La fiesta litúrgica de Santa Rosa de Lima es el 23 de agosto desde la reforma del calendario de después del Concilio Vaticano II; sin embargo el Episcopado Argentino y otros episcopados de América la celebran el 30 de agosto, fecha tradicional en toda América.
El Papa Inocencio IX dijo de esta santa un elogio admirable: “Probablemente no ha habido en América un misionero que con sus predicaciones haya logrado más conversiones que las que Rosa de Lima obtuvo con su oración y sus mortificaciones“.
En Lima, Perú, los padres de Rosa se esforzaron en darle una formación de valores cristinos; la ciudad tenía una comunidad pionera en la evangelización: el convento de Santo Domingo.
Allí los seglares podían participar en la liturgia, reunirse a meditar la Palabra de Dios y colaborar temporalmente en los puestos misionales o “doctrinas”.
Desde pequeñita Rosa tuvo una gran inclinación a la oración y a la meditación; un día rezando ante una imagen de la Virgen María le pareció que el niño Jesús le decía: “Rosa conságrame a mí todo tu amor”. Y en adelante se propuso no vivir sino para amar a Jesucristo.
Y al ir a su hermano decir que si muchos hombres se enamoraban perdidamente era por la atracción de una larga cabellera o de una piel muy hermosa, se cortó el cabello y se propuso llevar el rostro cubierto con un velo, para no ser motivo de tentaciones para nadie.
Rosa en su interior vive un dilema: por un lado siente vocación de religiosa contemplativa y, por otros, percibe la imperiosa llamada a realizar esta vocación en el interior de su familia, trabajando por el Reino de Dios desde fuera del convento, y sucedió así, en una habitación pequeña ermita que le construyeron en el jardín de su casa.
Es difícil encontrar en América otro caso de mujer que haya hecho mayores penitencias, lo primero que se propuso mortificar fue su orgullo, su amor propio, su deseo de aparecer y de ser admirada y conocida.
Y en ella, como en todas las cenicientas del mundo se ha cumplido lo que dijo Jesús: “quien se humilla será enaltecido”.
Desde 1614 y a cada año al llegar la fiesta de San Bartolomé, el 24 de agosto, demostraba su gran alegría y explicaba el porqué.
“Es que en una fiesta de San Bartolomé iré para siempre a estar cerca de mi redentor Jesucristo”. Y así sucedió. El 24 de agosto del año 1617, después de terrible y dolorosa agonía, expiró con la alegría de irse a estar para siempre junto al amadísimo Salvador a los 31 años.
Fuente: Noticias Argentinas