Fue sólo una semana de sentirlo todo en la piel y el espíritu, salidas y puestas de sol, noches regadas por la luna y mil estrellas, silencios que sólo el graznido de los caballos interrumpían, valles, montañas multicolores, precipicios, carcajadas desbordantes de nervios y ansiedades calladas. Siete días de cabalgata y el mismo camino que el general José de San Martín tomó el verano de 1817 para atravesar la Cordillera de los Andes y enfrentar a las tropas realistas leales a la corona española que allí se encontraban. Una experiencia única e incomparable que la misionera Mercedes Penz decidió enfrentar y que hoy la hacen dueña de grandes anécdotas cargadas de enseñanzas.
Todo se inició con la llegada de un email a su bandeja de entrada. La empresa para la que trabaja invitaba al personal a participar de un sorteo, que tendía lugar en la fiesta de fin de año, para ser parte del grupo que cruzaría los Andes. “Me entusiasmé, para mí era inédito, insólito, algo que en la vida hubiese pensado de forma personal, me pareció un desafío buenísimo. De los 573 empleados no sé cuántos nos inscribimos, pero había lugar para seis y uno fue mío”, recordó ya en la calidez del verano posadeño.
“Fui preparada, entrenada con tiempo de anticipación, estuve dos meses haciendo todo lo pensado como para ir porque me imaginaba que era algo duro, pero no de semejante envergadura, lo que más me costó fue la altura, la falta de oxígeno a 4.800 metros es un punto para los que no están acostumbrados, fue tremendo”, reconoció.
“Fue hermoso, pero difícil. Me preparé en el gimnasio, hice caminatas todas las mañanas con una amiga, pero hay otra preparación, la interna, la del espíritu, la de soportar, decir me levanto y veo cómo voy con mi caballo, aprender a confiar en él, porque aunque nos decían ‘son de cordillera, tranquilos porque te guían, están preparados para esto, nacieron acá, están ambientados’, no lo conocía”, añadió.
Este fue el octavo cruce organizado por la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME) pensado como una aventura, también como una oportunidad de asirse de herramientas de liderazgo, de la capacidad de enfrentar situaciones complejas y, por supuesto, “destacar la gesta sanmartiniana, hizo esto hace 202 años, lo logró y liberó a los países, ahora admiro doblemente”, subrayó la Reina Nacional de la Yerba Mate en la década del 70.
Quizá la decisión de Mercedes de vivirlo todo intensamente, sin desaprovechar oportunidades, después de haber superado un cáncer de mama, fue fundamental durante la travesía. “Replicamos la ruta exacta adoptada para la batalla de Chacabuco. Un camino que fue la estrategia de San Martín, hizo creer que iría por Uspallata y tomó El Espínacito, nadie lo imaginó, atacó y así ganó la batalla. Todos estos detalles que por ahí en la escuela no se aprende los trabajábamos todas las noches, cada vez nos entusiasmábamos más, se agregaban anécdotas graciosas de las no costumbres, de dormir en el piso, en una carpa, con diez grados bajo cero, tomar agua de los arroyos, no bañarnos debajo de una ducha, sólo higienizarnos, hizo que el grupo de transforme en una cofraternidad fuerte con el que seguimos en contacto”, confió.
La aventura en sí comenzó de cara a la cordillera y en pleno corazón del desierto de San Juan, donde se esconde uno de los valles más encantadores de Argentina, el pueblito de Barreal, de donde partieron muy temprano rumbo a Manantiales, donde esperaban los caballos. Allí cada uno elegiría el equino que sería su compañero número uno durante todo el viaje. Mercedes escogió a “Pajarito” e inició el ascenso junto a 25 compañeros.
Tomaron el Paso de los Patos para comenzar a subir la cuesta de La Honda. “Fue tremenda, llevábamos las caras tapadas, protector 60. Las horas de cabalgata eran terribles, no había manera de acomodarse, eran cuatro horas a la mañana y cuatro a la tarde, fueron siete días y medio, 180 kilómetros, muchas veces al borde de precipicios, obedeciendo la voz del guía, ‘pies para adelante, cuerpo para atrás’, creo que hasta ahora se me acalambran las piernas; senderos de cuarenta centímetros, donde lo único que podía hacerse era confiar en el caballos, siempre a su ritmo, porque ellos también sufren el apunamiento”, describió Mercedes.
Momentos difíciles
Hasta el más experimentado jinete siente el vértigo en El Espinacito, escenario imponente a más de 4.300 metros sobre el nivel del mar de caminos estrechos, empinados y con precipicios a ambos lados. Y, sí, por supuesto, para la misionera significó la prueba más difícil. “Nunca nos contaron cómo era, como San Martín no le contó ni a sus generales, solamente a uno, y justamente porque era tan complicado que nadie imaginó que iba a pasar con 5.800 hombres por allí, 28 días desde el primero al último tardaron en atravesarlo. Es de terror, cuando estaba ahí, igual que todos mis compañeros, pensé ‘para qué me metí en esto’, no sabía qué hacer, pero estaba allí y tenía que seguir, me relajé y dejé que el caballo me guíe. Al final nos felicitaron porque ninguno se bajó y fue a pie, en otros grupos muchos abandonaron”, reconoció.
Y añadió que “en Chile nos esperaban con sus banderas, no podíamos respirar del apunamiento, 4.300 metros, fue hermoso el gesto. Nos habían adelantado que llevemos un frasquito con tierra de nuestro lugar, pero no imaginé para qué. Todos pusimos nuestra tierra en un balde, trajeron cemento, agua, hicieron una mezcla con la que confeccionaron una placa y grabaron nuestros nombres, me emocioné muchísimo, quedamos para siempre en la cordillera, en el límite de ambos países. Llorábamos todos, fue muy emotivo, tan lindo, tan profundo, cantamos los himnos de ambos países”, relató.
E hizo hincapié en que “ahí entendés que quienes manejan los poderes no se dan cuenta que la cercanía de vivir es ajena a los intereses creados, la cultura regional, lo que comparten día a día, se hermanan, tienen los mismos problemas de frío, de altitud, económicos, de necesidades”.
“La verdad que esto me dejó, además de la satisfacción personal de haberlo cumplido, grandes aprendizajes, el día de El Espinacito pensé que nos moríamos todos ahí, no había que soltar las riendas del caballo, que vaya solo, todo eso después lo aplicas a tu trabajo, a tu vida. Aprendí mucho. También a querer y cuidar más a San Martín, es junto a Napoleón y Aníbal, uno de los únicos tres estrategas militares reconocidos en el mundo, y con la diferencia que él lo hizo para liberar, no para conquistar; entendí que aún se pueden replicar cosas del pasado. Fue una gran experiencia y agradezco que me hayan regalado esta posibilidad”.
No caben dudas, fueron momentos cargados de emociones, muchas imposibles de explicar, la magnitud de los paisajes, el clima rudo, las mulas, los caballos, los guías y baqueanos, sumado al sello histórico que se imprime en los campamentos, en los que se revive la epopeya de don José de San Martín, que escogió este paso para buscar la libertad, hacen imposible no pensar en volver.
Al punto que, cuando recién bajé de la montaña me dije ‘a mis 59 años, haber logrado esto, nunca haber pedido un calmante, tener las felicitaciones del médico, del guía, que dudó en aceptar mi solicitud cuando vio mi edad’, me hicieron sentirme plena, ‘el objetivo está cumplido, Dios gracias por haberme permitido’, me repetí, pero hoy la verdad una voz me dice ‘capaz que me animo a una segunda vez’”, admitió la exReina Nacional del Turismo, que supo llevar a la tierra colorada con orgullo y, ahora, a Los Andes.