La política nacional volvió a acelerar. El Congreso entró en modo extraordinario y, con él, una lógica de urgencias que ya no sorprende, aunque sigue incomodando. Presupuesto 2026, reforma laboral, comisiones que se constituyen contrarreloj, dictámenes que se buscan firmar en cuestión de días y sesiones que podrían superponerse con las fiestas de fin de año. La Libertad Avanza corre contra el calendario y contra una matemática parlamentaria siempre inestable.
El Presupuesto 2026 aparece como una de las piezas centrales. El Gobierno insiste en mostrarlo como el punto de llegada de su programa económico: equilibrio fiscal, superávit, disciplina monetaria y una inflación “en descenso”. Las cifras, prolijas sobre el papel, proyectan un crecimiento del PBI, una desaceleración de precios y un tipo de cambio que acompañaría ese sendero. Después de más de tres años sin debate presupuestario en el recinto, la Casa Rosada busca cerrar el año con la llamada “ley de leyes” aprobada, aun cuando buena parte de la oposición cuestiona tanto los supuestos macroeconómicos como el reparto del gasto.
En paralelo, la reforma laboral asoma como el otro gran frente de batalla. El oficialismo pretende un tratamiento exprés en el Senado, con reuniones de comisión continuas y una lista reducida de expositores. Del otro lado, los sindicatos activaron un lobby intenso, no solo con el bloque peronista sino también con senadores de provincias donde el peso del empleo vinculado a la energía, la minería o la industria es determinante.
El tema terminó de encender la polémica en las últimas horas. No solo por su contenido, sino por un desliz que el sindicalismo leyó como una confesión involuntaria. El ministro de Transformación y Desregulación del Estado, Federico Sturzenegger, sugirió públicamente que la nueva legislación tendría carácter retroactivo, una definición que contradijo los intentos previos de otros funcionarios por minimizar el alcance de la iniciativa.
Hasta ese momento, desde el Gobierno se había insistido en que la llamada “modernización laboral” regiría únicamente para las nuevas contrataciones, una aclaración clave para bajar tensiones con los gremios y evitar un conflicto mayor. Sin embargo, las palabras de Sturzenegger reabrieron el debate y dejaron al descubierto una disputa de fondo: si la reforma alcanzará solo al futuro o si impactará de lleno en millones de relaciones laborales ya existentes.
Así las cosas, la actualización normativa del mundo del trabajo quedó atravesada por desconfianzas, lecturas cruzadas y el riesgo de un conflicto social que vuelve a asomar.
El apuro legislativo contrasta con una realidad económica que no termina de acomodarse. Mientras en el Congreso se discuten reformas estructurales, en la economía real se acumulan señales de enfriamiento. En los últimos días se confirmó la venta de la participación de la canadiense Nutrien en Profertil, la mayor productora de fertilizantes del país, una operación que marca la salida de otro jugador internacional relevante.
Antes, la estadounidense Whirlpool anunció el cierre de su planta en Pilar y el despido de 220 trabajadores. En el sector energético, la brasileña Raízen avanza en la venta de los activos de Shell en Argentina. Parecen ser movimientos persistentes frente a un escenario crítico de permanente exhortación al optimismo.
En ese contexto, la inflación sigue siendo el activo del que se agarra el Gobierno. El índice oficial mostró una suba de 2,5% en noviembre y una tendencia descendente respecto de los picos del año pasado. Sin embargo, cuando los números se miran en dólares o se desagregan por rubros, el panorama se vuelve más incómodo. Los servicios aumentaron cuatro veces más que los bienes, los alquileres y las tarifas siguen ganando peso en el presupuesto familiar y algunos alimentos básicos registraron subas muy por encima del promedio. Ese desfasaje explica por qué buena parte de la sociedad siente que la inflación “no baja” en la vida cotidiana. El índice es un promedio, pero el bolsillo no funciona como promedio. Funciona con gastos frecuentes: comida, transporte, servicios públicos. Y allí los aumentos siguen pegando fuerte, incluso en un escenario de desaceleración general.
Misiones vive ese proceso con particularidades propias. La provincia acaba de atravesar un recambio legislativo que dejó una Cámara de Representantes más fragmentada, con mayor diversidad de bloques y la necesidad de construir acuerdos transversales. La elección de nuevas autoridades, con Sebastián Macias al frente del parlamento, fue respaldada por sectores políticos diversos, una señal de pragmatismo en tiempos donde la polarización nacional suele trasladarse sin matices al interior.
Por el lado del Ejecutivo provincial y tal y como estaba previsto, en las próximas horas se harán los anuncios oficiales de recambios en el gabinete y en diversas reparticiones. Las modificaciones, algunas de las cuales ya tomaron estado público durante el fin de semana (Carlos “Kako” Sartori como ministro coordinador de Gabinete; y Manuel Sánchez y Astrid Baetke en áreas clave de la cartera de Desarrollo Social, que conduce Fernando Meza) obedecen a la necesidad del Gobierno que encabeza Hugo Passalacqua de encarar mejoras de cara a los desafíos que plantea el contexto nacional y sus efectos a nivel local.
Con todo y más allá de la ingeniería política, la economía misionera enfrenta tensiones concretas. El caso de la yerba mate vuelve a ser ilustrativo. La designación de un representante del Poder Ejecutivo Nacional al frente del Instituto Nacional de la Yerba Mate, luego de más de dos años de acefalía, genera moderadísimas expectativas entre los productores. El consenso entre ellos es claro: sin recuperar las facultades recortadas, el INYM seguirá siendo un organismo limitado, incapaz de ordenar el mercado o garantizar un precio justo para la hoja verde.
Los productores advierten que el problema no es solo el precio, sino también la calidad y el desorden en la oferta. La sobreproducción, los porcentajes permitidos de palo y polvo y la falta de controles eficaces terminan afectando al eslabón más débil de la cadena. En ese escenario, la judicialización aparece, otra vez, como una herramienta posible para recuperar institucionalidad frente a un modelo de libre mercado que, sin árbitro, suele castigar al pequeño productor.
El impacto del modelo económico también se siente en el sector energético y comercial. En Misiones, los combustibles se venden a precios más altos que en el centro del país, un problema histórico que se agrava en un contexto de caída del consumo. La reciente reglamentación de las estaciones de servicio móviles fue presentada como una solución para zonas rurales, pero desde el sector advierten que no cambia el fondo de la cuestión: costos operativos elevados, márgenes ajustados y una demanda que se retrae.
La frontera, una vez más, actúa como válvula de escape. Cada vez más misioneros cruzan a Brasil o Paraguay para realizar compras básicas, lo que golpea al comercio local y profundiza la sensación de asfixia económica en ciudades fronterizas.
El dato más preocupante, sin embargo, no surge de los informes oficiales ni de las estadísticas. Está en la calle y quedó expuesto al cierre de la semana en la FM 89.3 Santa María de las Misiones. Allí, al aire, el párroco de la Sagrada Familia y vicepresidente de Cáritas Diocesana, Alberto Barros, relató lo que Cáritas registra todos los días: más personas pidiendo ayuda, más familias que no llegaban antes y ahora sí, más abuelos y clase media empujada a la asistencia. El deterioro económico se traduce en un deterioro social que no siempre aparece en los números.
A eso se suma el impacto en la salud mental. La angustia, la incertidumbre, el miedo al futuro y la pérdida de horizontes afectan a distintos sectores sociales. El avance del narcotráfico y el consumo de drogas, especialmente en barrios donde el Estado se retira, completa un cuadro que preocupa incluso más que las variables económicas.
En ese marco, el discurso de la “batalla cultural” aparece, para muchos, como un eufemismo de individualismo extremo. La idea de que cada uno debe arreglarse solo, choca con una realidad que exige comunidad, contención y redes solidarias. Misiones, con su entramado social todavía fuerte en muchos barrios y pueblos, resiste mejor que otras regiones, pero no es inmune.
A pocos días de la Navidad, el contraste se vuelve más evidente. Arriba, el apuro por aprobar leyes, mostrar números y cerrar el año con victorias políticas. Abajo, la intemperie cotidiana de quienes sienten que el ajuste llegó antes que la recuperación. Entre ambos mundos se abre una distancia que no se mide en puntos del PBI ni en porcentajes de inflación. Tal vez el desafío de fondo sea ese: entender que la estabilidad económica no alcanza si no se traduce en alivio concreto, y que ningún proyecto político es sostenible cuando el tejido social se desgasta. En tiempos de balances y promesas, la pregunta sigue siendo la misma: ¿para quiénes está funcionando este modelo?





