EL SOBERBIO (por M. Galeano y N. Maradona). “Podemos hablar lo que quieran, pero nada de nombres ni fotos. Sepan entendernos: ustedes después se van, pero nosotros seguimos acá”. El argumento se repite una y otra vez detrás de cada puerta en El Soberbio. Pese a todo, los vecinos no perdieron la amabilidad. Y evidentemente, tampoco el miedo. El fantasma del robo al banco aún genera miedo, preocupación y angustia. La vida no es la misma desde que todo pasó.Aquel lunes 2 de febrero los ladrones se llevaron mucho más que los dos millones de pesos y la vida del cabo primero Roberto Omar Ballesteros (35). También arrancaron de cuajo la tranquilidad de cerca de 20 mil personas que parecen no haber superado aún esa mañana en la que sobraron las balas y la violencia.A pocas horas de que se cumplan siete meses de aquel fatídico hecho, uno de los más violentos de ese tipo en la historia criminal de Misiones, PRIMERA EDICIÓN recorrió la localidad emplazada en la frontera con Brasil y recolectó las sensaciones de un pueblo que lucha por superar el trauma de una pesadilla que, como aseguran ellos, nunca olvidarán.Rumores que no dejan dormirEs martes a media mañana en El Soberbio. Aunque el real está en baja desde hace un tiempo, los brasileros siguen cruzando el río Uruguay desde Porto Soberbo. Los comercios que pueblan la avenida San Martín, a un costado del banco, aún reciben clientes de la otra orilla.Uno de esos tantos locales es atendido por la primera vecina que se anima a hablar con este diario. Obviamente, pide reserva de identidad. Saluda en “portuñol” al último cliente y, ya sin “testigos”, toma la palabra ante los recién venidos.“Acá en el pueblo todo el mundo piensa que los ladrones van a volver algún día. Cuando sale una plata del tabaco o algo así y hay que ir a cobrar, todos quedan pensando antes”, dice la mujer.La comerciante confirma lo que se ve a simple vista en cualquier esquina de la zona urbana del pueblo. “Ahora hay muchos más policías”, señala. No obstante, deja deslizar sus dudas con respecto a lo que esos efectivos podrían hacer en caso de que la historia se repita. “Ellos tenían armas de guerra, chalecos, parecían del Ejército”, recuerda.La entrevistada confirma que la tranquilidad en la que vivía el pueblo antes del robo se quebró por completo. Dice que a su hija, una niña, antes le dejaba ir a jugar a la plaza hasta entrada la noche, pero ahora tiene miedo. “La controlo más que antes”, dice.Sobre el robo en sí, la mujer recuerda que acababan de abrir el negocio con su esposo cuando notaron algo raro en plena calle. “Mi marido me dice ‘mirá allá’, y ahí estaba el policía arrodillado y dos que creíamos, eran del Ejército, atrás”, rememora y agrega que Ballesteros “no se callaba y como que discutía con ellos. No escuchamos cuando dispararon, sólo vimos que cayó”.Y para el final, la vecina deja una reflexión contundente: “acá la gente todavía no ‘cayó’ en lo que podía haber pasado, hubo muchísimos tiros y se ve que ellos no quisieron matar. Esto es algo que jamás vamos a olvidar”.El miedo en primera persona“No mataron más gente porque tuvieron piedad de nosotros”, coincide otra vecina de El Soberbio, que habla con PRIMERA EDICIÓN en la vereda, también a metros de la sucursal bancaria. Su historia es diferente a la anterior: ella fue tomada de rehén por los delincuentes.“Me pusieron un arma en el hombro. Eran todo gritos y disparos. Ahí vi a uno de los bandidos que le pisaba la cabeza al policía. Y después sólo escuché que decían que lo habían matado. Yo sólo pedía por mi vida y porque no viniera más gente”, recuerda shockeada la mujer, de más de 50 años, quien cuenta que al contrario de lo que se supone, al escuchar los disparos muchos se acercaron a la escena para saber qué pasaba. Nadie imaginaba que se trataba de un robo.La mujer coincide en que los malandras estaban preparados y “no vinieron a jugar”, y recordó que, a los gritos y en “portuñol”, decían: “Esto no es nada contra ustedes, es contra el banco”.Un día marcado por el dolorLas secuelas del hecho van más allá de extremar los cuidados y mirar dos veces a quienes no son de la zona. Tienen que ver también con una cuestión psicológica difícil de explicar. Es que para muchos, el día 2 se transformó en maldito.“Los días 2 no viene nadie al banco, el pueblo quedó traumado”, cuenta la tercera entrevistada, otra comerciante de la zona urbana del pueblo. “Esos días pocos vienen a cobrar o pagar porque hay un rumor de que los ladrones van a regresar”, agrega.La mujer es la única que dice directamente lo que otros no se animan o no quieren reconocer. “Tengo miedo de que pase otra vez, si viene uno medio raro ya desconfiamos. Es que acá no hay ley en El Soberbio, es una zona peligrosa porque es frontera”, apunta, apenas, antes de seguir con la atención al público. Un cliente acaba de entrar y pide una mercadería. Mientras la comerciante va y busca el pedido, el hombre “revisa” con la mirada a los extraños. Sólo después de algunos segundos parece constatar que no hay peligro. La reacción es normal. El temor aún no abandonó el pueblo. Un antes y un despuésEl fatídico asalto al Banco Macro de El Soberbio tuvo lugar cerca de las 8.10 del lunes 2 de febrero, cuando al menos siete malvivientes fuertemente armados irrumpieron en la sede emplazada sobre avenida San Martín 562.Los forajidos tenían todo preparado. Hablaban en “portuñol” y redujeron rápidamente a los dos policías que se encontraban en el lugar. Uno de ellos era el cabo primero Roberto Omar Ballesteros (35), al que ejecutaron de un disparo en la espalda en plena calle. Los ladrones utilizaron a una treintena de rehenes como escudo humano.Con algo más de dos millones de pesos, los malvivientes escaparon en dos vehículos, uno de los cuales fue hallado unos pocos minutos después a orillas del Uruguay.Ya en Brasil, las fuerzas de aquel país detuvieron a Alex Lima Schimitz, Regis Da Silva Lópes, Evandro Scholer y Arlindo Da Luz, quienes se enfrentan a un proceso en su país por el hecho. El dinero jamás apareció.
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