Hay un dicho popular que desde hace siglos describe a Orense, tercer municipio gallego, después de Vigo y La Coruña: “Tres cosas hay en Orense, que no las hay en España: el Santo Cristo, el Puente y las Burgas hirviendo agua”. Sin embargo, para 1927, nada de eso detuvo a los padres de Ramón Pérez Villar, que decidieron dejar atrás todo el glorioso pasado de estirpe romana de la pintoresca ciudad natal, para abordar un barco y venir a los confines del mundo. Llegaron a Argentina cuando Ramón tenía apenas tres años, con lo cual el pequeño se crió adoptando las costumbres “porteñas”.
Probablemente esa “semblanza porteña” le abrió las puertas para que en sus años mozos, cuando apenas tenía 17, tocara el bandoneón en la orquesta de Juan D´Arienzo, célebre director de orquesta de tango, conocido como “El rey del compás”.
Pero la vida de artista no estaba marcada en forma definitiva en su futuro y un día, cuando le ofrecieron un puesto para trabajar en un establecimiento que explotaba madera en el norte de Misiones tomó la decisión de abandonar toda aquella vida de “bacanal” para sentar cabeza.
Ramón Pérez Villar llegó a Puerto Iguazú en 1948, en pleno auge del peronismo en Argentina. Los caminos de la vida lo cruzaron con Nora Fernández, con quien contrajo matrimonio apenas tres meses después de haberla conocido. El papá de Nora, Francisco “Lito” Fernández, era camionero y, a pesar de su apellido, hablaba alemán. También fue uno de los primeros que se instalaron en la incipiente ciudad.
El matrimonio se concretó, además del flechazo de cupido, para que ambos pudieran cumplir con dos pretensiones que los desvelaban: él quería dejar atrás la vida de la bohemia relacionada con el tango y, ella, no quería volver a pisar el Colegio Santa María, de Posadas, donde sus padres la habían mandado como internada para que hiciera la secundaria. Nora había nacido en Apóstoles en 1930, pero llegó a la Ciudad de las Cataratas cuando era muy chica, junto a sus padres.
A pesar de las luminarias que conoció en la gran urbe, Ramón Pérez Villar fue un emprendedor que muy pronto se adaptó a la vida agreste del Iguazú de entonces. El matrimonio se instaló en una pequeña casa de madera, que estaba ubicada donde actualmente se encuentra el Hotel El Libertador, en las esquinas de Bonpland y Perito Moreno. Sus dos primeros hijos, María del Carmen y Julio Ramón, nacieron cuando la familia todavía vivía en aquella esquina.
Después de muchos años construyeron su casa donde Nora vive hasta la actualidad, sobre la avenida Victoria Aguirre, frente al Escuadrón de Gendarmería Nacional. Allí, Ramón había instalado una especie de “estación de servicios”, que no era más que un surtidor de combustible, conformada por unos tambores donde almacenaba y luego despachaba la gasolina. Todavía había muy pocos autos en el pueblo y pasaron muchos años hasta que Ramón le alquiló el surtidor a Antonio Wilberger, quien luego lo trasladó y convirtió en la primera YPF que tuvo el pueblo, en la esquina de Córdoba y Victoria Aguirre, donde todavía funciona.
Con lo que había quedado, Ramón se reinventó y construyó un residencial. Era pequeño, tenía once habitaciones. Las instalaciones se remodelaron y -una vez más- Ramón encaró un nuevo negocio: el servicio de alojamiento (aunque en rigor, unos años antes, ya había alojado a turistas en su propia casa, para que la gente no durmiera en la calle, en las temporadas de alta demanda). El nuevo emprendimiento se llamó “Hotel King” y funcionaba en el predio que actualmente ocupa una escuela privada, justo al lado de su casa.
Reina de los pioneros
María Isabel fue la última hija que tuvo el matrimonio. Es ella quien ayuda a su madre de 88 años, “coronada” reina de los pioneros 2018, a escudriñar en el pasado en busca de algunos recuerdos. Mientras revuelve fotos, su rostro se ilumina al revivir los momentos que, probablemente, hayan sido los más felices de su vida.
María Isabel tiene vívidos recuerdos de su padre, pero una anécdota de cuando todavía era una niñita le produce una incontenible sonrisa: Ramón acostumbraba a irse al monte a cazar, generalmente con los baqueanos Camacho. Solían quedarse una semana, quince días y hasta a veces un mes. “Iban a buscar provisiones para tirar, esa era la vida de acá… Cuando volvía, mi padre llegaba todo barbudo, al punto que a veces no lo reconocía y salía corriendo de susto”, rememora risueña.
María Isabel también cuenta que un día le preguntó a su padre por qué había tomado la decisión de hacer un cambio tan abrupto en su vida al abandonar Buenos Aires para venir a Misiones. “El tango era la vida de la noche y eso llevaba a muchos excesos”, fue la respuesta. Ramón también le contó a su hija que en algún momento fue novio de la famosa cantante de tangos Virginia Luque, y que tenía planes para casarse con ella pero que el Destino (con mayúscula, esa entidad abstracta en la que los seres humanos depositan las incógnitas del devenir de sus vidas) lo trajo para acá.
Ya casado con Nora, cuando viajaban a Buenos Aires, era todo un tema encontrarse con toda la junta que Ramón había dejado allá… por eso decidió alejarse de esa vida. “Él acá fue feliz. Encontró su lugar en el mundo. Le fascinaba ir a cazar y contaba experiencias maravillosas de lo que vivían en el monte”, afirmó su hija.
Con los años, Ramón Pérez Villar se hizo Rotario hasta, prácticamente, sus últimos días. Desde allí tuvo una activa participación en los temas inherentes al desarrollo del pueblo, como la construcción del puente internacional Tancredo Neves.
Falleció en 2009 con 84 años. Algunos problemas de salud lo fueron alejando de la vida social, de la cual fue siempre partícipe activo. Fue acompañando los cambios de Iguazú, aunque no llegó a verla como la había imaginado. Siempre le decía a su hija “ya vas a ver lo que va a ser Iguazú de acá a diez años…”. Se fue viendo un leve avance, pero no como hubiera querido y por lo que tanto había trabajado. Ramón ancló su vida acá, formó su familia y se quedó para siempre.