En el Nicho Nº 120 del cementerio La Piedad descansan, finalmente, los restos de Carlos Enrique Tereszecuk. Después de 42 años de dolor e incertidumbre, sus hermanos: Luis, Lucía y Juan, recibieron en Corrientes, envuelta con la bandera argentina, la urna marrón que contiene sus despojos. Como el armado de una pieza de rompecabezas, se supo que desde fines de 1976 estuvieron enterrados como NN en una fosa del cementerio San Roque de la localidad de Empedrado, en la provincia vecina. Pudieron volver a su Posadas natal gracias a la investigación llevada a cabo por la Secretaría de Derechos Humanos, por el Juzgado Federal de Corrientes, y por testimonios que se fueron hilando con indicios que pudieron ser reconstruidos antes que el Equipo Argentina de Antropología Forense estableciera la existencia del 99% de compatibilidad genética con la sangre extraída a sus seres queridos.
Juan Tereszecuk (55), el menor de los seis hermanos -Norberto, Carlos, Luis, Lucía y José-, tenía apenas 12 años cuando Carlos se contactó por última vez con la familia, en marzo o abril de 1976, mediante el envío de una tarjeta en la que afirmaba que “estaba bien”. Luego, toda la información que podían recibir, llegaba a medias. O no llegaba. Y así se acostumbraron a seguir viviendo o a sobrevivir. O a intentarlo.
“De esa época entre la niñez y la adolescencia, poco me acuerdo de él”, confió Juan, al atardecer de un viernes lluvioso, cuando se cumplía apenas una semana de haber depositado los restos del “Flaco” en el cementerio capitalino. Sus recuerdos se vuelven un poco más firmes al mencionar al Carlos que ya era parte del Seminario Mayor de Alta Gracia, Córdoba y, durante el verano, venía de vacaciones a su casa del barrio Villa Urquiza. En ese momento “tenía más contacto, tenía más tiempo, se relacionaba más con la familia”. Es que cuando estaba de “pupilo” en el Colegio de Fátima lo podían ver una vez al mes o al año, y cuando se hacían las peregrinaciones, “mamá le llevaba ropa, cosas para compartir”. Y por ese motivo tampoco hubo acto de colación en el secundario.
Después, de la nada, “apareció en casa, avisando que ya no iba a participar tan activamente y que iba a dejar el seminario porque algunas cosas no le convencían. Empezó a estudiar Trabajo Social en la Escuela de Ciencias Sociales que estaba por calle Salta, y cuando se abrió la carrera de Trabajo Social, fue elegido presidente del Centro de Estudiantes. Lo organizó y comenzaron las peleas por el comedor universitario, los mimeógrafos”. Cuando el Partido Auténtico ganó una banca en la Cámara de Diputados, ingresó a trabajar con el diputado (Pablo) Fernández Long. Cuando “avizoraban” el golpe, se fue de la casa y “perdimos contacto cuando dijo que se iba a ausentar por un tiempo porque ‘me andan persiguiendo’”.
La espera de Sofía
Como toda madre, Sofía Yagas (90), supo esperar a Carlos. Y con esa misma fortaleza de años, pudo sobrellevar los acontecimientos de los últimos días, tan o más dolorosos que los de todo este tiempo de espera. Nacida en Azara, “mamá mucho no se involucraba, por su propio dolor, por su inmensa tristeza. Era yo quien participaba más junto a mi hermano mayor. Ella siempre me preguntaba qué sabía yo del tema. Si sabés ¿porqué no me contás?, indagaba. Yo le decía: lo que te cuento es lo que sé”.
Agregó que “el otro día me tocó contarle que habían aparecido los restos”. Una semana más tarde vendría la urna, “que era otro momento duro. Me tocó llevarla para que hiciera su duelo, y contenerla. Son dos situaciones complicadas, que te marcan muchísimo, en un mes se te pasa toda la historia”. Pero, según Juan, “mi mamá tiene una fortaleza tremenda. Dijo que por un lado estaba triste pero, por otro, contenta porque al menos va a ir a rezar a un lugar donde él va estar”, y que “se iba a cerrar una historia de dolor”. Además, como madre, “estaba preocupada por el funeral, los costos, cuando ella tiene sólo una pensión”.
Para describir el panorama, indicó que los cuerpos fueron tirados al río y el oleaje los arrastró hasta las costas de Empedrado, a unos 60 kilómetros de Corrientes. “Uno no puede explicar como es la cosa. Mi hermano era un tipo que amaba mucho al río, le encantaba ir al río. Y el río lo llevó y el río lo trajo, cuando él quiso. Apareció 40 años después y cuando tenemos aún a mamá con vida. Mamá tenía la esperanza que antes de morir, pudiera estar con su hijo. Y esa posibilidad se dio. Esta situación revolucionó a toda la familia. Teníamos una cuestión histórica por un lado y esto te cambia todo, te saca de contexto. Un día te dicen, aparecieron los restos de tu hermano tenes que ir a buscarlos y te quedás en el aire. Es como volver 40 años y empezar a averiguar, se te cruzan cosas por la cabeza, recuerdos, memorias, actitudes, voces, sonidos, lugares, dolores, odios, resentimientos, broncas. Todo”.
Flores al río
El cuerpo de Carlos -que en enero iba a cumplir 66 años y tenía 24 cuando partió- fue encontrado sobre la costa del Paraná, a la altura de Empedrado, por unos pescadores que denunciaron a la policía que observaron tres cadáveres flotando a la vera del río. Las autoridades constataron el hecho y dieron la orden al sepulturero que los entierre en una fosa común del cementerio local, como NN. El hombre tuvo la delicadeza de marcar con un mojón de cuatro piedras el espacio que se encontraba a la entrada del camposanto, y después de mucho tiempo, enfermo y al borde de la muerte, narró a un amigo lo que le había sucedido. Hasta que los datos llegaron a la Comisión de Derechos Humanos de Corrientes. Como junto a Carlos estaba un correntino y un formoseño, comenzaron a pedir a la Comisión Nacional que se exhumara. En el 2000 se hizo lugar al pedido y los restos fueron trasladados al Instituto Forense de Buenos Aires. Los resultados arrojaron el 99% de compatibilidad genética.
Una vez finalizados los trámites de rigor, “los restos volvieron a Corrientes fines de septiembre, por eso nos entregaron ahora -el 27-. El Juez Federal, Carlos Vicente Soto Dávila, me llamó por teléfono para darme la noticia. Pasó una semana y fuimos. Estaba junto al Fiscal Federal, Flavio Ferrini”, contó Juan, al tiempo que destacó la personalidad de ambos: “Muy amables, con muy buena predisposición”. Allí les contaron sobre cómo fue la investigación, la intervención de la Comisión de Derechos Humanos, cómo trabajaron para hilar la historia y poder hacer coincidir los datos recopilados. Tras la entrega, se hizo un pequeño acto en la ribera del Paraná, en proximidades de la cabecera del puente General Belgrano, donde se escucharon sentidas palabras y se tiraron 66 flores al río.
“A nosotros -a mí y a dos hermanos- nos extrajeron las muestras desangre en 2008 o 2009 y quedaron en el Banco de Sangre Genético de Buenos Aires. Alrededor de 2013 cotejaron esa sangre con los restos que habían encontrado. Ya habían identificado a los otros dos. Quedaba el ultimo cuerpo, que era el de Carlos”, recordó, como redondeando el final.
Quizás haya sido el último
Carlos Aranda, un arquitecto correntino que estuvo preso con Carlos en Resistencia, escribió el libro “Memoria de Ratón” y en uno de los capítulos relata el momento en que se encontró con el joven después de una sesión de tortura. Se presume que fue el último que lo vio. “Su estado era muy malo: estaba golpeado, torturado, lastimado”.
De acuerdo al escrito, “trajeron a mi hermano que estaba en otra celda y lo colocaron en el suelo. A Aranda le dieron un pan de jabón y lo mandaron a bañarse. Cuando terminó de ducharse, le dijeron que lo bañara a Carlos. Como le sacaron las esposas, se sacó la venda y la capucha y pudo reconocerlo. Mi hermano no podía hablar, tenía la boca rota”. Ellos se conocían de “vista”, mediante la militancia. Es que cuando Carlos llegó a la capital correntina, un conocido le daba verduras para que vendiera en un carrito instalado en una esquina y con eso “sobrevivió un par de meses”.
Impredecible
En el fondo de la memoria Juan pensaba que algún día lo iban a encontrar. Y asegura que todas las cosas se fueron sucediendo de una forma menos pensada. “Aunque él era impredecible. Era un tipo de contextura pequeña, ensimismado pero un tipo muy bueno, sin maldad, odio, ni rencor. No iba a decir si le dolía algo; tampoco lo que pensaba. Trabajaba para el resto de la gente. Era un tipo social. Aveces estaba en la facultad y pasaban horas, días, sin que viniera a casa. Era porque estaba trabajando por sus compañeros”. Con Juan Figueredo -docente y exdiputado- daban clases a los chicos del barrio Santa Rosa, organizaban comedores comunitarios, todo el tiempo estaban dando vueltas viendo la manera de resolver las cosas.
Cuando se fue, en su dormitorio todo estaba en lugar: su biblioteca con libros de filosofía, teología, historia – “en casa siempre se leía mucho”; su mate, su calentador a alcohol, su yerbera, su mochila. “No era una opulencia. Quedaron ahí. Algunas las guardamos y otras tuvimos que hace desaparecer por los constantes allanamientos.
Me quedó de recuerdo una carpeta con el legajo personal cuando era estudiante de la Facultad de Humanidades. Un portero encontró y me facilitó, en 1983”.
Por los relatos de “compañeros” que regresaron, “estábamos seguros que había muerto pero no estábamos seguros de la fecha. Eran testimonios orales. Era imposible determinar una fecha real porque era una incertidumbre. No había información, calendario, nada. En 1979 cuando fueron trasladados a Buenos Aires, a La Plata, a Ezeiza, ya tenían más comunicación. Los familiares podían visitarlos, llevarles revistas”. A su entender, la época del 76 “fue la más dura, y fue en ese momento que se produjo la desaparición con vida. Era una incertidumbre. Mis hermanos se fueron a Buenos Aires y a Corrientes. Yo me quedé acá y fui investigado y perseguido hasta el 82”, dijo quien desde hace 32 años es empleado del sector mantenimiento del hospital Madariaga. Al empleo lo heredó de su padre, Ladislao, oriundo de Tres Capones, que se jubiló después de 40 años de servicio. Es que por ese entonces, había una ley nacional que permitía acceder al empleo en caso que el progenitor se jubilara.
Ladislao falleció en 1985. A decir verdad, “lo mató el sufrimiento, la incertidumbre, el dolor. De la memoria no se puede borrar la persecución, la tortura, tampoco cuando tus propios familiares te ignoran y te dejan de lado. Pasamos muchos años encerrados en nosotros mismos porque la mayoría de las calumnias provenían de los familiares de mis padres”. Dichos como: ‘no te juntes porque son todos guerrilleros’, ‘subversivos’, eran moneda corriente. “Mi viejo, hijo de ucranianos, recto como un palo de escoba, se sentía mal cuando en la misma misa la gente lo miraba de costado o cuando se sentaba en un banco y el que estaba al lado, se levantaba y se iba. O que el sacerdote diga: ‘vos tenes la culpa que tu hijo salio guerrillero’. Era el dolor, la impotencia, de que te calumnien, te injurien, y vos no pudieras reaccionar. No podías. ¿Cómo ibas a reaccionar ante un vecino que te dice esas cosas? Después de 40 años muchas cosas vuelven. Hay que tener un espíritu de voluntad muy fuerte. Nos ayudó mucho la iglesia. Nos aferramos a la fe, y en esos momentos era el único lugar que podías frecuentar. De todos modos la gente de los servicios me perseguía dentro de ella”. Como tantos otros que vivieron esta experiencia, Juan sostiene que “hay cosas que contás al común de la gente y no te sabe entender. Cree que eso no existe, que no es cierto. El que no vivió no puede entender ni dimensionar lo que se siente haber pasado lo que pasamos”. Pero “todo te queda en la memoria”, insiste Juan que ahora tiene como cuenta pendiente viajar hasta Empedrado. Quizás lo haga en noviembre.
Con la recuperación de los restos, Juan se enteró de otras cosas que sucedieron en ese momento, que “no son como parecían que iban a ser”. Como es el caso del relato que hizo el médico policial de Empedrado, señalando que la aparición del cuerpo data de entre junio y noviembre del 76, cuando la masacre de Margarita Belén se produce en diciembre de ese año. “Él murió en la cárcel, por las torturas y los golpes. De acuerdo al testimonio, tal como está escrito, y la investigación del Instituto de Antropología Forense, por el estudio de los huesos y la fecha del encuentro, no habría muerto en Margarita Belén”, interpretó su hermano.
Mural en Humanidades
En homenaje a Carlos, el pasado 2 de octubre se inauguró un mural en el primer piso de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Misiones (UNaM), donde el joven cursaba la carrera de Trabajo Social. La obra fue un trabajo de la artista Sandra Gularte. En esa casa de estudios existe una agrupación y un aula que llevan su nombre. Durante la ceremonia, las autoridades destacaron que Tereszecuk es “un símbolo dentro de la historia misionera”.
Rosario de cocos
Un artesano amigo de Carlos, entregó a Juan un rosario hecho de cocos y una cruz tallada “para que lo pongas en el ataúd el día que aparezcan los restos de tu hermano. Lo colgué en el dormitorio y cuando llegó, estaba el Flaco en su urna junto al rosario, una vela y un florero. Así estuvo unos días hasta que pudimos decirle a mi vieja. El Flaco era un tipo bueno. Nunca una maldad, no levantaba la voz, nunca una discusión… y estalla en llanto. De esos tan acongojados que ahogan las palabras.
Carlos ha regresado
A 42 años de su asesinato, los restos óseos de Carlos Enrique Tereszecuk fueron identificados. En los primeros días de este mes, el Equipo Argentino de Antropología Forense que viene trabajando en las investigaciones iniciadas por la Secretaría de Derechos Humanos del Juzgado Federal de Corrientes, informó “…con base en los resultados del estudio antropológico y genético”, que el tercer cuerpo hallado entre el conjunto de huesos conservados en una fosa común del Cementerio de la localidad de Empedrado, provincia de Corrientes, pertenece al estudiante misionero asesinado en Margarita Belén el 13 de diciembre de 1976.
Carlos nació en Posadas, Misiones, el 4 de enero de 1952. Inició la primaria en la escuela Parroquial Inmaculada Concepción del barrio Villa Urquiza, lugar donde nació, continuó estudios secundarios en un colegio religioso y pasó por una etapa de internado en el seminario de Fátima.
Formado en una familia de católicos practicantes y con un marcado sentido de solidaridad, Carlos fortaleció su interés por el mejoramiento de las condiciones de vida de los sectores más vulnerables trabajando en los barrios con grupos juveniles de la iglesia.
Al terminar la secundaria partió a Córdoba para iniciar el noviciado en Alta Gracia, dedicándose al estudio de filosofía y teología. Pasada la primera etapa de su formación regresó a Posadas, abandonó el Seminario y comenzó a estudiar la carrera de Trabajo Social. Retomó su militancia social y estudiantil, junto a Manuel Parodi Ocampo y Arturo Franzen, participando activamente en acciones de reclamos de derechos sociales, alfabetización y apoyo escolar en los barrios.
En 1973 se incorpora a la militancia política a través de la Juventud Universitaria Peronista y al año siguiente fue elegido vicepresidente del Centro de Estudiantes de la Escuela de Servicio Social, actual Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la UNaM. En 1975, participó de la campaña electoral del Partido Auténtico y se sumó como Secretario al equipo de trabajo de los diputados Juan Figueredo (detenido-desaparecido) y Pablo Fernández Long.
A fines del mismo año, luego de sufrir un intento de secuestro por parte de un grupo civil, se alejó de la actividad pública y se refugió en casas de compañeros de Posadas y del interior de la provincia, posteriormente decide ir a Resistencia. Desde ese momento y a pesar de los intentos de comunicarse, su familia dejó de tener noticias de su vida.
Con la recuperación del sistema democrático se conocieron testimonios de compañeros sobrevivientes, que relatan que fue secuestrado entre Junio-Julio de 1976 y “visto en la Brigada de Investigaciones de la Policía de Resistencia, Chaco… muy lastimado por las torturas, hasta diciembre de ese año”. Margarita Belén fue la última estación de su martirio.
La identificación de los restos de Carlos es un hecho de fundamental trascendencia. En primer lugar para su familia, que ha padecido por más de cuatro décadas el desgarramiento del cuerpo perdido. Porque los desaparecidos ponen a sus familias y a quienes formaron parte de sus vidas, en una situación de espera de uno de sus miembros, de quien perdieron todas las referencias de tiempo y espacio. Esta ambigüedad existencial o muerte inconclusa es también una forma de tortura. Con la recuperación de sus restos la familia de Carlos cierra el largo tiempo de angustia, podrá comenzar a transitar el duelo y alcanzar consuelo.
Carlos Enrique Tereszecuk, regresó al lugar que lo vio nacer y donde trabajó por los derechos de las personas más vulnerables, impulsado por el principio de la ética cristiana de la Opción por los Pobres.
Hoy, Carlos salió del territorio de deshumanización y silencio que pretendió imponer la dictadura cívico-militar. Este hecho conmueve a quienes trabajamos con obstinada paciencia en búsqueda de Verdad y Justicia. Porque fortalecen las investigaciones y destacan una vez más la importancia científica del Equipo Argentino de Antropología Forense; y nos permite sumar nuevas evidencias en relación con la matriz operativa utilizada para el aniquilamiento de las víctimas del Terrorismo de Estado en nuestra zona.
Acompañamos con respeto a la familia. Los abrazamos y honramos la Memoria de su hijo, martirizado por su compromiso con la Vida y los Derechos de los sectores más vulnerables. Carlos Enrique Tereszecuk ¡PRESENTE!
Dra. Yolanda Urquiza
Historiadora