Leandro Luis Montoya (38) es discapacitado y paga 200 pesos diarios por el alquiler de una pieza en inmediaciones del Mercado Modelo La Placita. Tiene un ingreso mínimo que no alcanza y busca un trabajo para reunir el dinero que necesita para afrontar esos y otros gastos, como los del arreglo de una de las prótesis. Mientras tanto, y cuando hay buen tiempo, el joven recibe la colaboración de los peatones que transitan por la calle Bolívar. “No vengo a pedir de caradura, hay días que siento vergüenza por lo que hago, y no quiero hacer lo mismo todo el tiempo. Necesito conseguir un trabajo”, insistió, mientras asentía cuando alguna persona se acercaba a depositar alguna moneda.
Por lo general, se instala en la vereda del shopping o en las cercanías de tiendas Galver.
Aseguró que la gente “me trata bien y me ayuda pero la situación me pone nervioso por el hecho de pensar en no tener para pagar por un techo donde dormir. Pago 200 por día pero a veces no puedo juntarlos. La señora a veces me deja estar pero no siempre tiene que ser así, yo tengo que conseguir un trabajo y poder gestionarme. Para abaratar los costos muchas veces cocino con el encargado, uno pone el arroz, el otro algún otro ingrediente, y así”.
Tras la muerte de su madre y su hermano, hace un año llegó desde San Lorenzo, Santa Fe, “para buscar nuevos aires. Quería salir de todo eso. Me quedé y aquí estoy”. Cuando apenas se radicó en Posadas, vendía limones, artesanías, pero “en este momento no me está yendo bien y no puedo pagar el alquiler. Y me siento mal por eso”.
Confió que “estoy tratando de conseguir un trabajo, es lo único que pido, para poder afrontar los costos del alquiler y poder salir adelante. Es lo que deseo. Si alguien me puede ayudar, estaré tremendamente agradecido. Tengo algunos conocimientos de computación, con las manos puedo hacer cosas, de última podré estar parado. Sólo necesito que me digan qué es lo que hay que hacer y yo no tendría problemas. Intenté trabajar en construcción pero, por mi condición, me resulta muy complicado”.

Tenía siete años y en su pueblo natal se recordaba el combate de San Lorenzo. Como no tenía que ir a la escuela porque era feriado, “me fui a jugar al tren y sufrí un accidente. Jugar en las vías era mi diversión. Ese día caí debajo y perdí las dos piernas. Los médicos lograron efectuar un implante pero después tuvieron que amputarla nuevamente a raíz de una gangrena”, recordó.
Contó que se recuperó bastante rápido. Que su padre trabajaba para una empresa petrolera y que “unos seis meses después ya aprendía a dar mis primeros pasos con las nuevas piernas. En estas condiciones trabajé siempre por eso ahora estoy un poco deprimido, encima me agarran estos días de lluvia y no puedo hacer nada, no tengo la manera”.