Que la Argentina está atravesando momentos difíciles y que hay temas preocupantes no es ninguna novedad, pero hay sectores y dirigentes que tienen poder y facultad de decisión que cada día hacen su “aporte” para que el panorama se torne un poco más nuboso.En este caso quien le agregó su pizca de aderezo a una realidad ya de por sí picante es el jefe de la UOM y de la CGT oficialista, Antonio Caló, una de las principales espadas sindicales que acompañan fervientemente la candidatura presidencial de Daniel Scioli.Con el mismo fervor, claro, con que aplaudieron e hicieron reverencias incondicionales a la presidenta Cristina Fernández, cosa que continuarán haciendo hasta las 12 de la noche del 10 de diciembre.Pero parece que Caló no va a tener un tránsito tranquilo en los próximos tiempos, ya que la Justicia, acorde a esta época de fin de ciclo, empezó a soltarse y en su caso le apuntó para investigarlo por presunto lavado de dinero.La cuestión se remonta a décadas, cuando el empresario del seguro Julio Raele y el caudillo metalúrgico Lorenzo Miguel establecieron una relación que solo quebró la muerte y que, según denunció un ex abogado de los “meta”, habría incluido negocios con miles y miles de dólares en danza.Córdoba, con Miguel muerto y eyectado de la UOM, quiso pasar unos billetes verdes a Uruguay, lo agarraron de las pestañas y lo condenaron. Entonces, Córdoba habló y develó una supuesta trama que alcanza a un nutrido universo de dirigentes de la UOM, algunos de ellos fallecidos. El abogado, según los “códigos” que aún imperan en el mundo sindical con reminiscencias de la “omertá” siciliana, cometió un pecado “imperdonable” para los gremialistas, aunque ello también ocurre en otros ámbitos corporativos.Caló puso al desnudo su sentimiento y seguramente el de sus compañeros de ruta y le obsequió a Córdoba un calificativo que tiene un trasfondo con variedad de sentimientos: “buchón”. Una cosa es tirarle por la cabeza un “buchón” a un pibe de una escuela que descubre a un compañero que arrojó una tiza -lo cual no deja de ser, aunque menor, una delación- y otra es endilgarle semejante mote a un hombre que conoce los entresijos de un grupo con importante carga de poder y secretos y que participó activamente de la política argentina contemporánea, más de una vez en tiempos y episodios oscuros y violentos. La violación de la “omertá”, o sea la ley del silencio, aún se paga con la muerte allende los mares, donde la mafia sigue enhiesta.Esto debería haberlo recordado Caló, ya que llamar a alguien “buchón” a nivel de alta escala política y en medio de una efervescencia singular, como es el cambio total de un Gobierno y con grandes intereses en danza, prácticamente es establecer una equivalencia con la ruptura de esos códigos que se pretenden inalterables.Es una forma peligrosa de descalificar a alguien, cualesquiera sean su rol y sus responsabilidades, ya que no se trata de establecer comparaciones entre conductas. Además, considerar “buchón” a alguien que denuncia un supuesto delito, aún cuando lo haga por despecho, como virtualmente lo presenta Caló, es una reacción que tiene un acervo y una carga sanguínea sin duda extemporáneos si se pretende un país mejor.Porque, en definitiva, no alcanza para despejar todas las dudas acerca de una posible práctica delictual, que es lo que deberán hacer ahora, desfilando ante la Justicia, todos quienes son requeridos por la Justicia en este caso.
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