La liturgia de este domingo, con el canto tercero del “Siervo de Yahvé”, nos introduce en el tema del dolor y la cruz y por medio de ella a la “salvación” de la humanidad. Tema paradojal en el misterio del Mesías que esperaban los judíos, que habían dejado de lado las profecías del “Siervo de Yahvé” y basaban su fe en un Mesías libertador y restaurador de Israel, lo imaginaban cumpliendo su misión mediante el triunfo y la gloria, concepción que Jesús mismo desdeña cuando anuncia claramente que debía padecer.Este domingo está cargado del tema del “dolor” que se hace en la esperanza “misterio de salvación”. El sufrimiento encuentra su más alto grado de valor y sentido en las dos actitudes del Siervo Sufriente de Isaías (Is. 50, 5-9a). La primera actitud se refiere a su espontánea y mansa aceptación del dolor y la segunda a su abandono confiado en Dios. “Yo no me he rebelado ni echado atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a los que tiraban de mi barba, ni siquiera escondí mi rostro a los que me insultaban y escupían” (Ib.5). Jesús acepta el dolor por ser voluntad del Padre y la actitud confiada en que en su voluntad se encierra el misterio de la salvación del hombre: “Mi Señor me ayudaba…por eso no quedé confundido” (Ib. 7). Es el preludio del triunfo final de la resurrección y de la gloria. De la intervención de Dios a favor de la salvación del hombre.En el evangelio de hoy (Mc. 8, 27-35), después de la confesión de los Apóstoles acerca de la mesianidad de Jesús, Él mismo se encarga de corregir el sentido de su mesianismo anunciándoles su pasión: “El Hijo del Hombre, tiene que padecer mucho … y ser ejecutado” (Ib.31). Los Apóstoles que han acompañado a Jesús, que le han oído y visto, que han sido partícipes de sus milagros y de su poder sobre la muerte ¿cómo hacen para entender que Él mismo tenga que padecerla para liberar a Israel? Es por eso que el mismo Pedro, el primero en confesarle su mesianismo y su filiación divina, rechaza este anuncio hecho por Jesús, considerando a la cruz como un absurdo, como una necedad. Jesús que sabe cuál es su misión y de qué forma tiene que cumplirse, no condesciende con Pedro. Más bien lo trata duramente, como trató a Satanás en el desierto: “Quítate de mi vista Satanás, tú piensas como los hombres, no como Dios” (Ib. 33). He aquí la enseñanza del cristianismo: es imposible una vida cristiana sin cruz. La facilidad de la vida y la falta de sufrimiento no son propias del cristianismo, esa es una religión de los hombres y no una religión basada en la fe en Jesucristo. “Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por el evangelio, la salvará (Ib. 33-35). Además quien quiera seguirle que tome su cruz y le siga, negándose a sí mismo.Este testimonio y enseñanza de Jesús irá entrando en el corazón de los apóstoles y más tarde en el de los cristianos mismos, que darán su vida por amor a Jesucristo y tantos abrazarán la cruz del martirio. El apóstol Santiago nos enseña que la fe sin obras en una fe muerta. Testimoniar a Jesucristo y su cruz es la obra cotidiana de cada cristiano. Y si no es así, será una fe muerta, un testimonio vacío, una religión de hombres, una religión sin Dios, como algunos pregonan en esos días. Defender el proyecto de Dios para el matrimonio, la familia y la vida humana pueden traer cruz y sufrimiento. Es la hora del testimonio personal y comunitario de quienes somos cristianos, es la hora de escuchar y seguir la voz de la conciencia, de defender la libertad religiosa. Estos son tiempos de vivir con mayor compromiso los valores del evangelio y la verdad sobre la persona, desde los criterios de Dios.Que María al pie de la cruz, clavada en el sufrimiento, nos anime a llevar la cruz de Cristo.
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