Ella era el reflejo de esa incertidumbre de no saber qué hacer y esperar aquella ilusoria promesa de un retorno, pero con la respuesta de un rechazo si lo hacía.Así estaba, con ese sentimiento que se enredaba en su alma y hasta el cansancio de la vida se le notaba en su andar y hermoso rostro, que no reflejaba ninguna sonrisa como esperanzas.Pero la vida, en muchas ocasiones pone a esa persona que se enamora de lo peor o lo más triste de nosotros, ese alguien que ve lo que otros no pueden, y de alguna forma trata de rescatar esas almas de las garras del desamor.Es así, que en una fría tarde, en un café céntrico de la capital, ella esperaba a quien no despertó en ella amor sino más bien curiosidad y ganas de su compañía, quizás porque era agradable que la sacara con frecuencia de su rutina.Mientras buscaba por la ventana el rostro de aquel hombre entre los transeúntes que pasaban por la vereda, su mano jugaba con el vacío sobre que había endulzado -hacía varios minutos- esa taza de café. Tampoco quería llamarlo o enviarle un mensaje, tal vez para que no piense que ella estaba ansiosa de verlo u otros pensamientos que sólo se formaban dentro de sus inseguridades. Frecuentemente, en esos momentos de soledad divagaba su mente y eso le impidió verlo entrar al café y la sorprendió con un saludo y una disculpa por la tardanza. Ella rió por el agitado aliento del caballero y su constante sonrisa cuando se encontraban. Así, ese encuentro se convirtió en uno de los tantos en los que compartían sus verdades, secretos y algunos consejos con los que mitigaban algunos miedos e incertidumbre de sus vidas. Él la contempló fijamente y ella se dio cuenta de que esa sería una cita distinta, ya había visto esa mirada en ilusiones pasadas que terminaron lastimándola y como una perversa promesa se juró que nunca más le pasaría. Pero no se podían engañar, ambos se conocían bastante bien, hasta para predecir lo que el otro iba a mencionar, era mejor ser claros y no destruir lo que habían conseguido con el tiempo: una mezcla de amistad e insinuaciones que nacía de la confianza.Aunque para ella era todo era incertidumbre, él nunca perdió la sonrisa y tomó con sus dos manos una de las suyas y le propuso un juego. El hombre le confesó que en esa relación que formaron notó en ella la desesperanza que le propinaron aquellos fracasos en el amor, y que sentía ese dolor que muchas veces quiso consolar, brindándole palabras de esperanzas.Tampoco había sido fácil el sinuoso camino de las relaciones, pero que siempre trataba de tomar lo positivo de cada una de ellas para valorar lo siguiente, así siempre mantenía encendida la ilusión de encontrar a esa mujer ideal.Él la miró y le propuso jugar al amor y no tomar al desamor tan enserio, desafiar a su destino y liberarse de las garras del pasado para mirar el presente con optimismo y esperanza, que no había otra persona que no conociera su dolor y valoraría el cariño que ella le pudiese brindar porque era lo mejor y sincero que ello ofrecía. Le pidió que no suelte su mano para que ambos descubrieran los misterios de este sentimiento, que muchas veces se vuelve esquivo cuando quieren aferrarse. Ella se llenó de dudas y miedos, pero sintió en su voz, la convicción, las ganas y la necesidad de transformarse en ese puerto seguro donde ella pidiese amarrar su alma que naufragaba entre los mares del recuerdo y el miedo. De pronto, el silencio se apoderó de la situación, ella bajó la mirada y nuevamente sus pensamientos la liberaron de esa situación por un momento, él la esperó en silencio, como todo un caballero esperando una respuesta concreta y honesta.Ella lo miró y sonrió nuevamente, su rostro se iluminó y con un impulsivo beso aceptó jugar el juego del amor. Por Raúl Saucedo [email protected]
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