“Creo sinceramente que todas las personas tienen su corazoncito solidario, sólo que a veces hay que escarbar un poquito y dejar que esto salga a la luz, porque el hombre que no es solidario es como que no fuera completo”, entendió Emilio Marchi, un hombre que llegó a la tierra colorada, vio una necesidad y trabajó incansablemente para remediarla, un artista que escogió trabajar por Misiones en lugar de las grandes galerías de Italia y que hoy, con 75 años, continúa con el mismo ímpetu que en aquellos primeros días.
“Nací en Buenos Aires, viajé a Europa y estuve allí unos años, cuando volví, con un amigo italiano, después de pasar por mi tierra natal, decidí enseñarle una región que me gustaba mucho, que había conocido, Misiones. Fuimos recorriendo distintos pueblos, estamos hablando ya hace más de 35 años, e intentaba explicarle todas estas cuestiones vinculadas a la situación social, por ejemplo, el porqué de la existencia de tantos chicos en la calle, sobre todo en Posadas; recuerdo que él decía las mismas palabras que mi mamá cuando chico, cuando trataba de señalarle alguna cosa que estaba mal o alguna injusticia, ‘no te preocupes Emilio, el mundo siempre fue así, siempre hubo ricos, siempre hubo pobres y no lo vas a arreglar, va a continuar igual’, pero yo insistía en explicarle que algo, aunque sea pequeño, insignificante tal vez, se podía hacer y que por lo menos me iba a dejar satisfecho el intento”, confió.
Fue imposible convencer a su amigo, sin embargo esta negatividad “fue el motor que motivó mayor interés de parte mía, hizo en mí el efecto contrario”, reconoció el artista que regresó a Italia con el compromiso de obtener fondos para un hogar que Jardín América necesitaba.
En el Viejo Continente, Marchi se dedicaba a la pintura, “hacía exposiciones, por suerte encontré personas que compraban mis cuadros y con los fondos que traje hicimos la obra, llegué en junio de 1986 y para fin de año estaba el hogar terminado después de haberme quedado allí todo el tiempo con un grupo de personas trabajando”, apuntó.
Pero aún había mucho por hacer. Posadas se convirtió en su espacio. Encontró que tres rincones de la capital provincial eran los más carentes, la chacra 189, Parque Adán y “el más patético”, el barrio San Jorge, “allí apunté y se desarrollaron distintas iniciativas, una guardería, un hogar para los niños más pequeños, después nos dimos cuenta que era importante ver si se lograba cambiar las costumbres de las familias, observábamos que eran demasiado precarios los ranchitos y era difícil si no se los proveía, al menos, de los servicios básicos, por ejemplo, el agua, para la que hacían largas colas para conseguir”, recordó.
No era fácil, pero “cada año retornaba a Europa, seguía pintando y encontrando personas de mal gusto (risas) que compraban mis obras y con esos fondos continuábamos trabajando, después se formó un grupo que fue de mucha ayuda porque tramitaron el apoyo al Mercado Común, que recién comenzaba a estructurarse, y nos ayudó bastante para hacer la prolongación de los servicios de agua potable y también en la construcción de una parte del centro educativo, el centro comunitario, después recibimos algunas otras colaboraciones para construir las primeras 35 viviendas, todo con fondos totalmente privados; el Gobierno al observar todo este movimiento pensó lo positivo que sería realizar convenios para que su intención, la de construir viviendas, se uniera a nuestro propósito que en ese sentido eran iguales, de modo de acelerar esta construcción y se fue avanzando en los primeros pasos de programas de urbanización”, contó el artista e hizo hincapié en que “esto fue bastante positivo, se superaron las 500 viviendas que se levantaron con este sistema de autoayuda, con el esfuerzo propio y la colaboración de los mismos beneficiarios junto a la escuela de capacitación que ya estaba comenzando a funcionar, se formaron cuadrillas con alumnos, docentes y vecinos y hubo un período de intensa actividad con muy buenos resultados en la urbanización que fue avanzando, el Gobierno siguió asistiendo e hizo que fuera posible”.
El barrio fue tomando forma, sin embargo una cosa es ofrecer una mejor calidad de vida a través de servicios y otra el verdadero crecimiento, “el que está en la adquisición de valores, por eso la capacitación que ofrecía la escuela y los talleres fueron algo muy importante, esto cambia verdaderamente la vida de la gente, porque cuando se capacita se le abren nuevos horizontes, los que no podría explorar sin esos conocimientos, por eso apuntamos fuertemente a la capacitación y creemos que mirando hacia ese camino se va a llegar a transformar, siempre y cuando seamos capaces de actualizarnos en los cambiantes rumbos que va tomando la educación, así es que abrimos cursos con lo que van marcando las nuevas orientaciones” (vinculados a lo digital, por ejemplo), subrayó.
Una vida dedicada al servicio
Con 75 años, Emilio Marchi encontró que esta actitud de vivir al servicio de quienes lo necesitan “con los años se transforma en algo espontáneo, natural, creo que sinceramente que las personas todas tienen su corazoncito solidario, sólo que a veces hay que escarbar un poquito y dejar que esto salga a la luz, porque el hombre que no es solidario es como que no fuera completo”. Y admitió que hubo momentos en los que pensó dejarlo todo, pero “son fugaces, cuando todo parece que se derrumba y se está sin esperanza de resolver algunas cuestiones, pero hay que sobreponerse a los tiempos que no son favorables e insistir, con paciencia se logra llegar a los objetivos”.
“Cualquier persona tiene altos y bajos, quién puede vivir sin decir nunca tuve una crisis, creo que ni siquiera un monje budista, entiendo que las crisis forman parte de la existencia de las personas y muchas veces uno sale de ellas reforzado, pueden ser saludables porque refuerzan la elección que uno hizo”, subrayó.
Y agradeció que siempre “hubo personas que me apoyaron, los amigos, que nobleza de parte de ellos que algunos comenzaron a apoyarnos hace treinta años continúan haciéndolo”.