A través del lenguaje nos contamos el cuento de nuestras vidas y en base a eso “somos”. El lenguaje nos permite pensarnos a nosotros mismos y crear nuestra realidad.
En este sentido, si existe algún área de nuestras vidas en la que queremos mejorar los resultados que estamos obteniendo, si queremos innovar, emprender, aprender, o conducirnos de forma más efectiva; debemos modificar la manera en que pensamos, y eso se puede conseguir revisando la forma en que hablamos con nosotros mismos, con otras personas y a la vida.
Cuando aprendemos una forma más efectiva de hablar no sólo ampliamos el horizonte de posibilidades, sino que reprogramamos nuestro cerebro y con ello devenimos en un ser diferente.
Al hablar producimos pensamientos, y esos pensamientos provocan emociones y reacciones químicas en el cuerpo. Por ejemplo, si te hablas de forma positiva y te reís, tu cerebro libera endorfinas y reduce el cortisol.
Si lo haces muchas veces convirtiéndolo en un hábito, tu química cambia y por consiguiente, tú cambias.
Dependiendo de cómo hablemos y cómo nos hablen, se conformarán nuestros pensamientos, nuestra efectividad y nuestro ser (físico, químico y espiritual). Cabe recordar que vivimos en mundos interpretativos, las cosas no son como son sino como cada uno las interpreta, es decir que vivimos según nuestro relato.
Ahora bien, no sólo actuamos de acuerdo a lo que somos sino que somos de acuerdo a cómo actuamos. La acción genera ser, uno deviene de acuerdo a lo que hace, por lo tanto si cambio lo que hago, o como me hablo, puedo cambiar lo que soy.
Si te hablas o te hablan de cosas desagradables, pronto producirás un pensamiento de infelicidad y tu cerebro recibirá una orden con la que fabricará sustancias químicas para crearte una realidad de infelicidad y malestar.
En el momento en que empezamos a sentir de la manera en que pensamos, empezamos a pensar de la manera en que nos sentimos, y eso produce aún más química. Y así se crea lo que llamamos el estado de ser.
La repetición de estas señales hace que algunos genes estén activados y otros apagados. Según Joe Dispenza, memorizamos este estado como nuestra personalidad, así que la persona dice: Soy una persona infeliz, negativa, o llena de culpa, pero en realidad lo único que ha hecho es memorizar su continuidad química y definirse como tal.
El mero sentido de las palabras modifica la química y las funciones del cerebro, crea los espacios emocionales (expansivos o contractivos según su signo) y predispone a la acción o a la inacción, y por ende, condiciona los resultados individuales y hasta organizacionales.
Les propongo que prueben cambiar todas las palabras negativas (no, prohibido, problema, conflicto, difícil, imposible, desastre, fracaso, espera, imposición …) con las que se hablan a sí mismos y a los demás, y las sustituyan por otras positivas (nosotros, sí, posible, podemos, posibilidad, oportunidad, reto, cambio, éxito, actividad, participación …).
Somos un devenir, elijamos desde el bien.
Colabora
Valeria Fiore
Abogada-Mediadora
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