a Alemania en pleno invierno.
“Llegamos a una vida muy dura, primero por el frío, después porque debíamos estar encerrados en un departamento cuando nosotros veníamos de la libertad, y mi tía que preguntaba porqué los chicos (nosotros) no podían ser como los otros. Después comenzamos la escuela y teníamos que hablar alemán. Pero en todo este proceso, mi mamá fue una grande, en todos los sentidos”, aseveró, emocionada.
Mientras las cosas se iban acomodando, “yo seguía con mis dibujitos de moda como cuando iba a la escuela Nº 67, y agarraba tizas para hacer garabatos en el pizarrón. Y es como que mi mamá me allanó ese camino, de ella heredé el talento. Además, en el pueblo había una jovencita rubia, Heike Peters, también hija de inmigrantes alemanes, que ya por aquel entonces (1968-1974) era modelo en Buenos Aires. Cuando volvía a Caraguatay e iba a casa, yo me quedaba embelesada porque se sentaba sobre la mesa de madera con una pollera corta, mostrando sus piernas largas. Me llamaba la atención ese mundo de brillos. Además mi mamá diseñaba y cosía nuestra ropa. Siempre anduvimos con ropas delicadas, que sobresalían del resto, con telas que mandaba la “oma” desde Alemania o la tía desde Suiza”.
En Alemania Steffani consiguió trabajo pero ya alejada de la moda. “Nos ubicamos. Vinieron los primeros amores y nos comenzamos a sentir mejor porque los primeros años fueron difíciles para los tres. La primeras semanas estuvimos en Suiza, cerca del lago Constanza, y después fuimos a Meersburg. Fueron tiempos muy intensos porque nos decían ‘cabeza cuadrada’, ‘monos del monte’, ‘comedores de spaghetti’, porque había muchos inmigrantes italianos allá, por 1970”, relató Gina, que habla con fluidez el castellano. Se justifica, al señalar que trabajando en la moda viajó a New York en varias oportunidades “y me sentí muy a gusto tanto ahí como en Los Ángeles porque todos los empleados eran mexicanos y hablaban castellano. Estaba tan familiarizada, al punto que quería mudarme hacia allá. Ahora me sale mejor porque desde hace dos semanas estoy en Posadas, hablando más fluido con mi amiga de la infancia ‘Teté’ Moras”.
En lo más profundo…
Hace un año Gina estuvo en el Alto Paraná, en el terreno que nació y le quedó en herencia. “Estaba buscando esas mariposas azules, las chicharras, las taca taca, los lagartos. Me quedé tranquila porque cuando estoy en Alemania sueño con estar acá, y viceversa. Tengo dos corazones que se complementan y se pelean. Por eso esta muestra, como la del año pasado, son interesantes también para mí, porque me remueven los sentimientos”, alegó.
Insistió con que “voy a ir a Caraguatay para renovar mis sentimientos, volver a mis raíces no con tanta melancolía. Siempre sufro al recordar las penurias de mi madre. Es algo raro. Ahora lo hago con más madurez, desde una vida un poco más equilibrada, porque puedo mezclar esos dos mundos de una mejor manera. De todos modos es una sensación rara”.
La tumba de su papá permanece en Caraguatay, en un cementerio en medio de viejos árboles, donde “escucho las chicharras, y veo las mariposas. Desde hace un tiempo, tomé por costumbre juntar un poquito de tierra roja y de las hojitas que están sobre el sepulcro, llevo a Alemania y voy adonde está enterrada mi mamá y hago una transferencia de la tierra. Allá existen doce bosques en los que se puede sepultar al costado del árbol que elegís. A ella le gustaban los bosques y caminar en ellos. Para acá también traje un poquito de tierra de allá con restos de castaña porque es época del fruto. Los sigo vinculando, busco que se sigan comunicando y eso me da mucho placer. Me tranquiliza, se que de cualquier manera estamos todos conectados”.
La idea de las cartas
Cuatro jóvenes que residían en Montecarlo pretendían conocer a chicas alemanas y pusieron un aviso en una revista de modas en Breslau (ahora Breslavia Polonia), que Gina aún conserva. “Chico de 18 años de la selva, se quiere escribirse con una chica alemana”, señalaba el escrito, y la contestación debía llegar a un solo destinatario. Del aviso se hicieron eco muchas mujeres. “Mi papá trabajaba en la usina y cuando se repartieron las cartas”, le tocó en suerte la de Steffani, que en 1939 tenía apenas 14 años.
“Se siguieron escribiendo por años, eran cartas infantiles que siempre releo. En 1943 todo se detuvo por la guerra. Volvieron a retomar en 1946, por iniciativa de Steffani, que fue la que se animó pero tanteando, buscando saber si él tenía otra mujer, pero Enrique la estaba esperando. A esa altura eran escritos muy disimulados. Él tenía la escritura muy pequeña entonces antes de venir mi mamá le mostró la carta a un hombre que hacía grafología y éste dijo: con el te podes casar, y se largó para acá. Con ese impulso, llegó a Buenos Aires, sola, en un barco, en medio de un movimiento inmenso de inmigrantes. Su arribo se adelantó y fue recorriendo los controles sin encontrar a Enrique.
“Cuando supo que el barco ya había llegado papá fue a buscarla, se abrazaron y se casaron para dejar los papeles en regla. Vinieron en tren hasta Posadas y después a Oberá. Ella estaba contenta, en poco tiempo había engordado después de pasar tanta hambre”, relató.
Cuando Steffani volvió a su tierra, en 1969 y con sus hijos, también lo hizo en barco. El viaje hacia lo desconocido, también fue un “espectáculo”, por las vivencias que experimentaron mientras iban por el Mediterráneo, también en Montevideo, en Santos, en Río de Janeiro, donde “mamá nos hizo bajar y tomamos un taxi para ver el Cristo Redentor. Nos llevaba a esos lugares para mostrarnos algo del mundo y para que conozcamos”.
Antes de dejar su casa de la tierra colorada, “vendimos las cosas que teníamos, repartimos otras y regalamos muchas, hasta una de mis muñecas. Antes de salir hacia Posadas en el auto de un conocido, mamá colocó tierra roja en una taza y la guardó. Ya grandes, cuando salíamos de la casa para vivir solos, repartió para cada uno con un dibujo de un gaucho hecho por ella, que hoy forma parte del decorado en nuestras casas. Después subimos al Singer que nos llevó hacia Buenos Aires, y luego el barco. Con poco más de diez años, quería besar mi tierra para decirle adiós pero tuve vergüenza porque había demasiada gente, claro que después me arrepentí de no haberlo hecho”, lamentó la artista.
Cada cosa en su lugar
Tras cursar la Maestría de Moda, en Munich, durante años se dedicó a la publicidad relacionada a la moda, recorriendo el mundo y rodeándose de prestigiosas modelos como Carla Bruno o Laetitia Casta. Pero hace algunos años se alejó de ese ámbito para dedicarse a las artes plásticas. “Fue una gran etapa de mi vida, con mucho trabajo y mucho estrés. Siempre tuve talento para pintar y dibujar especialmente en moda. En los viajes hacía bocetos, para aflojar las manos y tenía ganas de pintar más.
Nunca había tiempo porque vivía con 14 o 15 empleados. No había lugar para eso. Luego me volqué a la anatomía, dibujando desnudos con modelos en vivo”, dijo.
Hace doce años se enamoró en Buenos Aires y comenzó su pasión por el tango, “que siempre lo sentía pero no había tiempo para eso. Comencé a venir más seguido y en ocasiones me quedé una semana sólo para bailar, y después volvía. Ahí me empezaron a dar ganas de venir a Misiones, a saber un poquito más de mi infancia, de los olores, las chicharras, el reviro, el barro, la tierra roja, que nunca olvidé” mientras se movía por ciudades como Nueva York, Nepal, Sudáfrica.
Confiesa que ahora “estoy más tranquila, fuera de ese mundo acelerado, y comencé a trabajar en temas más específicos. Un gran tema fue el tango porque podía transmitir lo que siento en el baile, en mis pinturas, porque mis pinturas no son abstractas. Me inspira mucho el tango para pintar. Busco, por ejemplo, protagonistas de tango y a esas mujeres interpreto”.
Intenta trabajar en Alemania cuando el día es muy gris, pintando la tierra roja, buscando expresar a Misiones, que tiene los colores muy fuertes. “Normalmente no trabajo con colores fuertes, sino con fríos, así que me tenía que sacar eso y creo que lo logré. El verde, la tierra roja. Me dio mucho placer comenzar con estas cosas con las que quiero seguir”, comentó, quien lleva sus muestras entre los escenarios de tango de Estocolmo, Bélgica, Italia, y Munich, donde reside.
En sus obras, de las que 47 expone en el Yaparí hasta el 30 de noviembre, va pintando bailarines, a Misiones, el problema de la sexualidad, los desnudos naturales.
Sobresale un cuadro de Marilyn Monroe que pintó cuando era muy joven. La trajo desde Alemania para mostrarla “porque son mujeres que vivían en una época en la que no existía la cirugía plástica”.
En su trayectoria todavía “no hay muchos cuadros de mis raíces. Son solamente dos los de aquí, de Misiones, porque todavía no encontré aún una forma de mostrar que me siento muy misionera pero tengo también el toque del mundo y me siento también muy alemana”.