Somos observadores en nuestro diario vivir, en tanto y en cuanto vemos el mundo de una determinada manera.
Cuando llegan las partes a la mesa de mediación, cada uno ve la situación que los convoca generalmente de manera diferente del otro. Así también pasa diariamente en nuestro acontecer.
¿Cómo resolvemos esta diferencia?
Muy simple, el otro está equivocado y listo. Así lo hacemos siempre, por eso vivimos en esas eternas conversaciones de quién tiene la razón y quién está equivocado.
La mediación nos brinda un espacio privilegiado de diálogo con la posibilidad de crear una nueva mirada, diferente y más rica, que nace a partir de la conjunción de miradas diversas.
Estos procesos de diálogo aportan elementos valiosos para la comprensión entre las partes permitiendo la trasformación de las relaciones humanas.
Y es este dominio relacional lo que nos completa como seres humanos. Siguiendo a Maturana, podemos decir que lo que nos hace humanos no es estrictamente nuestra racionalidad, sino más bien nuestro modo particular de ser en términos de relaciones. Un entrelazar constante entre razón y emoción. En tanto, esta última determina nuestra disposición corporal dinámica que define los distintos dominios de acción en que nos movemos.
Así, en esas coordinaciones entre el hacer y el emocionar que constituyen el conversar, es donde somos humanos, porque así construimos nuestra realidad, con el otro, pudiendo conocer sus emociones y sus acciones.
La operación humana de observar requiere no sólo del lenguaje, sino también de la conciencia de estar observando.
Aprendamos a comprender con empatía el punto de vista ajeno y su carga emocional.
No es cuestión de mirar el escarabajo con un microscopio sino de sentirse escarabajo.
Colabora
Valeria Fiore
Abogada-Mediadora
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