Cuando el río Uruguay empieza a ensancharse, en su último largo tramo antes de cruzarse con el Paraná para meterse al mar como Río de La Plata; 14 kilómetros al norte de Colón y a casi una hora de viaje en lancha se encuentra el banco de arena del Caraballo, singular reserva natural que en sus doce kilómetros de extensión, contiene a una diversidad de aves que la sobrevuelan mágicamente y en su largo médano hacen colonia y crían a sus pichones, por lo que es ideal para un safari fotográfico y el turismo de aventura.
Desde el cielo, el banco de arena del Caraballo es una lengua dorada que cuando baja el río se hace una con la orilla, en la desembocadura del río homónimo que se asoma serpenteante desde tierra adentro.
Las postales que regala ese paraíso natural alternan entre el horizonte casi infinito de desértica arena y el atardecer de pinceladas naranjas, rosas y lilas, modeladas por el sedimento que baja presuroso. Formaciones de arenales de este tipo no son comunes río arriba, donde el Uruguay es más angosto y profundo, y sus aguas bajan con más fuerza.
La mayor parte del año, el promedio de altura del río supera los dos metros y medio, por lo que el banco de arena queda aislado de la tierra firme. Más aún, cuando empieza a bajar y no supera el metro y medio, el arenal se hace uno con la costa, de modo que caminando se puede ir y venir del Caraballo.
El médano gigante no puede recorrerse en su totalidad sin protegerse del sol y el calor, por lo que es recomendable tomar precauciones y asesorarse correctamente antes de llegar al mismo.
Paraíso para preservar
Un pequeño monte de sauce y timbó, como pequeños manchones verdes ocupa entre un diez y quince por ciento de la superficie total de la isla.
Entre las aves que habitan esta formación hay algunas playeras migratorias y águilas pescadoras que llegan desde Estados Unidos para reproducirse. También hay patos, garzas moras y blancas, gaviotines, jotes, chimangos y rayadores.
La falta de vegetación hace que muchas de esas especies utilicen al banco de arena como “parador” para descansar y seguir vuelo. Algunas ponen sus huevos y crían a sus pichones en las mismas arenas. Son no más de 45 a 50 días al año los que necesitan los rayadores en apenas 850 metros cuadrados de toda la extensión de la isla, para reproducirse y sostener la diversidad de la fauna de la región.
Es por ello que constantemente organizaciones ambientalistas trabajan en la concientización en las escuelas y también con los agentes turísticos para promover un uso amigable con la flora y la fauna autóctona de estos espacios para la conservación sostenible.
Paraíso para el ecoturismo, pese a que se trata de una reserva natural y área protegida, el banco de arena sufre cada año la degradación por el descuido de muchos de sus visitantes. La práctica de deportes de playa, el pisoteo indiscriminado y las mascotas, generan daños que cuesta revertir.
El desafío es construir un turismo responsable, respetuoso y amable con el ambiente para que los mismos visitantes se sientan parte del entorno y disfruten en plenitud del avistaje de las especies.
El banco de arena del Caraballo se halla a menos de una hora de viaje en lancha desde Colón, en la provincia de Entre Ríos.