El tablero político argentino atraviesa una etapa de reacomodamientos profundos. Ya no se trata solo del balance de poder en el Congreso que se viene, sino de un rediseño más amplio que tiene al presidente Javier Milei en el centro de una arquitectura institucional cada vez más vertical.
Lo que empezó como una alianza electoral heterogénea se convirtió en una estructura piramidal, donde el Presidente decide, su hermana controla y el resto acata. El experimento libertario avanza hacia un modelo de conducción cerrado, con escasa tolerancia a la autonomía política o técnica.
El desplazamiento de Victoria Villarruel del eje de decisiones fue el inicio y, tras las elecciones de octubre, vuelve a tener vigencia. Ahora, Patricia Bullrich ocupará el control del bloque oficialista en el Senado y se convertirá en la encargada de ordenar a los legisladores, disciplinar a los aliados y blindar al Ejecutivo ante una oposición que, aunque fragmentada, conserva mayoría en ambas cámaras.
Los aliados se consolidan entonces como el brazo político del Gobierno libertario, una simbiosis que convierte a Bullrich en la verdadera articuladora de poder territorial dentro del mileísmo. En la práctica, Milei delega poder político, pero retiene el monopolio del discurso. Es una fórmula eficaz mientras la economía sostenga la narrativa de éxito, pero frágil si los números empiezan a tensarse. Bullrich representará el pragmatismo de la gestión. Milei, que mira la política como un instrumento y no como un campo de negociación, opta por ese camino. Prefiere el orden a la deliberación y la ejecución a la intermediación.
La consecuencia es una política cada vez más fría, más tecnocrática y menos representativa. En este clima, el oficialismo decidió suspender de hecho la actividad legislativa. No habrá sesiones ordinarias de peso hasta diciembre: el objetivo es evitar sobresaltos antes de la renovación parlamentaria. Milei busca llegar con aire político al verano, cuando pretende tratar el Presupuesto 2026 en sesiones extraordinarias, ya con un Congreso parcialmente reconfigurado y con mayor margen para negociar con gobernadores.
El Congreso en pausa es una decisión política: muestra la prioridad del Ejecutivo por el control y no por el consenso.
Mientras tanto, el Presidente viaja. Su reciente paso por Nueva York fue más que una gira de promoción: fue una reafirmación ideológica ante los mercados. En cada foro empresarial, Milei insistió en que la Argentina respetará los derechos de propiedad intelectual y se alineará con los estándares de libre mercado de Estados Unidos.
En un país históricamente permeable a la intervención estatal, esa promesa fue leída en Washington como un gesto de adhesión estratégica. No se trató solo de economía: fue un posicionamiento geopolítico. Argentina busca dejar atrás el péndulo regional y anclar su modelo en la órbita norteamericana.
Pero ese alineamiento tiene costo. Las operaciones financieras del Tesoro estadounidense en el mercado argentino revelan la dependencia creciente de la estabilidad cambiaria respecto del capital externo.
Scott Bessent, funcionario del Tesoro, exgestor de Soros Fund Management y luego fundador de Key Square, un fondo de cobertura que lo colocó en la lista de gestores más influyentes de Wall Street, mantuvo un rol activo en la recompra de “dólares argentinos” en los meses previos a las elecciones. Hoy, su salida del mercado deja al peso más expuesto y obliga al Gobierno a buscar anclas internas.
En paralelo, el posible tramo adicional del swap de monedas funciona como un salvavidas discreto que mantiene a raya la presión cambiaria.
Sin embargo, la calma del dólar no es un síntoma de fortaleza, sino de apoyo externo. Cuando esa asistencia se retrae, el equilibrio se vuelve precario.
En la discusión que se viene, el Gobierno proyecta en el Presupuesto 2026 una inflación del 10,1% anual. Traducido: un Índice de Precios al Consumidor inferior al 0,8% mensual durante doce meses consecutivos. Un desafío técnico posible, pero políticamente costoso.
Mantener ese nivel de estabilidad requeriría continuar con el ancla fiscal y tarifaria, sin margen para expansiones de gasto.
El problema es que, en la economía real, la recuperación no llega. El consumo sigue en niveles bajos, el crédito privado no despega y la inversión productiva se concentra en sectores exportadores, sin derrame sobre el mercado interno. El modelo Milei parece funcionar en los balances macro, pero se empantana en la microeconomía cotidiana.
Las tarifas eléctricas son un ejemplo de ello. A partir del verano, los hogares pagarán más que las industrias. El esquema de segmentación que premia la eficiencia productiva traslada el peso del ajuste al consumidor residencial.
Es un diseño técnicamente impecable desde el punto de vista fiscal, pero socialmente regresivo. Y políticamente riesgoso: erosiona el poder adquisitivo de la clase media, justo el segmento que sostuvo a Milei en las urnas.
De hecho, la advertencia más fuerte proviene del propio think tank del PRO, la Fundación Pensar. Según sus relevamientos, solo el 43% de los hogares argentinos puede considerarse de clase media, frente al 75% que representaba hace dos décadas. Es una contracción estructural, no coyuntural.
Es lamentable, pero la realidad marca que el esfuerzo individual ya no garantiza movilidad ascendente, y esa sensación de estancamiento erosiona la legitimidad del ajuste.
El mileísmo prometió que el sacrificio sería temporal y recompensado con crecimiento; pero a medida que el horizonte se aleja, crece el riesgo de frustración política. Esa es, quizás, la paradoja central del experimento libertario: la estabilidad macroeconómica se apoya en la inestabilidad social. La disciplina fiscal ordena los números, pero desordena los ánimos.
La sociedad tolera el ajuste mientras percibe un rumbo; cuando ese rumbo se vuelve distante, el costo político se multiplica. Milei administra el tiempo como su principal recurso: necesita que la paciencia social dure tanto como su programa.
Las provincias mientras tanto, empiezan a delinear su propio libreto y Misiones ofrece el suyo. Anclado en el equilibrio fiscal y la inversión productiva, el modelo busca abrirse paso entre asimetrías y ausencia de la Nación. La nacionalización de las elecciones de medio término y el resultado local parecieron dejar a salvo al gobernador Hugo Passalacqua, quien, de acuerdo al informe de CB Consultora de Opinión Pública de noviembre de 2025, se posicionó en el décimo lugar, con una imagen positiva del 55,4 %, sobre un total de 24 mandatarios evaluados.
Su vice, Lucas Romero Spinelli, resumió en San Vicente aquello del libreto misionero al expresar que “todos son conscientes de la crisis, de la baja en la actividad. Se siente en el comercio, en los pueblos. Pero hay que resistir y trabajar más unidos que nunca, provincia y municipios, defendiendo a nuestra gente, que es lo más importante”. El mensaje guarda una advertencia en medio de una economía nacional marcada por la contracción: el ajuste sin desarrollo carece de sentido.
Quizás es por eso que otros distritos apuestan también al crecimiento productivo como antídoto al ajuste. Córdoba, Santa Fe y algunas provincias patagónicas buscan afirmar modelos autónomos, menos dependientes del humor financiero de Buenos Aires. Es un fenómeno incipiente, pero revelador: mientras la Nación centraliza decisiones, los territorios periféricos buscan gestionar.
La política nacional se enfría; las economías regionales se recalientan. En síntesis, la Argentina transita una doble tensión: una macroeconomía que se disciplina y una microeconomía que se deteriora. Un Estado nacional que concentra poder mientras las provincias buscan espacio.
En esa frialdad del equilibrio inestable, el país se juega su próximo capítulo: hasta dónde se puede ajustar sin quebrar la cohesión social, y hasta cuándo la sociedad puede resistir sin ver el fruto del esfuerzo. Porque, en definitiva, la política puede calcular, la economía puede estabilizar, pero la paciencia -esa moneda invisible que sostiene a los gobiernos- tiene su propio límite. Y cuando se agota, ni la épica ni el dólar alcanzan para volver a empezar.





