La tristeza pone en evidencia que perdimos algo. El miedo revela que hay un peligro frente a nosotros. La ira demuestra que ha aparecido un obstáculo a remover en nuestro camino. La angustia nos dice que tenemos que reparar algo. Para disfrutar de salud mental, sobre todo en estos tiempos, necesitamos aprender a reconocer lo que sentimos sin reprimirlo ni negarlo.
Nuestros sentimientos no son buenos ni malos, simplemente “son”. ¿Por qué tenemos que identificar una determinada emoción? Porque cuando lo hacemos, tenemos la oportunidad de expresarla en palabras y resolver lo que deba ser resuelto. Hablar trae sanidad a nuestras vidas. Callar puede llegar a enfermarnos. Ya que todo lo que nos callemos será expresado por nuestro cuerpo físico.
Hay gente que suele acumular emociones negativas sin saber que su cuerpo, que es muy inteligente, siempre encontrará la forma de expresarlas. Nuestro organismo posee lo que se conoce como “válvulas de escape” para liberar lo que sentimos, pero callamos. En la mayoría de los casos, esto sucede a través de una explosión. Una persona que recurre a los gritos o los golpes (de palabra o de puño) está soltando su tensión pero no precisamente de manera sana. No sólo se dañará ella, sino que puede dañar a otros.
La enfermedad es también una válvula de escape por la que el cuerpo nos habla. Pero para llegar a esa instancia, por lo general, uno mismo construye una “plataforma emocional” por medio del estrés que no es tratado adecuadamente. Cuando aparece algún síntoma, que puede ir desde un gran cansancio físico o mental hasta un dolor crónico, nuestro cuerpo nos advierte que hay tensión que debe ser descargada.
Hoy en día, en el mundo, vivimos a diario un nivel muy alto de violencia que se manifiesta de diversas maneras. Pero, ¿cómo podemos llegar a reaccionar frente a ello? Básicamente de tres formas:
1. Contraatacando a quien nos agrede. Dicha reacción nunca soluciona nada porque no es posible combatir algo con lo mismo que se combate. La violencia genera más violencia.
2. Escapando. Aunque no nos vayamos del lugar, bastará con quedarnos callados y soportar el ataque.
3. Hablando de lo que ocurre. Esto es lo ideal pero no siempre es sencillo, sobre todo si la otra parte no tiene un freno.
Por todo lo expresado, desarrollemos el hábito de expresar lo que sentimos. De lo contrario, la emoción se encapsulará en algún sitio del cuerpo. La mejor manera, además de hablar, es a través del movimiento. Caminar, correr, nadar, bailar, andar en bicicleta, o cualquier otra actividad física, nos permite consumir la energía negativa para que esta no se estanque y se acumule (además de activarnos la masa muscular).
Moverse resulta siempre muy terapéutico. No basta con poner en palabras las emociones, tenemos que movernos para liberar la tensión producida y no terminar estresándonos. Así como cuidamos de nuestros hijos pequeños, y no tan pequeños, cuidémonos porque la vida vale la pena ser vivida en plenitud… y largo camino nos resta.
Colabora
Bernardo Stamateas
Doctor en Psicología, Sexólogo Clínico, Escritor y Conferencista Internacional.