Transcurridas unas cuantas horas del papelón legislativo que derivó en la media sanción del Presupuesto 2019, será el Senado el que comience a definir ahora si la iniciativa llega al recinto tal y como pretende el Poder Ejecutivo, algo que se da por descontado habida cuenta de las modificaciones aceptadas por el oficialismo para lograr su aprobación en la Cámara baja.
Y en unas semanas, cuando se trate en sesión, es de esperar que la rivalidad latente entre la oposición más dura y la representación de Cambiemos en el Senado no termine a los empujones e insultos, tal y como sucedió la semana pasada en Diputados en lo que se transformó en una verdadera prueba de chiquilinada de la clase política.
Y más aún, por el bien de todos, ojalá no se repitan los desmanes fuera del Congreso.
Ojalá también el abordaje en comisión y el tratamiento final del dictamen en el recinto tengan un abordaje un poco más serio habida cuenta del ajuste que plantea el proyecto.
No puede volver a ocurrir que, por ejemplo, el quorum se logre porque tal o cual diputado se haya peleado con el gobernador de su provincia y, con tal de contradecirlo, vaya en contra de sus propias convicciones.
El debate por el mejor Presupuesto posible debe trascender las conveniencias políticas y las búsquedas personales de construcción de poder.
La iniciativa que se aprobó en la Cámara baja la mañana del jueves pasado prevé una inflación interanual del 23% al mes de diciembre de 2019; un dólar mayorista a 40,10 pesos; y un crecimiento de las exportaciones del 21%.
Además, estima una caída del 0,5% del PBI; del 1,6% del consumo privado; del 3,4% en el consumo público; y del 9,7% en inversión. Y por la transferencia a las provincias de los subsidios al transporte se creará un fondo compensatorio de 6.500 millones de pesos.
Y si bien para el oficialismo son nada más que números y metas que volverá a incumplir, tal y como sucede desde que es Gobierno, vale que tengan un tratamiento serio al menos en el Congreso.