Fue pionera en el rubro en Puerto Iguazú. Comenzó en 1970 con cuatro habitaciones, y fue agrandando las instalaciones hasta tener 18, todas equipadas para satisfacer las necesidades de los turistas. El comedor que atendía junto a su madre se llamó “Pensión Rufino”, en honor a su padre, y estaba en la misma casa donde vivían. Los clientes eran los efectivos de la Prefectura, Gendarmería y del Ejército, que estaban asentados en Península.
Lidia Marina “Paquita” Errubidarte fue pionera en el rubro de la hotelería de la Ciudad de las Cataratas. Comenzó en 1970 con cuatro habitaciones y fue agrandando las instalaciones hasta tener 18, todas equipadas para satisfacer las necesidades de los turistas.
Nació en 1934 en Puerto Naranjito, un pueblo al lado de Santo Pipó que prácticamente no existe más, lo borraron del mapa. A sus 84 años está lúcida como a los 20. La fórmula, según ella misma cuenta, alimentarse muy sano y no cometer ningún exceso. Todavía camina una hora todas las mañanas y cuando vuelve de su caminata toma su desayuno. Luego se dedica a su debilidad: las plantas.
Se llama Lidia Marina pero todos la conocen como “Paquita”, un apodo que le pusieron de chica. Su padre, Rufino Errubidarte, llegó en 1936 en uno de los barcos que por esa época recorrían el trayecto entre Posadas e Iguazú, desde Santo Pipó. No recuerda si fue en el “Guairá”, el “España” o el “Cruz de Malta”.
A don Rufino le comentaron que había una empresa que estaba tomando gente para trabajar y logró convencer a su mujer, Elisea Bencivenga, a largarse a probar suerte. Tomó a sus dos hijos y partieron pensando que iban a estar mejor. Llegaron a lo que en ese momento era Puerto Aguirre y a Rufino enseguida lo tomaron en Parques Nacionales. Trabajó con el ingeniero Romaro abriendo las primeras calles de la Ciudad de las Cataratas.
Paquita, la mayor de cuatro hermanos, llegó con dos años, y su hermano Gilberto Luis, alias “Papacho” tenía apenas siete meses. Luego vinieron Rosa Isabel, alias “Pechó”, que fue maestra y directora de la Escuela de Frontera y “Tutui”, ambos nacidos en Iguazú. La vida la dejó sin hermanos, el último en irse fue “Papacho”, que falleció en agosto del año pasado. “Es la ley de la vida”, se consuela.
Don Rufino marcaba las calles y abría picadas, mantenía las picadas libres de yuyos a puro machete, para que no se perdieran los rumbos. Al ingeniero Romaro le gustaba cómo trabajaba Rufino, así que se lo llevó para Bariloche, donde marcó y abrió las calles del Llao Llao.
Los Errubidarte siempre estuvieron establecidos en la Chacra 15. Cuando su padre llegó Parques Nacionales comenzó a vender los terrenos y Rufino compró la chacra 15, que tenía casi nueve hectáreas, se extendía desde la actual avenida Córdoba hasta el arroyo Ramón Ayala, contiguo a la actual avenida Hipólito Yrigoyen. Cuando abrieron lo que hoy es la avenida Guaraní tuvieron que sacar la casa porque había quedado en el medio de la calle.
Elisea Bencivenga, su madre, era una excelente cocinera. Cuando llegó a Iguazú le dijo a Rufino, su marido, que iban a arreglar un poco el patio para poner un comedorcito para servir comida. Así fue. Y los clientes eran los efectivos de la Prefectura, Gendarmería y del Ejército, que por entonces estaban asentados en Península.
El trabajo era arduo. Servían almuerzo y cena. “Paquita” era de todo un poco: ayudante de cocina y también hacía de moza. Ese comedor se llamó Pensión Rufino y estaba en la misma casa donde vivían, que tenía una galería, luego se entraba a un comedor y atrás un patio con un techo. Toda la comida que servían era casera, hasta el pan. Matambre, asado al horno, pastas amasadas (porque en esa época no había donde comprar pasta hecha), eran algunos de los platos del menú diario.
El origen español de su madre probablemente haya influido para su afición por la cocina. Después hicieron un hospedaje, todo de madera y comenzaron a alquilar piezas. Sin quererlo, los Errubidarte, de a poco se fueron enganchando en la incipiente actividad hotelera de la ciudad.
En 1955 “Paquita” contrajo nupcias con un gendarme, Federico Quiróz, que llegó desde Chaco para incorporarse en Eldorado a la Gendarmería y luego fue trasladado a Iguazú. “Me conoció a mí y se quedó loco”, dice sin poder evitar una sonrisa amplia.
Cumplieron las Bodas de Oro juntos y él siguió su carrera hasta que se jubiló. Pero el retiro llegó antes, cuando lo mandaron para el sur, a la localidad de José de San Martín, en la provincia de Chubut. A los seis meses Quiróz dijo “esto no es para mí, me vuelvo a Misiones”.
“Paquita” ya tenía sus dos hijos Hilda Elisa y Jorge Federico que se habían quedado al cuidado de su madre, así que eso también fue motivo para pegar la vuelta.
Cuando volvieron comenzaron a edificar la hostería que se inauguró en 1970, con cuatro habitaciones bien puestas. Los clientes llegaban porque la propaganda se iba pasando de boca en boca. Iguazú no era lo que es hoy, había dos o tres hoteles (Alexander todavía no estaba, su padre le vendió el terreno a Osteneros que después construyó el hotel), sólo estaba la Pensión Rufino, el Hotel Rolón, el Hotel Ramos, y la Hostería La Cabaña de los Goetze.
“Paquita” fue la primera mujer al frente de un emprendimiento hotelero. Había algunos hospedajes un tanto improvisados, que eran más bien pensiones destinadas a la gente del pueblo, pero ella se metió de lleno en el alojamiento turístico. Cuarenta años de su vida se los dedicó al hotel, y aunque asegura que le fue muy bien y que hasta ahora todavía recibe llamados desde Buenos Aires, no puede negar que extraña los mates en casas de sus amigas, las picadas y los asados de los domingos en el Iguazú de antaño.