En un momento en que desde la vieja Europa llegan señales de intolerancia ante el fenómeno migratorio, connatural a las sociedades humanas de todos los tiempos, es reconfortante rescatar la herencia de los primeros colonos que persiste hoy, pese a las dificultades que no son pocas, en una provincia que aún no encontró la forma definitiva de un proyecto integrado, social, económica y productivamente.En los festejos oficiales de ayer se destacaron los avances que, en la organización y el desarrollo de la agricultura familiar, se han producido en los últimos años, de los cuales el auge de las ferias francas, que permiten el contacto directo del productor y el consumidor e integran la ciudad y el campo sin desarraigar al productor y su familia de la tierra; es uno de los más sólidos. Se debe destacar, sobre el fenómeno de las ferias francas misioneras, que sin desmerecer los aportes gubernamentales, en especial en infraestructura, el mérito de haber sustentado esta alternativa corresponde al productor mismo, y a la semilla sembrada por organizaciones como el Movimiento Agrario Misionero (MAM), que supo ser instrumento de lucha y signo de identidad del productor en tiempos más que difíciles. Hoy se habla de una ley provincial de agricultura familiar que buscaría dar un soporte institucional al productor alimentario e incentivar, simultáneamente, las formas de producción agroecológicas, resguardando así el medio ambiente y la salud de la familia productora. Loable iniciativa si no se queda en un mero anuncio que, por los grandes intereses que nunca faltan y que presionan para desalojar al productor de su tierra, nunca llega a plasmarse en la realidad.
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