Lo cierto es que pese a ello, muchos en el vecino país lo ven como el hombre que puede acabar con la inseguridad que los golpea, en un momento en el que la militarización de la seguridad nacional se está tornando en una tendencia que va más allá de los signos políticos en Latinoamérica.
Ha levantado olas de indignación por sus comentarios racistas y homofóbicos. Pese a ello, muchos en Brasil ven a Jair Bolsonaro como el hombre que puede acabar con la inseguridad que golpea al país.
Este parlamentario y excapitán del ejército hace una semana lanzó su candidatura a las elecciones presidenciales del próximo octubre, para las que se perfila como uno de los principales aspirantes, algo que genera inquietud entre sus detractores.
¿Por qué?
Más a la derecha de Trump
Aunque la prensa internacional ha comenzado a llamarlo “el Trump brasileño”, estableciendo algunas comparaciones con el mandatario estadounidense, en realidad, Bolsonaro se ubica ideológicamente más a la derecha.
Bolsonaro aboga por hacer frente a la inseguridad adoptando leyes menos estrictas para el control de armas y cuenta con el respaldo de millones de cristianos evangélicos, que lo apoyan por su postura radical en contra del aborto.
Además ha defendido la tortura y la aplicación de la pena de muerte.
Sus posturas ha podido dejarlas claras a lo largo de más de 30 años de años de carrera parlamentaria.
“Estoy a favor de la dictadura”, proclamó en 1993 desde el podio de la Cámara de Diputados de Brasil, en defensa del régimen militar que gobernó al país desde la década de 1960 hasta 1985.
“Jamás resolveremos los graves problemas nacionales con esta democracia irresponsable”, agregó.
En aquel momento, Bolsonaro -quien se encontraba en el primero de sus siete períodos como diputado- se mostraba como simpatizante del gobierno de Alberto Fujimori en Perú y era partidario del cierre del Congreso en Brasil para hacer frente a la corrupción y a la hiperinflación en el país.
Pero, ésta no es ni remotamente su primera polémica de este tipo.
En 2017, generó una gran controversia al anunciar que si llega a la presidencia acabará con las reservas indígenas y las “quilombolas” (palenques, asentamientos en los que se refugiaban los esclavos rebeldes en Brasil y en los que ahora viven sus descendientes) porque obstaculizan la economía.
En referencia a los residentes de los quilombolas (principalmente afrodescendientes), Bolsonaro aseguró que “no sirven ni para procrear”.
Esto derivó en una denuncia en su contra ante el Ministerio Público y en una posterior condena judicial por daños morales colectivos a esas comunidades y a la población negra en general.
Dos años antes, en 2015, Bolsonaro había sido multado por haber dicho a un periódico que la congresista Maria do Rosario “no merece ser violada: ella es muy fea”.
Mientras que en 2011, en una entrevista publicada por la revista Playboy, afirmó que sería “incapaz de amar a un hijo homosexual” y que preferiría que un hijo semejante “muriera en un accidente”.
Bolsonaro está casado en terceras nupcias y tiene seis hijos dos mujeres y cuatro varones. De estos, dos han seguido la carrera política.
“Los tengo a ustedes”
Entre las dificultades que enfrentará la candidatura de Bolsonaro, destaca el hecho de que competirá con el apoyo del Partido Social Liberal, una organización relativamente pequeña dentro de la política brasileña.
Esto podría debilitar sus opciones debido a que dispondrá de menor exposición en televisión, toda vez que en Brasil el tiempo con el que cuentan los partidos para sus campañas televisivas depende del tamaño del apoyo que hayan obtenido en procesos anteriores.
“No tenemos un gran partido. No tenemos fondos para la campaña. No tenemos tiempo en televisión”, dijo Bolsonaro durante su mitin del domingo.
“Pero tenemos algo que otros no tienen: a ustedes, al pueblo brasileño”, agregó ante sus seguidores que lo llaman “mito”.
Sus controversiales posturas sobre temas sociales y políticos le han ganado el apoyo de millones de brasileños pero también le han generado una imagen muy negativa entre otros sectores de la población.
Sus detractores señalan que, más allá de sus posturas extremas, tiene un pobre historial en una larga carrera en el Congreso de Brasil, donde -afirman- no ocupó cargos de gran responsabilidad ni logró el impulso y la aprobación de ninguna ley relevante.
Sus altos niveles de rechazo pueden resultar decisivos en la eventualidad de que a Bolsonaro le toque medirse en una segunda vuelta electoral, una posibilidad que -tal como se encuentran las encuestas en estos momentos- luce probable.
¿Peligra la democracia?
Las elecciones suelen ser un ejercicio de futurología: los candidatos proponen futuros posibles para el país. Pero la campaña electoral en Brasil está mirando al pasado. La crisis política y la convulsión social que generó la investigación Lava Jato contra la corrupción y la destitución de la expresidenta Dilma Rousseff podrían haber originado una nueva ola de líderes brasileños en la disputa por la presidencia de este año. Sin embargo, los dos aspirantes punteros son dos viejos conocidos: el exmandatario Luiz Inácio Lula da Silva y el militar retirado y actual diputado Jair Bolsonaro. Ambos proponen un futuro muy parecido al pasado.
Lula, quien desde prisión lidera las encuestas, inspira en los votantes la nostalgia de un tiempo de bonanza económica y paz que ya no volverán, en buena medida porque la configuración de las fuerzas políticas y su reputación ya no son las mismas que antes. Pero la factibilidad de la plataforma de Lula empieza a ser menos relevante si se considera la probabilidad de que la candidatura del expresidente sea impugnada por el Tribunal Superior Electoral. En ese caso, según los estudios más recientes, quien quedaría en primer lugar en las intenciones de voto sería Bolsonaro, defensor de la dictadura militar brasileña que se prolongó de 1964 a 1985 y quien ha justificado el uso de la tortura.
Los Cabos, un destino generoso y aventurero
Los signos de la política han cambiado y nadie en Brasil lo ha entendido mejor que Bolsonaro. El aspirante de extrema derecha ha sabido usar el lenguaje de las redes sociales: en vez de debatir ideas, culpa a quien no está de acuerdo con él. Bolsonaro es como un meme que se hace viral porque difunde opiniones fáciles. Su discurso transita entre la rabia y los perjuicios. Pasó de ser un diputado anodino al líder de las encuestas porque un número significativo de brasileños -cansados de la violencia, el caos de la política pos-Odebrecht y el avance de la agenda progresista de la izquierda- apoya sus posturas conservadoras de ruptura y su mano dura.
Bolsonaro dio con una fórmula atractiva en un país atribulado: ofrecer soluciones simples para problemas complejos.
Entre Lula y Bolsonaro hay un espectro muy diverso de contendientes a la presidencia que van de la izquierda a la derecha, de figuras relativamente nuevas -como Guilherme Boulos, el líder del Movimiento de los Trabajadores Sin Techo- a políticos experimentados -como el exgobernador de São, Paulo Geraldo Alckmin-. Ningún precandidato de la actual contienda es perfecto, pero comparten una característica vital: son respetuosos de la democracia. Todos salvo uno: el militar retirado, que representa nuestro ominoso pasado autoritario, tiene el 19 por ciento de la intención de voto. Parece que los brasileños nos sentimos tentados a retroceder.
En noviembre del año pasado, acompañé a Bolsonaro a una graduación militar. Verlo en acción me recordó a la despedida de Lula de la presidencia. El 1 de enero de 2011, el expresidente rompió el protocolo y bajó la rampa del Palácio do Planalto para lanzarse a los brazos de la multitud que lo aclamaba. Esa ha sido la iconografía de Lula desde que era líder sindical en la década de los setenta hasta el día, en abril de este año, en que se entregó a la Policía Federal para iniciar su condena por corrupción: él en el centro rodeado por un mar de manos ansiosas por tocarlo. En la ceremonia, Bolsonaro también rompió con el cordón de seguridad para ser absorbido con fervor por los cadetes y sus familiares. Pero en el caso de Bolsonaro, el impulso de la masa no era tocarlo, sino retratarlo. El capitán del ejército retirado estaba rodeado por decenas de celulares y congeló la sonrisa para las selfis.
Bolsonaro se presenta como el antipolítico, pero ha sido diputado por 27 años. Se presenta también como el único candidato honesto, pero, según investigaciones, ha contratado a familiares con recursos públicos y ha usado dinero de su partida parlamentaria para su campaña. Por una década formó parte del Partido Progresista, el partido con el mayor número de políticos bajo investigación por la operación Lava Jato. Dice ser la mejor opción para estabilizar el mercado, pero su historial es el de un estatista. Es un político de derecha pero en su momento celebró la elección de Hugo Chávez en Venezuela.
Ninguna de estas contradicciones parece molestar a sus seguidores, quienes lo apoyan por las mismas razones que sus opositores lo repudian. Como Donald Trump y otros populistas actuales, se alimenta acosando a sus adversarios.
En 1997, cuando el entonces senador izquierdista Eduardo Suplicy fue atacado por un perro, Bolsonaro propuso condecorar al perro. En 1999, durante el gobierno de Fernando Henrique Cardoso, dijo que la dictadura debería haber “fusilado por lo menos a 30.000” personas, “empezando por el presidente”.
Pero acaso su momento estelar fue cuando en la votación para destituir a Dilma Rousseff -exguerrillera torturada- le dedicó su voto al jefe del centro de tortura de la dictadura.
Una encuesta mostró que sus seguidores -que lo llaman “el mito” o “Bolsomito”- lo toman en serio, pero no al pie de la letra. Lo ven como el representante de la transgresión, no como el político del odio. El militar retirado ha logrado posicionarse al mismo tiempo como un líder conservador que quiere “rescatar los valores familiares” y como una figura refrescante que se opone radicalmente a lo políticamente correcto (el 60 por ciento de sus seguidores son jóvenes).
A pesar de sus declaraciones inquietantes, su ineficiencia en el Congreso, su falta de programa económico, Bolsonaro es popular porque es populista. Ante la sobrepoblación en las cárceles y el aumento de la violencia urbana, propone armar a la población para que mate a los criminales. Y quien no está de acuerdo debe ser un criminal también, insinúa. Su guerra de frases efectistas distorsionan cualquier intento de debatir. Su discurso incendiario ha permeado en sus seguidores, quienes han dicho que si no gana las elecciones se deberá a un fraude electoral. Lo que permite hacer un primer ejercicio de futurología: estas elecciones no van pacificar el país.
Quizás no gane la presidencia, pero que Bolsonaro haya cobrado tal protagonismo en la política brasileña significa un retroceso. En las elecciones es común decir que se votará por el candidato “menos peor”. Pero en esta contienda hay un riesgo adicional: no hay aspirantes perfectos, pero uno de los contendientes ha hecho una campaña con posturas decididamente antidemocráticas. Bolsonaro es un síntoma del descontento social que vive Brasil, no una solución. Si algo necesita Brasil ahora es consolidar su democracia.